Amadora está sola, sentada en la puerta de su casa. La tarde ya está muriendo en Riomalo de Abajo y la brisa del río Ladrillar asciende trayendo un agradable frescor y un rítmico sonido de percusión, que retumba entre las montañas de las Hurdes.
–Son los músicos forasteros de ahí abajo, ¿sabe? –informa esta entrañable anciana de 93 años, mientras se cubre con una rebeca azul–. Dicen que han venido de todas partes del mundo –añade– y que estarán toda la noche con el pum-pum, pum-pum, pum-pum ese hasta el amanecer. Así llevan toda la semana, mucho tamboril y poca gaita –sonríe–.
Pero no me molestan. No se equivoca, junto al pueblo hay seis mil personas acampadas, de cincuenta y seis nacionalidades. Se trata del Lost Theory, un elitista festival hippie de música electrónica. No es una rave ilegal, ni una cita internacional de deslumbrante elenco, esto es algo mucho más underground y excitante. Durante cinco días, noventa disc-jockeys descargarán toda su artillería en plena naturaleza virgen del parque natural de Batuecas.
Estamos a jueves 25 de agosto, y los primeros “tipos raros” comenzaron a aparecer hace días en caravanas, furgonetas, o haciendo autoestop. Casi nadie sabía lo que estaba ocurriendo pero, para cuando quisieron darse cuenta, la pequeña comarca de Hurdes –al norte de Cáceres– había sido tomada por una legión de gente extraña, que superaban en número al de todo el censo del lugar. Una invasión en toda regla. Mochilas, rastas, tribales, tatuajes, pies descalzos, turgencias bajo camisetas ajustadas sin sujetador… Asiáticos, vikingas, teutones, penachos de plumas, malabares, argollas; bebés, niños corriendo a su anchas, perros sueltos… Mientras tanto, sentados en su habitual poyete, cuatro ancianos observan atónitos lo que está ocurriendo en su pequeño pueblo de apenas cuarenta y cinco habitantes. El epicentro de este shock cultural se encuentra en el cruce donde termina Extremadura y comienza Castilla y León. Es el Complejo Rural Riomalo, con su camping y unas cuantas hectáreas de terreno donde poner las tiendas de campaña. En el restaurante está sentado el dueño de este pequeño imperio. Se llama Jesús Domínguez y es todo un visionario de 71 años. De joven emigró a hacer las américas y aún conserva en la mirada el brillo de quienes han visto otros cielos estrellados. –Sin él, sus contactos y sus tierras, jamás se hubiera celebrado este festival –afirma Walter, el empresario belga responsable de la organización del evento. Hace más de un año que aterrizó aquí guiado por googlemaps. A walter le había fascinado la imagen del meandro El Melero y el parque natural de las Batuecas, pero no podía imaginar las reticencias, ni el laberinto burocrático autonómico y provincial con el que se iba a tropezar. Jesús sentó a todos ellos a su mesa, y los puso de acuerdo. Para ello hubo que celebrar unas cuantas comidas con acaloradas discusiones en las que se iban desgranando prejuicios, miedos infundados y miedos reales entre botellas de vino y cabritos matados para la ocasión. Había cuatro factores en contra, las “pintas”, las drogas, la seguridad y el fuego… Lo cierto es que estamos hablando de un parque natural con un delicado equilibrio y el festival iba a celebrarse en temporada alta de incendios. Todo un riesgo aparentemente inasumible. –Este sitio es increíblemente bello. He organizado más de 10 festivales entre Croacia y Bélgica, y este paraje es el mejor de todos –reconoce el organizador–. Jamás dañaríamos vuestra gallina de los huevos de oro que, además, también va a ser la nuestra para los próximos 10 años porque pensamos volver. Las Hurdes ya no son el territorio deprimido que reflejó Luis Buñuel en su controvertido documental de 1933 “Hurdes, tierra sin pan”, ni el estigmatizador viaje de Alfonso XIII y Gregorio Marañón de 1922. Sus escarpadas sierras ya no dan cobijo a maquis, desertores, estraperlistas o republicanos desterrados. La losa del aislamiento y la pobreza, ha dado paso a un paraíso intacto en cultura y costumbres mágicas.
–Esto es un aquelarre del siglo XXI en toda regla. Como los de antaño – comenta Emiliano Jiménez, el cronista local.
Sabe bien de lo que habla. Conoce como la palma de su mano el territorio, las leyendas y la tradición narrada por los más ancianos del lugar. Con su flauta y su tamboril aprendió de otros tamborileros las canciones narradas al fuego en interminables “seranos” celebrados en noches de invierno. Ahora, guiados por la música, atravesamos el bosque hasta el lugar del encuentro nocturno. No le sorprende que se estén proyectando sobre las montañas ciertos símbolos geométricos; son los mismos que aparecen en varios petroglifos de la Edad del Bronce grabados en varios puntos de los valles hurdanos; tampoco le sorprende la poética coincidencia de que en la pista de baile estén floreciendo unas plantas muy particulares.
–Mira, la planta de las brujas. Tan tóxica que no vale la pena intentarlo – comenta.
Es datura stramonium, un potente alucinógeno utilizado en los aquelarres desde la Edad Media. Los procesos inquisitoriales documentados, están plagados de confesiones sobre el uso de estas y otras plantas. Greg –un joven informático inglés que está sentado junto a las plantas– también las conoce. Pero el prefiere el contenido de una bolsita llena de cuadraditos de papel secante: LSD.
–¿Queréis? –pregunta mientras extiende la mano.
Mientras tanto, en la pista, las columnas de altavoces descargan miles de vatios de sonido limpio, preñado de matices psicodélicos que quiebran la conciencia si se le presta atención y espíritu. Al fondo, los generadores diesel funcionan al borde del infarto alcalino. El sacerdote oficia el ritual desde su altar, una cabina de madera y latas. Banderas tibetanas delimitan el espacio del culto sagrado, y los adeptos se entregan por completo, con los ojos cerrados, como si estuvieran unidos por un hechizo invisible. Algunas chicas se desnudan bajo las estrellas con total libertad, saben que nadie va a perturbar su trance; no estamos en San Fermín, aquí la filosofía es otra.
No es un secreto que la mayoría de la gente esté consumiendo cristal de MDMA, pastillas de éxtasis, LSD o silocibina. La Guardia Civil hace días que ha montando un operativo especial para interceptar cualquier entrada. Tienen miedo de que esto se descontrole generando un problema grave de seguridad, o algún camello introduzca una partida adulterada y deje fulminados a decenas de jóvenes. Pero se da la circunstancia de que la mayoría lleva encima lo suyo y poco más. Apenas se trafica dentro o, como mucho, se comparte; y por la procedencia de la mayoría de participantes, es más que probable que las drogas sean de una pureza insólita, teniendo los laboratorios suizos u holandeses tan cerca. No obstante, la Guardia Civil ha realizado algunas incautaciones menores desde el primer día y el resto está circulando dentro, en un espacio vedado de libertad pacífica y utopía. Por seguridad, Cruz Roja ha desplegado un quirófano portátil y dos hospitales de campaña. Hay decenas de operativos preparados por turnos para cualquier contingencia. Es de esperar que en un evento de este calibre haya problemas graves, así que nos interesamos por las cifras. –Aún no nos lo creemos –reconoce con sorpresa Manuel García, el médico de la Cruz Roja–. Sólo tres casos graves de intoxicación por drogas, dos de ellas por brote psicótico y la tercera por intoxicación real con ketamina. Hemos tenido un coma etílico y ninguna pelea. Fascinante, ni una – prosigue–. Eso sí, como esta gente anda descalza, ha habido dieciséis picaduras de alacrán, tres de ellas a perros, a los que también hemos atendido, y alguna otra cosa más sin importancia. Así que ya ves… A la organización le preocupan las drogas tanto como a las autoridades. A pesar de que es un hijo de Woodstock y del París de Mayo del 68, Walter reconoce que este asunto no le hace muy feliz. –Pero no podemos parar su uso dentro de nuestra fiesta. Es una guerra perdida –reconoce. Como a todos, le preocupa que alguien introduzca una partida adulterada así que colaboran con sus propios efectivos tratando de localizar cualquier negocio sucio dentro de su fiesta. De hecho, dieron aviso de la presencia de un laboratorio portátil de LSD dentro de una caravana. Los responsables fueron detenidos.
–En otros países se facilita la presencia de un servicio de análisis de sustancias para evitar un susto y nosotros tratamos siempre de sacar de la fiesta a aquellos que vemos que han perdido el control; los llevamos a una zona aparte, un chill out, y nuestro personal especializado habla con ellos. No es necesario emborracharse a tope o tomar nada para divertirse, esa es nuestra filosofía– informa Walter.
En España este servicio existe desde que en 1997 naciera en Barcelona el colectivo Energy Control, dependiente de la ONG Asociación Bienestar y Desarrollo (ABD). En Madrid comenzaron a trabajar en las primeras ediciones del FESTIMAD, con una caseta dedicada al análisis inmediato y gratuito de sustancias. Al principio, la gente desconfiaba de este servicio pensando que podría tratarse de Policía infiltrada, pero ahora, con la información puntual que arrojan desde su página web, los “consumidores responsables” –como ellos prefieren llamar a sus “clientes”– pueden informarse en tiempo real de la entrada en nuestro territorio de estas partidas adulteradas, además de otros pormenores.
Unos días después de la celebración, las entidades locales de turismo trataban de calcular el impacto económico del festival. La estimación determinó que los ingresos habían ascendido a más de un millón de euros, sólo en la zona, en toda España la cifra ha podido ascender a más de tres. Extremadura ostenta unas cifras preocupantes de paro estructural y juvenil, así que estos datos, sumado a la ausencia de conflictos, terminaron por despejar los primeros temores y replantearse la vuelta de éste y otros festivales que ya vienen en proyecto. Ahora ya nadie se atreve a poner en cuestión a la nueva gallina de los huevos de oro ni la vehemencia con la que defendía don Jesús la llegada del festival a Riomalo.
–Se han creado cientos de puestos de trabajo y dinamizado todos los comercios de la zona –informa Gervasio Martín, alcalde de Caminomorisco–. Imagínate, sólo el primer día se agotaron 600 barriles de cerveza y todo el agua de los supermercados. Los cajeros automáticos se quedaban secos a diario. Así que estamos deseando que vuelvan, y más si es con el civismo que han demostrado los extranjeros. Ahora el campo está más limpio que cuando llegaron –concluye.
Habían transcurrido cinco días desde el cierre del festival cuando los medios más conservadores salmantinos lanzaron un lapidario titular; llevaban semanas informando de forma muy sesgada sin haber puesto un pie allí. Acababa de aparecer un joven ahogado en el fondo del río Alagón. De pronto, toda la magia se vino abajo. Algunos especulaban con que llevaría allí, arrastrado por la corriente, desde el inicio del festival y que nadie se había percatado. No era difícil hacerse una composición de lugar: las drogas, la noche, una fugaz corazonada y el fatal desenlace… El negro imaginario patrio se encendía dejando atrás los frenéticos abrazos entre ancianos y hippies, el bello intercambio cultural acontecido; algunos se frotaban ya las manos cocinando nuevos titulares terribles.
Nada más alejado de la realidad. Se trataba de un joven italiano de 25 años. Aquella tarde, un paseante se había encontrado su ropa y las llaves en la orilla junto a su cuerpo sumergido. Llevaba alrededor de mes y medio en la zona de la Herguijuela y estaba practicando apnea, un peligroso deporte consistente en aguantar la respiración bajo el agua. El Seprona reconocía haberle visto días atrás en compañía de otros amigos en el mismo punto, a unos 5 kilómetros del lugar de la celebración del festival. Bomberos informó de que pensaban que el cuerpo no debía llevar más de una hora bajo el agua. Aparentemente nada tenía que ver con la fiesta. En el Anatómico Forense de Salamanca nos informaron de que ellos no lo relacionaban con el festival y de que se encontraban a la espera de los resultados toxicológicos en sangre.
Una semana después ya no queda ni rastro del festival y la vida rural ha recobrado su pulso normal. En la próxima luna entrará el otoño y con él las primeras lluvias. El río Alagón irá creciendo hasta cubrir por completo el campamento, y se lo llevará todo. Nadie que no estuviera aquí sabrá lo que ocurrió durante una semana histórica; nadie que no lo viviera podrá imaginar que aquí tuvo lugar un auténtico aquelarre del siglo XXI.
El aquelarre del siglo XXI
El Lost Theory, un elitista festival hippie de música electrónica, transforma la localidad de Riomalo de Abajo, en la 'frontera' entre Salamanca y Cáceres
19/09/2016
Actualizado a
13/09/2019
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