Hasta el ser más noble –es difícil encontrar uno que lo sea más que el mastín que apellidan leonés– necesita acudir a artilugios ‘menos nobles’ para proteger a sus rebaños, pues la gran ventaja de los malos es que ni saben ni quieren saber de normas, ni de reglas del juego y, sobre todo, de nobleza.
Y los mastines se ponen carrancas. A los mastines les ponen carrancas.
Vistas así, a palo seco, parecen erizos de hierro rodeando el cuello del gran defensor de cabras y ovejas. Púas letales que se hacen collar justo en el lugar donde el lobo busca el punto débil, la sangre y la muerte.
¿Nos tendremos que poner carrancas?
Urbano, harto de que le fuera todo el mundo a tocar el rabo de su eterna boina, le colocaba un alfiler por dentro del rabo y el que buscaba la broma salía escaldado, ya nadie intenta la broma cuando el buen paisano se sienta.
Los mejores también se ponen carrancas pues ya está descartado que sea una filosofía de vida poner la otra mejilla.
La pregunta que hoy se hace todo el mundo es si hay carrancas para este puto virus que también nos acecha a traición.
Cuando estaba en la mili hubo una diarrea general de soldados, le dijeron al cabo que era un virus que venía de Zaragoza y fue contundente:«Que cierren las ventanas». No sé si será eficaz, carrancas no son, pero...
¿Hay carrancas para virus?
Mauricio Peña pone la foto y Fulgencio Fernández, el texto. La última de La Nueva Crónica
14/10/2020
Actualizado a
14/10/2020
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