Jaime Gundín y Silvia Gutiérrez estudian segundo y primero de Medicina respectivamente en la ciudad eslovaca de Košice y el pasado 3 de abril emprendieron un viaje de 53 horas para llegar hasta su tierra natal, León, y poder estar con sus familias en estos momentos tan complicados. Un autobús, facilitado por el consulado, los trajo hasta Madrid junto a otros 30 estudiantes españoles cruzando media Europa y traspasando frontera tras frontera. Y una vez allí, pasaron una larga noche de espera antes de coger el primer tren que había de vuelta a León.
«Todo el viaje fue surrealista», reconoce Silvia, todavía sorprendida por la velocidad a la que sucedieron los acontecimientos. No se trata de una repatriación, ya que los propios estudiantes debían pagar 300 euros por el autobús. Lo que hizo el consulado español en Košice fue facilitarles la oportunidad de regresar a España. Tres conductores eslovacos, que deberían pasar una cuarentena de 15 días a su regreso a Eslovaquia, se encargaron de llevarlos en este viaje que a buen seguro ninguno de los protagonistas olvidará.
A principios de marzo, los futuros médicos acudían a clase con una relativa normalidad solo rota de manera puntual al ver por la calle a alguien con mascarilla. Mientras los españoles arrasaban los supermercados, allí había cierta tranquilidad con un puñado de casos declarados de Covid-19. El 10 de marzo les cancelaron las clases presenciales por 15 días y pospusieron exámenes parciales. En aquel momento Jaime y Silvia no se planteaban volver, pues la situación parecía estar mucho más controlada allí que en España. «Volver a España era literalmente salir al campo de batalla», reflexiona Jaime.
Sin embargo, el 23 de marzo, cuando Eslovaquia contaba con 204 casos de coronavirus y ningún fallecido, la universidad canceló las clases de manera definitiva para todo el curso. Ahí llegaron las dudas: comenzaron a ser conscientes de que podían quedar allí confinados hasta septiembre, ya que el pico allí llegaría más tarde que en España. Nuestro país contaba ya en esa fecha con 33.000 casos positivos y 2.180 muertos.
«De primeras pensamos en quedarnos, porque la situación allí era mejor, pero luego empezamos a temer que nos tuviéramos que quedar allí encerrados todo el verano», explica Jaime. Después de las dudas, decidieron finalmente ponerse en contacto mediante un intermediario con el consulado, que en un primer momento les dijo que no podían irse en avión: «las fronteras estaban cerradas y consideraban prioritario repatriar desde países con un sistema sanitario más pobre».
El largo viaje a casa
La única solución les llegó el 30 de marzo, cuando el consulado les propuso volver en un autobús directo. Una treintena de estudiantes españoles hicieron la maleta, junto a los dos leoneses. Salieron a la carretera a las 9 de la mañana del viernes 3 de abril, sin saber cuándo podrían volver a la ciudad que los acoge en su etapa universitaria. «Nos dieron una bolsa con dos bocadillos, galletas y una botella de agua porque íbamos a pasar 45 horas en el bus», relata Jaime.
La embajada española en Eslovaquia les dio los documentos que los acreditaban como personas que volvían a su país de origen La embajada española en Eslovaquia les dio los documentos que los acreditaban como personas que volvían a su país de origen. El viaje, aseguran Jaime y Silvia, transcurrió sin grandes incidencias, y solamente en la frontera alemana tuvieron que bajarse del autobús y enseñar los documentos. Un momento que Silvia recuerda con cierta aprensión: «los guardias nos miraban como si tuviéramos la peste». Pero nadie les impidió el paso, tampoco les hicieron pruebas rápidas de Covid-19 ni controles de temperatura.
Las horas pasaban lentas dentro del autobús y no ayudaba el hecho de no tener enchufes dentro del vehículo. «Esto nos dificultaba bastante hablar con nuestros padres para decirles que estábamos bien», añade Silvia, que tenía que cargar el móvil unos minutos cuando el autobús hacía el descanso de rigor. Los conductores hacían pequeñas paradas cada 4 horas para poder estirar las piernas y tomar un poco de oxígeno. «Fueron muy agradables, teniendo en cuenta que los eslovacos suelen ser bastante fríos», relata Jaime con humor.
«Como en una película»
«Tienes la sensación de que estás en una película de ciencia ficción», cuenta Jaime con desagrado al recordar la escena de todos los estudiantes equipados con guantes y mascarilla, lo que dificultaba la respiración en el autobús. Se entretenían como podían, con películas descargadas y algún juego típico de viaje como el escatérgoris.
No sabíamos qué hacer cuando llegáramos a Madrid y teníamos miedo de quedarnos en la calle y que nos multaran «No sabíamos qué hacer cuando llegáramos a Madrid y teníamos miedo de quedarnos en la calle y que nos multaran», recuerda Silvia. Llegaron a la capital de España pasada la 1 de la madrugada del domingo 5 de abril, pero aún les esperaba una larga noche de espera hasta poder coger a mediodía el primer Alvia con destino León. En un principio pensaron que tendrían que hacer noche en la estación, en un Madrid que vivía confinado, con la maleta haciendo las veces de una almohada improvisada. Por suerte, pudieron refugiarse en un hotel cercano que estaba acogiendo personas con situaciones similares por 40 euros la noche.
El fin de la aventura
La aventura de Jaime y Silvia terminó ya en la tarde del Domingo de Ramos, 5 de abril, 53 horas después de haber salido de Eslovaquia, cuando al fin, agotados, cruzaron el Puente de los Leones y pudieron abrazar, de lejos, por aquello de la distancia de seguridad, a su familia. «Seguimos durante todo el viaje el protocolo estricto, lo hicimos bien, con las mascarillas, con desinfectantes y alcohol», asegura Jaime. En tiempos de coronavirus, no queda otra.
Ninguno ha presentado síntomas, los protocolos funcionaron. Ahora como la mayoría de estudiantes, siguen las clases por videollamadas, con exámenes parciales vía online y esperando como todos que esto termine pronto. Al menos ahora ya viven el confinamiento en casa bajo la protección de sus familias.