Tengo un amigo, seguramente una de las plumas más brillantes de esta tierra de escritores, al que siempre le achacan que no escriba más, que no haya llevado al papel la gran novela que seguramente lleva en su cabeza, que, en definitiva, sea un poco vago.
O un mucho. Y se conforme con pequeños escritos locales, columnas, charlas, filandones, tertulias en la tasca...
Y él se defiende con una explicación realmente brillante y difícil de rebatir: «¿Una novela? ¿A santo de qué? Yo de la escritura el mejor pago que espero es que cuando voy a la Junta a llevar un papel me salude porque me conoce la mujer que está limpiando, el segurata o un paisano que va a solicitar permiso para hacer un pozo y regar el huerto ¿Te parece más importante que un crítico de Madrid, que seguramente sólo leerá la solapa de la novela, diga que es muy buena y descubra segundas lecturas que yo jamás pensé?».
Sinceramente, tiene razón. Y lo hemos vuelto a ver. En estos días de encierro, con todas las redes sociales metidas en nuestro móvil, con el mundo encerrado en nuestro ordenador... la necesidad que hemos sentido no es universal sino la de salir al balcón y cantar para el vecino, o decir misa para la calle,dibujar para todo el barrio o tal vez aplaudir para la ciudad... Pero con la necesidad de verlos y de que ellos nos vean, asomados a la ventana.
Porque el que nos importa es el vecino, como bien decía donMariano.
Porque el vecino es el que importa
La última página de LNC con la firma de Fulgencio Fernández, que pone la letra, y Mauricio Peña, que se encarga de la foto
28/04/2020
Actualizado a
28/04/2020
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