A Cardín el de Villanueva le gastaban bromas los vecinos llamándole Ri Cardín para preguntarle después si era primo de Pierre ‘Cardín’ porque él también había revolucionado la arquitectura con su forma de entenderla: tejados hechos de cuatro o cinco materiales (los que iba encontrando), construidos a cuatro o cinco aguas (tantas como materiales tenía el tejado), fachada alicatada y azulejada «por fuera» (para que no dieran humedades), paredes irregulares y en curva (las que su torpeza como albañil propiciaba) y mil novedades arquitectónicas más entre las que no faltaba una ventana de la cuadra tapiada con ladrillos que iba cogiendo cuando los necesitaba en otra parte más noble de la casa esgrimiendo un argumento irrefutable, lo mires por donde lo mires: «Todavía hay clases, no es lo mismo el gocho que el amo».
El caso de Cardín (Ri) era llamativo porque reunía en un solo espacio todas las infracciones estéticas y urbanísticas que puedas imaginar. Pero, por partes, la provincia está llena de retazos estéticos que denotan el abandono, el olvido, el parche para ir tirando «los cuatro días que venimos en verano»: ventanas tapiadas de ladrillos, puertas protegidas por tableros, cierres que son viejos somieres, tejados de viga vista, paredes que desafían las leyes de la gravedad, palos atravesados que quieren ser cierres, portones que no ven la pintura desde su juventud, gateras sin gatos... Cardines más allá de Cardín (Ri).
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