Francisco Pino fue un poeta extraño, difícil de clasificar y bastante desconocido, en realidad secreto. Secretos son aquellos autores que siguen creando hasta el fin de su vida sin que apenas se sepa. Es normal que no se les conozca porque lo que hacen no encaja con nada, no se adapta a ningún sitio. Los editores no pueden editarlos porque no se parecen a otros que tienen en sus colecciones y, por lo tanto, los lectores no pueden leerlos. Los autores secretos están ensimismados inventando algo que seguramente vaya al fracaso o que, con menos probabilidad, inaugure otro camino del arte. Muchos desisten y desaparecen, no fue el caso de Pino que, aislado en su palacio de El Pinar de Antequera y con recursos económicos propios, se permitió hacer una obra personal hasta lo incongruente, contradictoria hasta el extremo, clásica, tradicional y también vanguardista.
Su vida, muy larga (1910-2002), le dejó observar y experimentar cuanto quiso con la independencia del solitario. Procedía de una familia burguesa y rica de Valladolid dedicada a los tejidos y tuvo una formación muy completa, con estancias en el extranjero, París y Londres. Pasó los años de la guerra civil en varias cárceles, detenido en Madrid, al parecer, simplemente por salir de misa.
Fue un poeta que venía de Garcilaso, de Góngora y de San Juan de la Cruz y que llegaba hasta Huidobro o César Vallejo, pasando por Poe, Baudelaire, Mallarmé o Valéry. Su obra tiene muchas naturalezas, la de influencia creacionista o surrealista, la de temas convencionales, religiosos, escribió sonetos, poesía tipográfica, caligramática, experimental, visual y hasta espacial. Vivió una contradicción entre tradición y vanguardia. No se trataba de la evolución típica desde lo viejo a lo nuevo sino que ambas cosas, lo viejo y lo nuevo, la tradición y la vanguardia, convivían en él simultáneamente.
Muy pronto se retiró a una casa algo palaciega en una zona cercana a Valladolid e imprimió en ediciones exiguas todo tipo de libros en cooperación con una mítica librería de viejo llamada Reverso. Hasta 1978 no publicó ningún libro con difusión de ámbito nacional, los ‘Antisalmos’. Las creaciones más formales las denominaba ‘poeturas’, poemas que decía poner tan lejos del dibujo como del decir.
La exposición que se muestra en Musac actualmente, titulada ‘Una realidad tan nada’, sobre la obra de Francisco Pino tiene el acierto de presentarlo, por primera vez, en el ámbito del arte contemporáneo, seguramente el más idóneo para entenderle, como materialización de una actividad creadora que se expande en fusión completa entre literatura e imagen. Ofrece además una genealogía a las prácticas artísticas, un ascendiente, para el arte de Castilla y León del que no andamos tan sobrados. A Pino, que siempre se le había tratado desde el campo de las letras, se le ve mejor como artista contemporáneo que como poeta sólo o como pintor sólo, mejor que sólo en libro o sólo en cuadro, ya que todo lo que ha pasado en las artes plásticas desde el siglo XX hasta ahora añade un campo de análisis mucho más amplio y más libre de prejuicios.
Cabe preguntarse, no obstante, si la exposición logra mostrar al Pino de verdad plenamente, es decir, como a un ser completamente contradictorio, un poeta que habla con Dios en sus versos al mismo tiempo que escribe un ensayo tipográfico dedicado al Che Guevara. No se trata de admitir únicamente una parte de Pino en el seno del arte contemporáneo, la que se parece más al arte que estamos acostumbrados a encontrar en los museos, sino de entender todas sus dimensiones y valorar así más que las aportaciones de su trabajo su excepcionalidad.
La respuesta a estas contradicciones las aporta él mismo que no las vivió como tales. «Cual la veleta ser fiel solo al viento», escribía en uno de sus poemas, o, «Soy de las nubes, Dios; de los idiotas» en otro. Intensidad y creación, de las cuales no quería perder un ápice, ni de lo nuevo ni de lo viejo. Un hombre que a la pregunta de cómo pudo escribir un libro de amor en plena guerra civil contestó: «Una de las veces que me detuvieron estaba tumbado en el suelo, miraba hacia un cable que había en la ventana y pensaba: ahora me descuelgo por el cable y me voy con María. Después nos mandaron al cementerio de hombres ilustres de Atocha, cada uno dormía sobre una tumba. Yo miré el nombre de la mía y era el de Espronceda».
Fiel al viento
Bruno Marcos se adentra en la exposición 'Una realidad tan nada', de Francisco Pino, que se puede visitar en el Musac hasta el próximo 7 de mayo
19/04/2017
Actualizado a
17/09/2019
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