Me gustaría escribir con moderación, con buenos modos, modales y maneras. Con contención, sin elevar el tono, con la calma que otorga la razón y las buenas razones. Hay momentos en los que esta actitud, sin embargo, no sólo no sirve para nada, sino que desvirtúa el mensaje, inutilizándolo. La corrección política se convierte entonces en pura cobardía, la condescendencia en consentimiento, el silencio en colaboración necesaria.
Me viene en tumulto, a borbotón, el rico vocabulario nacido del pasmo que produce el toparse irremediablemente con alguien incapaz de reaccionar ante una situación límite, sobre todo cuando tiene la obligación y la responsabilidad de hacerlo para bien de todos. Cretino, lerdo, mentecato, lelo, pasmao, imbécil, bobo, atontao, estúpido, besugo, borrego, merluzo, asno, fatuo, majadero, zopenco, tarugo, zoquete, obtuso, idiota, insensato, necio. Son algunos de los términos que ofrece nuestra lengua, tan exuberante, para el desahogo del cabreo.
Digo que no voy a moderarme en exceso, así que me referiré al Presidente del Gobierno. «Espero que la Fiscalía confirme que estas afirmaciones no son ciertas», ha dicho Rajoy sobre las «preocupantes» declaraciones del juez Vidal en que hace una exhibición jactanciosa del golpe de Estado que el independentismo catalán está llevando a cabo, retransmitido online. Sabemos que un tonto hace ciento, sobre todo si es Presidente de Gobierno. Así que esta afirmación no sería tan inquietante si no supiéramos que existen cientos de necios que le siguen, miles de bobos de solemnidad que están ocupando cargos públicos, políticos en gran mayoría, pero extiéndase la plaga a empresarios, jueces, fiscales, académicos, escritores, dirigentes sindicales y siga usted la flecha en todas las direcciones.
Fijémonos en lo único que le preocupa: que el Fiscal «confirme» que «no son ciertas estas afirmaciones». Algo que se está haciendo a la luz del día, que se anuncia, se describe y se lleva a cabo sin impedimento alguno (está en la web de la Generalidad, en los documentos del Parlamento, en el Libro Blanco de la Transición Nacional de Cataluña), usando para ello todo el dinero que quieren, pues nada, que el Fiscal confirme, no los hechos, sino que los hechos no son ciertos, que «no se ajustan a la verdad», como ha dicho eufemísticamente ERC. ¿En qué quedará? Ya lo sabemos: en «algunas irregularidades»… Y vuelta al puro, que aquí no ha pasado nada. «La mesura y el diálogo sirven para resolver problemas y la exageración y el extremismo no conducen a nada», ha rematado esta faena de cabestro.
Los de Dolça Catalunya han dicho algo que debería ser un clamor de los demócratas: «Lo que debería empezar de verdad es la entrada de una larga hilera de furgonetas tintadas en la plaza San Jaime, llenas de fiscales, investigadores, funcionarios y policías que deben registrar todas las dependencias de la Generalitat (públicas y francas) y comprobar que los políticos respetan nuestros derechos, la ley y el Estado de Derecho».
Recordemos que el juez Vidal es hijo de un alcalde franquista y de un abuelo pata negra de los que recibió calurosamente a Franco en Barcelona (como más de media Cataluña, incluido el abuelo de Puigdemont). O que la encargada de la Protección de Datos en Cataluña, una tal Barbarà, fue la número dos de Homs en el Departamento de Gobernación. O que Puigdemont ha dicho públicamente: «Se está trabajando hasta el último detalle y no sólo en los textos normativos indispensables sino también en otras medidas más concretas y operativas, como todo lo que afecta a los recursos humanos, materiales y presupuestarios necesarios con tal de que el nuevo Estado, en el momento de la desconexión, pueda ejercer efectivamente las nuevas funciones que deberá asumir, (…) desde la ley fundacional y de transitoriedad hasta el protocolo relativo a la gestión de los ríos o las carreteras internacionales, el tratamiento de residuos nucleares, etcétera, que se irán presentado en el momento en el que se estime políticamente oportuno».
Tienen ya montada su Gestapo, su brigada político-social, con la lista de afectos y desafectos al régimen, jueces, periodistas, funcionarios, enseñantes, comerciantes, empresarios, mossos… Todos los ciudadanos ya convenientemente fichados, pero los cabestros no se lo creen. ¡Con lo fácil que sería comprobarlo!
«Los tontos de nuestra época se caracterizan por su pusilanimidad» ha escrito Javier Marías. Por eso, «cuando se cede el terreno a los tontos (…); cuando éstos imponen sus necedades y mandan, el resultado suele ser la plena tontificación». Así estamos, dirimiendo si los hechos se ajustan o no del todo a la verdad de los hechos, si la ilegalidad se ajusta o no del todo la legalidad de la ilegalidad, si la irregularidad es mitad o cuarto y mitad de irregularidad…
(Cabestro es un toro castrado encargado de conducir a las reses bravas hasta el coso y los toriles. Que cada uno interprete la metáfora como quiera).
La hora de los cabestros
01/02/2017
Actualizado a
18/09/2019
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