Sus criaturas han volado hasta los más alejados confines del globo, desde Noruega o Sudamérica hasta Estados Unidos, Nueva Zelanda o Australia. “La gente que nos compra se lleva las piezas como si hubiera conseguido una joya”, reconoce con una sonrisa Begoña, que no en vano se especializó en joyería, orfebrería y esmaltes en la Escuela de Artes 3, en la calle Estudios de Madrid.Fue allí donde conoció a Miguel, madrileño como ella, que llegó a aquel centro unos años después de abandonar el instituto, tras apasionarse con el modelado con un grupo que creaba marionetas a partir de pasta de papel en su Vallecas natal. Un problema familiar alejó a Miguel de la Escuela a los pocos meses de llegar, y acabó emigrando a Altea (Alicante) para completar su formación de manera autodidacta y echar una mano a una amiga que fabricaba allí marionetas. El reencuentro con Begoña se produjo cuando ella finalizó su formación y se trasladó hasta Altea, donde juntos acabaron creando en 1991 Etcéteramarionetas.“El nombre del taller se me ocurrió porque cada personaje que hacemos es único. No trabajamos con moldes y aunque a veces nos pidan repetir un personaje que hayan visto en nuestra web o en alguna feria, siempre hacemos algo diferente. Nuestro trabajo es un etcétera continuo. De ahí surgió la idea”, relata Miguel.Tres años después de iniciar las actividades del taller, el nacimiento de Atila, su hijo mayor, les hizo replantearse su proyecto vital: “Pensamos que quizá necesitáramos un lugar más tranquilo, donde nuestro hijo pudiera criarse en el campo, y nos trasladamos a Murias, a una casa que había sido de mi abuelo y que heredó mi madre”, relata Begoña, que recuerda cómo su abuelo, “como buen maragato, se fue a Madrid con un negocio de pescadería”, y por ello su madre, ella y sus hermanos nacieron ya en la capital.En Murias de Rechivaldo, en una casa maragata tradicional de mediados del siglo XIX, con su patio interior y sus anchas paredes empedradas, comparten su hogar y su taller con Enol, su hijo pequeño (que aguarda el momento de dar el salto a Madrid como ya hiciera su hermano mayor), dos gatos y Maya, una pequeña perra ciega que Atila encontró abandonada en Altea y que les acompaña desde entonces.El proceso creativoComo relata Miguel, su trabajo surge “de la improvisación”. Es él quien, a partir de variadas fuentes de inspiración, decide qué tipo de personaje quiere modelar y, sin dibujos ni bocetos de por medio, se lanza a la creación. A partir de sobres de celulosa de rayón en polvo, compone la mezcla idónea hasta dar forma a pasta de papel que amasa a su gusto, antes de iniciar el modelado. Después de integrar en el rostro los ojos (casi siempre canicas, blancas o negras, que transmiten una viveza poco común a sus miradas), acelera el secado del exterior de la pieza con un radiador antes de vaciar el interior “para eliminar peso” y hacer más fácil el movimiento de las marionetas. Tras dar forma a cabeza, pies y manos del personaje, Miguel inicia el proceso de pintura. La base la trabaja con un aerógrafo para lograr una “textura homogénea”, y a continuación comienza a pintar con acuarela líquida los ojos, la boca y cada detalle, antes de proceder al barnizado y ceder el material a Begoña para que inicie su labor.
Es ella quien realiza el resto de piezas que conforman la personalidad única de todos los seres que salen de su taller: el cuerpo, los brazos y piernas, los trajes y los incontables complementos que convierten cada muñeco en un ser diferente, con su propio carácter e historia personal detrás. “Nunca utilizamos patrón para las partes del cuerpo ni para los trajes”, explica Begoña, que se ocupa también de moldear y peinar el cabello, el bigote o la barba de cada marioneta, a partir de fibras naturales como la lana o el cáñamo.
“Es un trabajo muy creativo”, defiende Begoña mientras Miguel asiente y completa: “Una marioneta es un material muy vivo, le puedes dar cuanto quieras. Además engloba varias técnicas, y los dos estamos haciendo lo que más nos gusta”. Sin embargo, reconocen que el aspecto artesano condiciona su ritmo de producción y eso lastra en cierto modo la creatividad, ya que además muchas veces se ven obligados a ‘repetir’ vagabundos, magos u otros personajes más demandados habitualmente, y eso les deja menos tiempo para dar forma a piezas de inspiración libre que ejecutan por puro placer.
En su repertorio de los últimos tiempos aparecen homenajes a artistas que les han influido como el actor británico Lindsay Kemp (una pieza que han vendido recientemente a Francia), el icono de la música David Bowie, el siniestro muñeco del cine de terror ‘Saw’, o los integrantes del grupo de música experimental de los años 70 The Residents.
“Cada personaje tiene su propio origen. Hace unos años, por ejemplo, tras leer ‘El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas’, de Haruki Murakami, decidí iniciar una serie de personajes inspirados por la ‘little people’ que aparecía en aquella novela, y más adelante seguramente haré alguno basado en Johnny Walker, otro personaje de ‘Kafka en la orilla’. Las conexiones son muchas: puedes crear una marioneta a partir de un tatuaje que has visto en internet o a partir de películas como ‘Nosferatu’, ‘Frankenstein’, ‘El señor de los anillos’ o ‘El laberinto del fauno’”, señala Miguel.
De esta última película crearon meses atrás un ‘hombre pálido’ (el emblemático icono del film de Guillermo del Toro, con ojos en manos y piernas) del que se enamoró Anita, una mujer noruega que compró esa pieza junto a una duende pelirroja. “El perfil habitual del comprador es una persona que se sorprende por tu trabajo, se enamora del personaje y se lo lleva. A partir de ahí, repite muchísima gente. Quienes nos compran son un público fiel, y al cabo del tiempo vuelven a comprarnos, para ellos mismos o para regalo”, añade Miguel.
Presencia internacional
Begoña recalca que, “desde hace unos años”, venden “mucho más fuera que en España”, gracias sobre todo a su portal en la plataforma online de artículos hechos a mano Etsy. “La presencia en internet es un proceso lento y requiere mucho esfuerzo. Es algo que puede funcionar, pero le tienes que dedicar tiempo. A mí me toca modelar, pintar, montar y luego actualizar los portales de internet e intentar mejorar la presencia en buscadores. Si tuviera más tiempo podríamos promocionar más nuestro trabajo, pero no tenemos más capacidad”, resalta Miguel.En cuanto a su participación en ferias internacionales, desde hace décadas se trasladan todos los veranos a Altea durante varios meses, ya que por allí pasaba una buena cantidad de extranjeros que acaparaban la compra de sus piezas más elaboradas. “Había una muestra de artesanía donde todos los talleres tenían mucho nivel y se vendían bien las piezas caras, pero ya llevamos unos años en los que cuesta cada vez más”, lamentan.En el extranjero, Andorra, Francia, Irlanda y Alemania concentran sus principales viajes, si bien cada desplazamiento al extranjero acarrea unos gastos en ocasiones inasumibles, que frenan su internacionalización. “En Alemania participamos hace años en la Feria Internacional del Juguete de Núremberg, que es el certamen más grande a nivel mundial del juguete y la muñequería. Tener un expositor allí era carísimo y el viaje también; además apenas había venta directa y casi todo pasaba por grandes distribuidores. Un distribuidor turco nos pidió 300 piezas de cada, pero era algo imposible de conseguir, porque si metes a otra gente a trabajar en el taller las marionetas pierden su esencia”, señala Miguel.Entre otras cosas, aquella participación les sirvió para distribuir sus productos a FAO Schwarz, probablemente la tienda de juguetes más emblemática de todo el mundo, en la Quinta Avenida de Nueva York, que cerró sus puertas el pasado verano tras más de siglo y medio de historia (en ella Tom Hanks grabó la mítica escena del piano gigante de ‘Big’). “Estuvimos trabajando con ellos un par de años, pero luego comenzaron a pedir más y más exigencias y a poner normas muy estrictas y tuvimos que dejarlo”, completa.En su opinión, “es muy difícil progresar en España con las pocas ayudas que se dan a la artesanía. Pagamos autónomos como el que más y no tenemos las mismas salidas ni posibilidades para nuestros productos. Ahora mismo las ferias cuestan una barbaridad y no tienes asegurado ningún ingreso, y luego paga autónomos, compra los materiales, búscate la estancia... Yo he pasado muchísimas navidades durmiendo en la furgoneta, pero llega un momento en que el cuerpo ya no lo permite”.El precioLas marionetas que en estos momentos tienen a la venta cuestan entre 130 y 350 euros, cantidades que ellos entienden que para mucha gente en España, en estos momentos, es prohibitiva. “Es complicado ponerles precio después de todo el tiempo que les dedicas y tenemos que adaptarnos a los precios del mercado, aunque si comparas piezas con una calidad más o menos similar a las nuestras, vendemos bastante barato”, señala Miguel.
Él recuerda que, tiempo atrás, hicieron guiñoles de mano que eran bastante más baratos, pero el trabajo era “muy repetitivo y cansino”, hasta el punto de no compensarles. “El problema es que no sabemos hacer cosas baratas”, retoma Begoña, “porque incluso esos guiñoles se modelaban y pintaban uno a uno, y cada traje tenía detalles diferentes”. “Cada vez te complicas más”, confiesa reconociendo que son incapaces de no trabajar al detalle cada pieza.
Tras aquella etapa decidieron centrarse en las piezas más grandes, una especialización con la que Miguel considera que acertaron, ya que “la gente a la que le gusta la muñequería aprecia mucho” sus productos. “A los rusos y la gente de los países del Este, que tienen una gran tradición de marionetas, les gustan mucho”, detalla.
Entre las claves para que cada personaje tenga una personalidad propia, Miguel lo tiene claro: “Dedicarle a cada una el tiempo que necesite”. “Yo nunca planifico el tiempo que le voy a dedicar a cada pieza. Hasta que no estoy conforme con el modelado no avanzo al siguiente paso, y si no estoy conforme con lo que estoy consiguiendo, tengo que desechar la pieza. Con la pintura pasa lo mismo: si me sale mal, si puedo lo corrijo, y si se me estropea hay que tirarla”.
Begoña reconoce que, tras todo el tiempo que le dedican a cada pieza, en ocasiones les cuesta desprenderse de alguna, ante lo cual Miguel enseguida toma la palabra con una sonrisa amarga: “Más doloroso es ir al supermercado y no poder pagar, o que te llegue un pago urgente que no puedes afrontar”.