Hay mil símbolos que vemos cada día, utilizamos y hacemos nuestros sin preocuparnos de qué son, de dónde vienen, cómo llegaron a instalarse en el sofá de nuestras casas, quién los colocó en el mundo... Si vamos a preguntar por todo nos acabarán tachando de ser el ‘repelente niño Vicente’, en ‘lleunés sabelotodo’.
Un escritor de este viejo reino resumió en una todas las preguntas sin respuesta y las convirtió en el título de uno de sus libros: ‘¿Para qué sirven los charcos?’, una obra que, como no podía ser de otra manera, no ofrece sinopsis sobre su contenido. Si no está claro lo que significa todo el volumen como para resumirlo.
¿Porqué el símbolo de la paz es una paloma o los indios la fuman en pipa? ¿Porqué el infinito es un ocho tumbado, condenado a no levantarse a riesgo de perder casi todo su valor? ¿Y porqué las huchas siempre son un cerdito?
Lo bueno de estas preguntas es que te dejan abierta la posibilidad de buscar tú respuesta, al margen del arca de Noé, el calumet o lo que los manuales de anécdotas cuenten. Yo lo que tengo claro es la explicación que daba Sidoro el del bar para la hucha-cerdito y no estoy dispuesto a que nadie la rebata: «Es que cuando matas el gocho llenas la despensa para todo el año y vas sacando poco a poco, por eso la rendija es pequeña».
¿Qué la rendija es para meter? Eso es lo que tú te crees.
¿Para qué sirven los charcos?
Mauricio Peña pone la foto y Fulgencio Fernández, el texto. La última de La Nueva Crónica
10/12/2020
Actualizado a
10/12/2020
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