Es un clásico contar aquello de que «lo malo no es la bala, es la velocidad que lleva», que también se le aplica al boxeo para recordarnos que «lo malo no es el puñetazo, es la velocidad que le mete el boxeador».
Todo depende, siempre, y más en estos tiempos que hay tres ofendidos por cada cuarto de noticia.
La imagen es tan ingenua como cualquiera que puedas imaginar en un niño con cara de niño, o una niña con cara de niña, que tanto da. Otra cosa es la velocidad que tú le quieras poner, que es tanto como decir la imaginación que le quieras echar y ya veas a la niña metida en todos los barros y follones sin reparar que con esa cara solo puede estar matriculada en la Facultad donde expiden el título de ángel.
Dice el padre Martino, sabio por el tercio de los maestros itinerantes por calles y montes, que «si echas a moler el molino de la imaginación de las maldades... te acaba moliendo a tí».
Cree en la bondad, por más que el periódico te lo ponga difícil.
Cree en la bondad, por más que el telediario te amargue.
Cree en la bondad, por más que el viejo Parte sea un parte... de guerra.
Te digo una cosa, no imaginas lo bien que se duerme.