"Al Pozo Emilio la brigada de salvamento entramos ya de paseo"

El vigilante del segundo relevo señala que las Disposiciones Internas de Seguridad (DIS) eran “el catecismo por el que se debía regir la HVL” y considera que no se cumplían en su totalidad

R. Álvarez
22/02/2023
 Actualizado a 23/02/2023
manuel-angel-canon2.jpg
manuel-angel-canon2.jpg
El segundo testigo en declarar en la sesión del juicio de este miércoles por la muerte de seis mineros en la Hullera Vasco Leonesa (HVL) el 28 de octubre de 2013, Manuel Ángel Cañón Ordóñez, contaba con una doble función dentro de la empresa en el momento del accidente. Era vigilante de segunda en el segundo relevo en el taller del siniestro y también miembro de la brigada de salvamento, por lo que respondió a las preguntas que se le formularon por su experiencia en ambos puestos. El día del accidente «al Pozo Emilio la brigada de salvamento entramos ya de paseo», lamentó. En el taller pudo comprobar que «la rampa estaba en perfectas condiciones, no se había movido nada y estaba limpia. No había ni una gota de polvo de carbón en ella». Señales que, en su experiencia, le hicieron pensar en que lo que había pasado había sido un hundimiento de bóveda. «Es mi opinión personal, porque aquí nadie puede decir exactamente lo que pasó», insistió, pero había visto antes fenómenos gasodinámicos y declaró que el metano sale a «gran velocidad» y el carbón «muy pulverizado, hecho harina» y consideró que no fue el caso.

Atmósfera «altamente explosiva»

Cañón habló también de dos despidos que se habían producido de forma reciente en la empresa de dos miembros de la brigada de salvamento. En concreto del ingeniero técnico jefe de la brigada y del jefe de seguridad. Según dijo, el motivo fue «negarse a colocar un metanómetro en una planta en la que el riesgo era muy alto». «Los valores daban metano alto, mucho oxígeno y mucho CO2. Todo marcaba que aquello era una bomba, que la atmósfera era altamente explosiva y habíamos decidido que ahí no se colocaba un metanómetro porque era jugarse el tipo», subrayó. Los echaron de la empresa y confesó que esto hizo que el miedo a represalias entre ellos creciera. «Fueron despedidos por nuestra seguridad, por no querer dejarnos vendidos. ¿Usted qué cree? Si hacen eso con los ingenieros… Y al resto como premio nos mandaron al ERTE», afirmó recordando que hubo un tiempo en el que solo había un equipo de brigada en vez de los dos habituales.

De esta manera coincidió con las declaraciones de otros compañeros en días previos, en los que reflejaron que la manera de frenar las quejas en la HVL era a través de «castigos». «Viendo lo que había pasado (con los despidos) si yo llego a apuntar algo (alguna queja, en este caso preguntado por su labor de vigilante, no como miembro de la brigada) posiblemente me habrían echado y mi hija tenía que comer todos los días», dijo.

El testigo trabajó como vigilante de segunda en el taller desde que se inició su explotación el día 14 de octubre de ese año, 2013, hasta el viernes 25, el último día laborable anterior al accidente, cuando aseguró que acabó la jornada «bastante nervioso». «A media tarde hubo un estruendo muy grande, un golpe de techo. Salió mucho gas y mandé abandonar la labor a la gente que estaba conmigo», afirmó. «En una mina cuando se oye un ruido se echa a correr», respondió como motivo por el que no llegaron a ponerse el autorescatador. Después, permanecieron fuera del taller hasta que la atmósfera estuvo limpia para poder continuar, unos 10-15 minutos, estimó, y siguieron trabajando.

Este hecho concreto, esta subida de metano que consideró que había superado el cinco por ciento no quedó, sin embargo, reflejada en ningún lugar. Declaró que se lo comunicó «verbalmente a quienes venían a trabajar por la noche», en el tercer relevo. «Parece ser que no lo recuerdan, pero yo se lo dije», afirmó, aunque sí que reconoció ser consciente de que su «obligación» era haberlo reflejado no solo de palabra, sino también en los libros que para ello tienen los vigilantes. «No lo hice porque salí bastante nervioso por la situación que habíamos vivido», confesó.

Cañón denunció también que las Disposiciones Internas de Seguridad (DIS) que debían ser «el catecismo por el que se debía regir la HVL», en su opinión no se cumplían en su totalidad porque indicaban que si no se había producido el hundimiento del taller, el vigilante «debía estar permanentemente en la rampa» y a él le destinaban a otra galería e incluso a otras dos a mayores. Protestó por ello, dijo, «¿vosotros no veis que me estáis destinando ilegalmente?, ¿que tengo que estar en la rampa y me destináis a ella y a otras dos galerías?», dijo que les preguntó, a lo que sus superiores «se encogieron de hombros». Respecto a si lo que ocurrió era o no previsible respondió que él al menos «no se lo esperaba», que cree que «nadie», y que aunque ese último día de trabajo salió «nervioso», a él «nadie» le había transmitido «que tuviera miedo» y consideró también que «nadie puede obligar a otro a estar ahí».

«El pan de cada día»

Antes de Cañón se había escuchado en la sala a Estanislao Fernández García, barrenista que trabajó en la explotación la noche anterior al accidente y que confesó que, en su opinión, «no es normal que la bóveda durara tantos días sin hundir». Nunca vio que el gas subiera al 5 por ciento porque dijo que «nunca esperaba» a ello, sino que salía antes, pero sí que había escuchado su «petardeo». Le preguntaron si lo tomó como un aviso, pero contestó que no porque se oía con frecuencia. «Si hay gas hay ruido», indicó, y en este macizo «siempre había más». «Estabas nervioso porque sabías que había gas, pero llega un momento en el que sabes que estás en una mina, que la mina tiene gas y que tienes que asumir esos riesgos», advirtió.

Las medidas de seguridad, dijo, son algo en lo que te instruyen o enseñan, y que tú aprendes porque sabes que el riesgo en la mina «es el pan de cada día» y solo el uno por ciento de grisú es ya un valor, «más que para estar nervioso, para estar preparado. Es un valor para ser consciente de lo que tienes en el ambiente», remarcó. Este minero sí que declaró que él en particular nunca ha estado «presionado por nadie», y que en ese momento su principal interés era el de «ganar el sueldo que me sacaba todos los meses para comer».

Miguel Ángel Suárez Balo, ayudante de picador que realizaba labores de mantenimiento y que se encontraba en el macizo noveno cuando se produjo el accidente fue el tercero en declarar. Bajó a ayudar porque oyó «como un estruendo, como una tormenta» y él y su compañero pensaron inmediatamente en el séptimo. «No quedaba otra», dijo consciente de que «era el que estaba dando problemas con el gas» y desde el que ya había oído «ruidos raros». También había estado antes en el taller y afirmó que «no estaba bien aquello», que lo decían los propios trabajadores, que tenían «miedo» y que le consta que «no estaban a gusto trabajando allí porque veían que podía haber algún problema, veían que cada día había más gas», dijo.

Por último, el cuarto testigo, con el que se cerró la sesión del juicio de este miércoles, fue Juan José Díaz Flecha, que aunque estaba prejubilado ya en el comento de los hechos, había trabajado 22 años para la empresa como electromecánico y denunció en la sala que «había incumplimientos en la seguridad», que era «habitual» que los aparatos de medición de gases cuando funcionaban mal no se sustituyeran, sino que se «puentearan» y remarcó que le constaba incluso que «se manipulaban por parte de algunas personas» porque era molesto reiniciarlos si saltaban demasiado. Flecha, cuya declaración fue la más breve de la jornada, consideró que tras su jubilación se seguirían realizando esas prácticas, que dijo que nunca había denunciado en ningún otro lugar y que afectaban más a los sistemas mecánicos que a los propios medidores de gas.
Lo más leído