19/04/2015
 Actualizado a 15/09/2019
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Cuarenta y dos años lleva la familia del cantautor Víctor Jara, asesinado por la dictadura de Pinochet en 1973, ¡cuarenta y dos años esperando Justicia!, palabra que escribo con mayúscula, como un dique frente a la barbarie.

El otro día salía en TV, sentado en un sofá de diseño, en una de las entrevistas más empalagosas que recuerdo, un tal Felipe González. Mi hija Alicia, de 14 años, que sigue la actualidad con atención por encima de la media adolescente, observando el programa preguntó: –¿Quién es?

Por mucho que Felipe sea obvio para los cincuentones, los chavales y chavalas no saben quién es, como tampoco saben quién fue Víctor Jara. Perdonen la comparación grosera: de Felipe vamos sabiendo su millonaria amistad con Slim, sus puertas giratorias, su aburrimiento en los consejos donde cobra 300.000€, o su alineamiento indecente con Aznar contra Venezuela. Dios los cría y ellos conspiran juntos y hacen entrevistas vomitivas.

–¿Quién es? ¡Otro corrupto! –respondí, apagando el televisor– olvídalo, no merece la pena. Mejor escucha esta canción: me gustaría que sepas quién fue Víctor Jara.

Le conté entonces la historia de Víctor Jara: cuando yo tenía tu edad (Alicia me miró como si los padres nunca hubiéramos tenido 15 años) lo asesinaron por cantar a la libertad. Primero le cortaron las manos para que nunca más pudiera tocar la guitarra, luego lo torturaron y lo acribillaron. 44 disparos contó la Comisión de la Verdad en 1990. Cuarenta y dos años ha tenido que esperar su familia, y cuantos hemos cantado sus canciones a coro, abrazados, estrechadas las manos.

Toma, hija, este viejo casette que aún funciona: escucha A desalambrar, canta conmigo Comandante Che Guevara, siente cómo se te eriza la piel con Te recuerdo Amanda. Oye cómo te habla su voz limpia y clara, observa la mirada que te mira a los ojos. Víctor Jara nunca se sentó en un sillón chester ni le hicieron entrevistas complacientes, nunca se sentó en un consejo de Gas Natural ni coqueteó con millonarios. Abre los ojos y los oídos a la libertad, hija, deja que una ola de dignidad y de emoción te inunde, tú que como Víctor Jara tienes el corazón limpio.
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