«Póngame tres globos, dos papones, cuatro autoridades, cinco limonadas, de tapa sangre frita, morcilla si es de La Bicha, dos cofrades discutiendo entre negras y blancas, una pareja llorando porque no va a salir la procesión como se siga poniendo negro el cielo, un guiri preguntando dónde puede jugar a las chapas, cuatro rapazas con las trompetas en la mano regresando a casa con feliz cara de cansadas, unos que recitan versos burlescos en la plaza y honran a un borracho que en un par de días —o tres—va a congregar a muchos de su misma condición de orujeros irredentos». Y que no falte alguien que llame a la radio escandalizado con que cientos de feligreses presuman de trasegar y, lo que es peor, que las televisiones que vienen a tomar imágenes de los pasos y la religiosidad de una tierra acaben grabando a los borrachos sin vacunar y sean ellos los que gozan de los minutos del Telediario que tenían que dedicarse a nuestras procesiones. Sin entrar a lamentar que los únicos que se dignaron en sacar algo de lo ‘oficial’ ensalzaran el recogimiento y la religiosidad de las tradiciones castellanas. Ay diosico. «Mátame camión», que decía el clásico.
¿Es eso la Semana Santa? Pues ni idea, digo lo que veo y para responder me pido «el comodín del señor obispo», que también es muy campechano.