"Yo hago 101 años, o 55 según como se mire, si cuento desde mayo de 1968 cuando me cayó un rayo y no me mató, aunque me dejó la marca aquí en el cuello por donde iba la cadena y la medalla". La que este miércoles hacía los 101 años es Maximina Ordás, con una impresionante lucidez y que sonríe cuando le repiten la broma de que "como el rayo no la mató le cargó las pilas".
Su hijo acudió desde Vitoria al pueblo omañés para celebrar con su madre y su tía Anita el aniversario de Maximina. Trajo una tarta de Santiago y la buena mujer le dijo de memoria la receta de la tarta, porque a ella la cocina se le daba bien y se le sigue dando, pues aún sigue en los fogones de esa cocina de leña que tiene casi permanentemente prendida. "Estoy muy agradecida a todos los que me vienen a ver", repetía a los parientes que a lo largo del día pasaron a felicitarla, pero ella insiste en que ella y su cuñada Anita se arreglan muy bien solas, pese a que entre las dos suman 197 años, pero son muy duras las dos, que tienen las castañas preparadas para ponerlas a asar encima de la chapa de esa cocina eternamente prendida, que invita a la conversación al calor que desprende.
Ya ha contado Maximina muchas veces los recuerdos de aquella tarde que estaba con el ganado, con las ovejas, las de la vecera del pueblo, "cuando me cayó el rayo, que había una tormenta muy fuerte. Y ya no me digáis que os cuente más pues no me acuerdo de nada, me quedé sin conocimiento y cuando desperté no recordaba lo que había pasado, pero vi que el carea que tenía conmigo, la Lira se llamaba, estaba muerta, calcinada. Y yo la ropa que traía nunca más sirvió para nada".
Y cumple con el rito de mostrar a quien se lo solicite la marca que aquel rayo le dejó alrededor del cuello, una marca negra grabada a fuego por donde iba la cadena y la medalla que llevaba puestas. Ante la incredulidad de quien la observa Maximina sonríe y Anita vuelve a mirar con la cara de quien ya ha visto tantas veces la escena que no la perturba nada. Felicidades por los 197 años conjuntos.