Bruno Marcos: "La mirada es previa a la escritura"

En ‘Últimos pasajes a la diferencia’ el autor reúne varios artículos sobre viajes realizados por todo el mundo

José Miguel López-Astilleros
08/03/2016
 Actualizado a 18/09/2019
El escritor y colaborador en temas de arte de La Nueva Crónica, Bruno Marcos, acaba de publicar el libro de viajes ‘Últimos pasajes a la diferencia’.
El escritor y colaborador en temas de arte de La Nueva Crónica, Bruno Marcos, acaba de publicar el libro de viajes ‘Últimos pasajes a la diferencia’.
'Últimos pasajes a la diferencia’ (Baile del sol, 2016) es el título del último libro de Bruno Marcos que acaba de aparecer en las librerías. En él se reúnen varios artículos sobre viajes realizados por el autor a algunos lugares del mundo como Egipto, la India, Turquía, Indonesia o Nepal, entre otros.

En las sucesivas estampas de las que se compone la primera parte del libro se relata el momento del viaje en el que el escritor se hace con una imagen, una miniatura, una ilustración o una fotografía antigua, entre otras, hecho que propicia una experiencia muy peculiar de cada lugar. En la segunda se incluyen tres ensayos que reflexionan sobre el concepto contemporáneo de viaje y la búsqueda de la diferencia en el momento en que esta desaparece con el avance del progreso y la globalización.

– ¿En qué años realizó los viajes objeto de estos textos?
– Los viajes que recoge este libro fueron realizados a partir del año 2000 y fue, precisamente, aquella una década singular porque en ella se inició una modificación sustancial de las condiciones del mundo para cualquier viajero. Los atentados de las torres gemelas inicialmente y, por último, las primaveras árabes han hecho que transitar por bastantes de los países que salen en este libro sea algo mucho más arriesgado y haberlos visto se torna una cosa del pasado. La percepción entonces era la de unos lugares con urgencia por modernizarse, pendientes de solventar el conflicto entre el progreso que, legítimamente, reclaman todos los países del mundo y el pasado, que los dota de un interés enorme, esa diferencia de la que hablo. Poco después de que yo pasase por esos sitios eclosionó ese conflicto que se ha materializado en una suerte de guerra interna, civil, que se escenifica también en el primer mundo y cuyo objetivo no es tanto enfrentarse a nosotros cuanto mantener el poder de lo viejo allí.

– ¿Cree que, como se desprende de su libro, el viajero de hoy se ha convertido en un turista?
– Yo trato con ironía ese tema y esa distinción entre turista y viajero porque me parece algo desfasado en el tiempo actual. Sin embargo, era algo crucial para, por ejemplo, Paul Bowles en su novela, llevada magníficamente al cine por Bertolucci, ‘El cielo protector’, de la que me ocupo en este libro. Pero lo que plantea Bowles no es viajar sino huir, irse a vivir a ningún sitio. De ahí que en la segunda parte de su libro la protagonista abandone a su pareja y se vaya con una caravana por el desierto. Efectivamente yo he tenido esa sensación de necesitar quedarte, parar, sentarte en una calle de El Cairo a ver pasar al mundo y he intentado hacerlo, por ejemplo, en Venecia, hospedándome en el centro de la isla para sentir la experiencia total y no sólo la visita del turista. Pero creo que también es interesante analizar la percepción que se está teniendo del mundo a través del turismo, la mercantilización del destino pero, también, la socialización que supone. No podemos dejar de ver algo tan espectacular y propio de nuestros tiempos como que los grandes cruceros transatlánticos pasen entre la plaza de San Marcos y la isla de San Giorgio con más de 5.000 pasajeros asomados en cubierta para ver, sin bajarse del barco y a pocos metros, la ciudad de Venecia.

– ¿Qué ha cambiado los viajes en avión, puesto que no hay referencia alguna al camino recorrido hasta el destino?
– Este es otro aspecto importante ya que casi todos los trayectos se hacen por avión y el viajero accede a los sitios sin recorrer el territorio, sin verlo, a una velocidad extraordinaria con lo cual el cambio es inmediato. Realmente aparece en el destino atravesando la nada. El paisaje que ofrece el avión es el cielo desde dentro y la tierra aparece como una superficie neutra. Da la sensación de que no existiera el espacio intermedio entre los diferentes destinos y ahí se abre otra zona enigmática.

– ¿Cuál es el objeto de reunir ahora todos estos artículos, quizás confirmar las tesis que aparecen en el último de ellos especialmente, o sólo ofrecer un testimonio artístico y personal del itinerario que forman juntos?
– Reunir estos trabajos responde a las dos motivaciones que usted cita, presentar esos apuntes literarios de un cuaderno de viajes y reflexionar en torno a la mirada que dirigimos al mundo, a fin de que la experiencia que tenemos de él sea lo más rica posible y, por supuesto, trasladar estas impresiones a los lectores.

– ¿Qué criterio ha seguido para seleccionar los momentos de cada uno de los viajes que aparecen reflejados, porque si bien en algunas circunstancias actúa como un turista clásico, en muchas otras, la mayoría, se desvía de lo que recomendaría cualquier guía turística al uso y transita por sitios cotidianos, lejos de las recomendaciones típicas?
– Cada escena responde al momento en el que tuve la sensación más nítida de percibir la esencia del lugar y lo asocié a diferentes imágenes que iba adquiriendo y que, ahora, forman parte de mi colección particular cuya reproducción antecede cada capítulo. Esas imágenes se ofrecen en sus países como souvenires pero, al menos las que yo escogí, están empapadas de una gran cantidad de tiempo y de esencia del lugar. A veces son billetes de curso legal muy expresivos, miniaturas arrancadas de libros antiguos que aparecen en los mercadillos, fotografías viejas verdaderas o falsas, facsímiles o postales que se enviaron en su día. Efectivamente el turista actual tiene la facilidad de escaparse a ratos y perderse y, por otro lado, existen países donde es inevitable chocarse de bruces con su verdad, porque a pocos pasos del hotel la encuentras.

– ¿Qué ha perseguido con más ahínco en estos viajes, la belleza o la verdad?
– He buscado lo diferente. Es decir, otra forma de acceder a la belleza y a la verdad.

– Y en este sentido, ¿por qué esa atención a los seres humanos más pobres o a los espacios donde se amontonan los objetos usados o lo simplemente lo viejo?
– Ese es uno de los temas más delicados que toco, la pobreza, que establece determinados estados de la sensibilidad. Esa extraña felicidad que se ve en las gentes que no tienen nada. Una pobreza no tan vergonzante ni tan solitaria. La sensación de permanencia, de inmovilidad, frente al excesivo cambio de las sociedades desarrolladas. Allí donde la pobreza se instala nada cambia y, al menos yo, tuve una sensación turbadora de alivio encontrando lugares en vez de no lugares.

– ¿Mirar literariamente modifica la observación, o por el contrario dicha mirada surge posteriormente, en el momento de la escritura?
– La mirada es previa a la escritura, existe sin ella, y quizás uno se hace escritor porque mira de una forma determinada. La escritura supone la articulación de un esqueleto que ha caído a la mente por los ojos con todos sus huesos pero sin encajar. Sin embargo, sí que hay un trabajo en este libro que fue precedido por la literatura, pero no por la mía sino por la de otros, por el legado de los escritores que pasaron antes que yo por Nueva York y escribieron sobre su visita. Es el titulado ‘Notas literarias a Nueva York’.

– Y por último ¿Cuál de los lugares visitados le produjo la emoción más intensa y a cuál no volvería jamás?
– La misma ciudad: Benarés. Sería muy duro volver seguramente porque fue el destino que más me impactó. Benarés, en la India, supone una experiencia única y es la más fuerte que he vivido, hasta el punto de ser difícil de soportar. Allí te da la sensación de que un cosmos autónomo lleva girando miles de años ajeno a todo, que pasado y futuro son lo mismo en un eterno presente, y el lugar es diferente a todo. Pasar una noche y un amanecer junto al río Ganges, cuyas aguas llevan siendo el destino de millones de almas que, al quemar sus restos allí, esperan liberarse del ciclo de las reencarnaciones para ir al paraíso crea un vórtice brutal. Te ves en una multitud con hombres santos, peregrinos, mendigos, sacerdotes, leprosos, niños vendiendo caléndulas flotantes con una pequeña llama en su interior, tullidos, vacas sagradas, ancianos esperando morir allí mismo, jainistas despojados de todo completamente desnudos, sadus con la piel cubierta por cenizas de muerto, cadáveres a medio calcinar con los pies metidos en el agua, y todo en una ciudad laberíntica, superpoblada y azotada de una tormenta de olores y sonidos.
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