La biblioteca secreta

Una estudiante italiana de Erasmus en León inicia una serie de reportajes en los que da su punto de vista sobre toda la provincia, tras varios meses conociendo sus entresijos culturales y sociales

Stefania Zanetti
05/07/2016
 Actualizado a 15/09/2019
La desconocida biblioteca de la Fundación Sierra Pambley. | MAURICIO PEÑA
La desconocida biblioteca de la Fundación Sierra Pambley. | MAURICIO PEÑA
La Fundación Sierra Pambley es una entidad sin ánimo de lucro que encuentra su origen en el corazón de la historia española a finales del siglo XIX. Según los principios de la Institución Libre de Enseñanza de Francisco de Blanco y Sierra-Pambley, en el siglo pasado la sede leonesa tuvo un papel fundamental en la educación y en la cultura para toda la comarca leonesa.

Gracias a la labor de los fundadores, hoy día hay centros de instrucción profesional en Villablino, Hospital de Órbigo y Monte San Isidro, aparte del sugerente Palacio de la plaza de Regla, que acoge seminarios, exposiciones, iniciativas culturales y cursos.

El imponente museo, los salones y los jardines del palacio de la calle Sierra Pambley, a disposición de quien tenga la sensibilidad de amar la historia, las letras y el arte, no pueden no fascinar a cualquier extranjero que pase por allí, sea un peregrino, un turista o un emigrante.

Merece la pena visitarla por sus estanterías de antigüedad y el mobiliario de valor inestimable. Más de 5.000 títulos, entre bibliografías y otras publicaciones, sobrevivieron al franquismo y se siguen conservando aquí.

Pero no es de patrimonio cultural de lo que quiero hablar, sino de mi testimonio al llegar a la biblioteca Azcárate, que debe su nombre a Gumersindo de Azcárate. El jurista y político madrileño financió los primeros proyectos de la escuela laica, en el año 1887, y dejó toda su herencia a nosotros, a la biblioteca, para que sea la cuna de nuevas perspectivas, como fue para los pioneros de la revista ‘Espadaña’ en los años 40.

Nuevas perspectivas

Una maleta de interrogaciones y una mochila de precariedad es lo que llevé para León, en septiembre, con dos palabras de castellano, nada más.

En una pequeña población, como la que hay aquí, abundan los estereotipos sobre los jóvenes, sobre los estudiantes, sobre los Erasmus, ya que no emplearé demasiadas palabras en lamentar la incertidumbre general en la que vivimos, aquí como en toda Europa.

Sueños de ser periodista en la capital de los escritores, en un pueblo de cuentacuentos y de cantores que luchaban contra la total desconfianza en el presente y en el futuro. Desconfianza y dudas era con lo que estaba brindando el día de mi vigésimo cuarto cumpleaños, cuando, en La Nueva Crónica, leí el nombre de Biblioteca Azcárate, que animó mi curiosidad.

Los viajeros son muy curiosos y los leoneses, acostumbrados a la presencia de no pocos estudiantes extranjeros, lo saben, y jamás les molesta cuando se les piden indicaciones. Como los peregrinos, los viajerosse mueven en todas partes y preguntan, preguntan todo a todos, para encontrar algo que no saben lo que es. De todas formas, me llevé mi copa de Bierzo, me uní al primer cliente del bar, y le pregunté por Sierra Pambley. Encontré un paisano, un buen comienzo. No fue difícil llegar andando a este pequeño rincón, porque, como dicen los habitantes de León, aquí todo queda cerca de casa.

Encontré la fuerza para seguir soñando, cuando descubrí dónde escribir, y, aún mejor, dónde no escribir sola.

Los libros y las enciclopedias dispuestas por todas las paredes me circundaban de renovado entusiasmo y de inspiración, como si no tuviesen polvo, sino el mismo espíritu que guiaba los periodistas de La Espadaña en pleno posguerra.

La amable disponibilidad, la sonrisa y el apoyo de Carmen, la bibliotecaria, sigue sin abandonar a nadie. Su presencia en Azcárate es un pilar fundamental para no solo los erasmus, sino para otros muchos universitarios y jóvenes inmigrados.

Es la bibliotecaria, es Carmen, es una amiga que me incentivó y estimuló a seguir los estudios de filología hispánica. No fui sola, todavía,a descubrir esta corte de los milagros. Hay gran movimiento en los horarios de clase de español.

"Sierra Pambley es un lugar que posee su propio olor y su propia temperatura. La gente de aquí está todos los días procurando guardar esas cosas preciosas, libros, documentos, exposiciones, incluso cada ladrillo, planta, conservando la historia y, a la vez, creándola", explica Li Yongsi, ‘Lola’, de Guangzhou, China.

En la segunda planta, en uno de los espaciosos salones de estudio, ofrecen cursos básicos y intermedios de lengua castellana, extranjeros y nativos colaboran cada día, se conocen y estudian juntos.

El idioma, por todo mérito de los organizadores y de los profesores, no es más un muro que separa el nativo del migrante, porque, si un tiempo el ruego era alfabetizar a los españoles, hoy es el día de cotizar para la difusión del castellano en el mundo, en respeto de los pensamientos de Sierra Pambley.
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