22/11/2018
 Actualizado a 16/09/2019
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El pasado jueves fue un día contradictorio. Por un lado, este diario cumplió cinco años, que en los tiempos que corren es una barbaridad, amén de una alegría, y, por otro, treinta mil leoneses, según los convocantes, o quince mil, según la policía municipal, salieron a dar una vuelta por la ciudad a gritar cuatro frescas contra los de Valladolid (alguna de ellas más ciertas que la Luz Bendita) saludar a los amigos a los que no veían hace tiempo y luego irse al Húmedo, al Romántico o al Burgo y tomarse unas cervezas o unos vinos, que hay que combatir el relente de la noche. Uno piensa que lo del periódico tiene un porqué y es, esencialmente, porque el tipo que lo dirige, además de tener poca idea de jugar al mus, ser del Madrid y, a veces, cargarse un artículo entero (justificadamente, por desgracia para mí) de un servidor, tiene perfectamente claro una serie de sutilezas elementales sobre lo que es y significa ser periodista. Publicar una noticia tal cual no deja de ser un acto subversivo, y aquí se hace la mayoría de las veces. Además tiene la suerte de contar con un equipo de puta madre, algunos tan malos jugadores de mus y tan ineptos para escoger equipo como él, pero siempre buenas personas y mejores periodistas. No es hacer la pelota, para nada, que lo sepáis, que para lo que me pagan no merece la pena, pero es de justicia, en estos casos, decir la verdad, siempre la verdad y nada más que la verdad con la ayuda de Dios. Recordaréis que hace dos semanas me puse a elucubrar con lo de la ausencia de objetividad de los periódicos y los medios actuales, que pasan como de la mierda de informar y que sólo pretenden influir en los lectores según su sesgo ideológico o económico. Lo que pretendo decir es que este diario es, de los que leo todos los días, casi el único que no pinta la noticia según su criterio: simplemente «da» la noticia. Como en todos los cumpleaños, es menester desear larga vida y felicidad al homenajeado y desear, también, que los que lo dirigen no se cansen de hacerlo.

Respecto a la manifestación, y ahí va lo de la contradicción que puse al principio, no pude dejar de sentir pena. ¿Por qué? ¡Hombre!, que casi un cuarto de la población de una ciudad se lance a la calle para gritar que quiere seguir viva, es, simplemente, una desgracia, una penitencia demasiado grande para los que no han cometido el pecado. ¿O sí? En los últimos treinta años, la provincia de León ha pasado de no tener ni un kilómetro de autovías a ser una de las que más tienen. Sí, sé que esto es debido a la situación que ocupa en el mapa (para ir a Asturias y al norte de Galicia se tiene que pasar por cojones por León, lo mismo que para ir a Barcelona o al País Vasco desde casi cualquier punto del noroeste) pero se pueden utilizar. ¿Cómo, entonces, teniendo unas infraestructuras por las que matarían, por ejemplo, los extremeños, León viene cayendo, un año sí y otro también, a los últimos puestos en el ranking de actividad económica? ¡Estamos por debajo de Zamora, por el amor de Dios!, nuestra hermana pequeña, a la que siempre hemos mirado por encima del hombro. Sé que mucha culpa la tienen los políticos, los de Madrid, los de Valladolid y los de aquí, sin duda, pero, ¿no será, también, culpa de todos? Hemos estado los últimos decenios anestesiados, adormecidos, con una modorra que somos incapaces de quitarnos de encima. Todo, o casi todo, lo fiamos a los recuerdos. Éramos unos mineros cojonudos, los mejores labradores y ganaderos del norte, los tipos que habían puesto las primeras piedras para fundar una nación, habíamos tenido leyes antes que Castilla Reyes... Siempre hablamos en pasado, y no siempre en pasado perfecto. Nos hemos dejado llevar por la deriva de la historia y sólo hemos sido capaces de recordarla, nunca de cambiarla. Y así nos va.

Me dio mucha pena la manifestación del jueves pasado. Me da mucha pena que gente a la que aprecio (Víctor Díez, Antonio Gamoneda) sean los que lean los manifiestos al finalizarla. A éstos, como a otros muchos anónimos habitantes de la provincia, les duele León y no se conforman con ver su entierro. Ellos, y tantos otros, no tienen ni el poder, ni el dinero para cambiar las cosas. Porque es cuestión de dinero; pero no todo es cuestión de dinero. Hace falta valentía, coraje y valor para dejar colgados a los que nos gobiernan, mal, y dejar entrar aire fresco en el viciado ambiente que nos amodorra.

De todas las maneras, la manifestación del pasado jueves no sirvió para nada. Hemos sellado nuestro destino hace mucho tiempo y quienes pueden cambiar las cosas (los dichosos políticos) o no están o no se les espera. Para ellos, como dije al principio, la manifestación no fue más que una quedada de amigos para tomarse, luego, unos vinos. Salud y anarquía.
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