19/02/2020
 Actualizado a 19/02/2020
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Se acerca la época de la poda. Aquí, en el campus, los jardineros ya están podando. Yo prefiero esperar a la última luna menguante del invierno, justo antes de que llegue con su brío la primavera. Prefiero esa luna, para evitar una floración temprana, para limitar el riesgo de una helada que arrase sin piedad las tiernas flores. Aun así, la amenaza de exterminio persiste, pues en León, no es extraño que hiele en el mes de mayo.

La poda es buena si hablamos de árboles, en concreto, de árboles frutales. Podar los frutales es beneficioso, incluso necesario, para lo que esperamos de ellos: fruto abundante y sano. Sin embargo, no tengo tan claro la bondad de la poda aplicada a los seres humanos. A no ser, que el fin que se persiga sea el perverso fin de convertir a hombres y mujeres en productos.

Que no se le pueden pedir peras al olmo es una ley incuestionable en la sociedad arbórea. Pero los seres humanos, a diferencia de los árboles, somos una especie tan anómala como asombrosa, y en nuestros genes y nuestra voluntad llevamos la feraz capacidad de dar tanta variedad de frutos como imaginar logremos. La vida en nosotros es tan generosa que nos nacen ramas sin orden ni concierto, libérrimas. Llegamos a este mundo con múltiples potencias y posibilidades de fructificar. Por desgracia, desde que llegamos, la familia, la escuela, la universidad, el sistema económico, el Derecho, el mundo laboral, los distintos credos, no dejan de podarnos, hasta convencernos de que sólo somos manzanos y que dar manzanas, solamente, es nuestro destino y nuestro éxito.

Hasta tal punto olvidamos todo lo que somos, que es también todo lo que podríamos ser, que entregamos nuestra vida a ese único y paupérrimo objetivo de dar buenas manzanas. Hemos interiorizado de tal modo este sino como nuestro, que cualquier extravío conlleva frustración, culpa y fracaso. Y toda veleidad, tímida expresión de una libertad acojonada, es juzgada como desvarío y a quien pretenda, osadamente, hacerla realidad, se le critica como oveja descarriada, loco o revolucionario.

Vivamos mientras podamos, pero no confiemos demasiado en las tijeras.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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