Decía con mucha gracia Luis ‘el castañero’ que hay que tener mucho cuidado con la nostalgia, «que yo también iba con mi padre al castañero y decía que de mayor quería ser castañero... y mira dónde acabé».
Sabe él, que también pensó antes de poner el Changai, en salvar al mundo que las nostalgias las carga el diablo, aunque a él le favorezca en una parte pues cuando abrazan el cucurucho para que les de calor realmente están viajando a aquellos inviernos que eran más fríos, a aquellos paseos en los que comprar castañas era un lujo, a aquella ciudad que bautizaron como la capital del frío en la que los abrigos y demás prendas de abrigo no eran lo que son y el cucurucho ayudaba a sacar ese frío que se te había metido en el alma.
Cuando viajas a la nostalgia lo haces a la cara dulce de ella, sin el frío pero con la añoranza del paseo y, sobre todo, con la desazón del tiempo que ha pasado.
- ¿Qué es lo que más añoras de hacer cuarenta años?; le preguntaron al profesor Bueno, quién no dudó en la respuesta: «Que yo tenía veinte».
Pregúntale a la mujer —si vive— si añora aquellas tardes escogiendo castañas. Ahora si le preguntas si añora los años que tenía...