Tenía el bueno de Escobar dos pavos sueltos por su finca en la carretera de Orzonaga, aquel Centro de Interpretación de lo Ininterpretable, que cuando alguien se asomaba a la valla que lo cerraba llevaba el susto de su vida, aquellos alaridos que llaman glugluteos sorprendían como terribles aullidos de la fiera más currupia. Escobar, que andaba por allí trasteando, reía abiertamente: «¿Qué les pasa, de qué se asustan? ¿qué quieren que les hable en voz baja y susurrando como el cura en la misa cuando los monaguillos van a pasar la cesta? Así es la vida hermano, ellos gritan y tienen razón, que en Navidad les van a meter gañote».
Pasado aquel momento tenso todo volvía a la calma; como cuando los mastines bajan feroces con sus ladridos roncos y cuando ya no sabes si correr o llorar se detienen, marcan su territorio y se van. El susto es lo que te queda.
Dicen los expertos que hasta el oso se dará la vuelta si tienes la sangre fría de verlo acercarse, quedarte quieto y mirarle a esa cara que tanto gusta a los cazadores de fotografías.
Ellos andan a lo suyo, por más que en el horizonte esté acabar en algún horno para celebrar una Navidad en la que igual es lo único que nos van a permitir, siempre caen los mismos.
Del futuro ni hablamos
Mauricio Peña pone la foto y Fulgencio Fernández, el texto. La última de La Nueva Crónica
25/11/2020
Actualizado a
25/11/2020
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