10/01/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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Mañana se sienta en el banquillo de la Audiencia de Palma la soberbia. La soberbia de una infanta de España que aún no ha pedido disculpas a los ciudadanos de este país, del que pretende y mantiene no sé qué derechos a la sucesión en el trono.

Cristina de Borbón no ha sido condenada y le asiste, como a Urdangarín, Matas y al resto de la pandilla, la presunción de inocencia. Los periodistas no dictamos condenas penales: dejemos que los jueces hagan su trabajo; pero a los ciudadanos nos asiste el derecho a que no se nos tome el pelo y se insulte nuestro sentido común.

La infanta Cristina y su marido, y la Casa Real que amparó sus negocios, han incurrido en conductas poco ejemplares, indignas: han abusado de su título, posición y condición, abrevando en las ubres del dinero público, de nuestros impuestos que tanto nos cuesta pagar. No les llegaban sus asignaciones en los presupuestos del Estado, sus puestazos en La Caixa o Telefónica y todos los demás tratos de favor: su soberbia era insaciable, y sigue siéndolo porque no se les ha escuchado una sola disculpa ante los ciudadanos.

La infanta Cristina ha hecho más daño a la monarquía ella solita que miles de republicanos con la bandera tricolor. Lean el Auto de procesamiento dictado por el juez Castro: lo he desmenuzado en mi libro ‘1001 tuits por amor’ (eBooksBierzo/Amazon). Abran cualquier página al azar: un saqueo continuado, una mentira tras otra, una burla a la decencia. Lo afirman el juez instructor, el fiscal, la audiencia que confirmó el procesamiento, cientos de pruebas y testigos, y miles de evidencias del latrocinio.

Mañana se sienta en el banquillo de la Justicia la soberbia de Cristina de Borbón y con ella todo el tinglado institucional que amparó sus malos pasos, empezando por su real padre. ¡Y aún dirán que los republicanos somos radicales!

[Esta columna cierra, con intención de volver, la serie iniciada en noviembre de 2013. Gracias a La Nueva Crónica y a sus lectores].
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