22/06/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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Tuve un jefe que decía mucho la palabra artista. La pronunciaba con ese tono entre la burla y la condescendencia que usaba para casi todo. Decía: ¿qué pasa, artista? Y la palabra se incorporaba a su pequeño-diccionario de pequeñas-humillaciones. ¿Qué pasa, artista?

No puedo decir que él hubiera inventado el uso despreciativo del término. Simplemente lo utilizaba. Igual que se dice: «échale literatura» para referirse a volcar palabras vacías a granel, nada más lejos de la literatura. En fin, artistas.

El anuncio de Carlos Rodríguez, un valenciano que ha sacado la nota máxima en la Selectividad, 14 sobre 14, de que quiere estudiar en la Real Escuela Superior de Arte Dramático ha originado unos titulares que confirman la valoración del artisteo. «Saca la nota máxima en Selectividad y no irá a la universidad». «El mejor en Selectividad quiere ser dramaturgo, no científico». «Carlos, el alumno 10 de Selectividad, no quiere ir a la universidad: sueña con estudiar Dramaturgia».

Como sabemos que el chico de tonto no tiene un pelo, los subtítulos podrían ser éste: «¡Será pirado!». Y oye, aunque los estudios de Arte Dramático en la Resad tengan un rango universitario equivalente a las antiguas licenciaturas, hoy grados, no dejes que la realidad te estropee un buen titular. ¿Qué pasa, artista?

Los artistas, ya se sabe: pobreza, alcohol, ratas y buhardilla con goteras. Decir que eres dramaturgo, novelista, pintor, cineasta o músico siempre hace que alguien levante una ceja. Una ceja solo. Confundir valor y precio viene desde que se acuñó la primera moneda.

Hace unos días leía un artículo de la revista Letras libres titulado: ‘Escribir libros es el peor negocio del mundo’. Su autor, Cristian Vázquez, recordaba una entrevista que le había hecho al escritor argentino Leopoldo Brizuela. Le preguntaba qué había supuesto para él el Premio Clarín, uno de los más importantes y mejor dotados de Hispanoamérica. Para Brizuela el trabajo era el mismo: llenar el folio en blanco, pero su contestación fue: «Antes me llamaban por teléfono y yo les decía que estaba escribiendo y me seguían hablando. Ahora me llaman y me dicen: ‘Ah, estabas escribiendo, te llamo en otro momento’».
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