Quitando algún ejemplar raro son los pájaros los animales más queridos en general. Llegan a superar aquel ‘rencor’ inicial de ser los portadores de la primera gran decepción vital, la de comprobar que hasta lo más sagrado puede ser mentira.
Recuerdo de niño la fascinación que producía aquel recordado pasaje bíblico que tantas veces te repetían en las catequesis aquellas de las filminas. «Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros de mucho más valor que ellas?». Pasaba el tiempo, te reñían en casa y decidías revelarte y esperar escondido detrás de alguna sebe. El hambre no nos iba a rendir,
creíamos, hasta que comprobábamos que el Padre celestial no nos hacía ni caso y cuando apretaba el hambre había que volver con la frente marchita. Pero la culpa la pagaba el cura, que nos lo contó, y no las aves del cielo que habían sido utilizadas para la parábola.
Las aves nos regalaron una gran película de pájaros, las cigüeñas traen a los niños y anuncian el fin de los días más oscuros del invierno, los petirrojos te saludan en la ventana en los amaneceres de nieve, un urogallo es un avistamiento más preciado que un OVNI (salvo para Iker Jiménez),y hasta los buitres en el cielo, que anuncian una muerte, limpian los campos de infecciones.
Y le regalan al nuestro Mauri otra impagable fotografía.
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