Aniversario sin sentencia judicial que cosa la herida minera

El próximo sábado, 28 de octubre, se cumplen diez años del accidente en el que murieron seis mineros de la Hullera Vasco Leonesa | Las familias solo pedían que hablara la justicia, que continúa callada

22/10/2023
 Actualizado a 22/10/2023
El 28 de octubre se cumplirán diez años del accidente que acabó con la vida de seis mineros de la Hullera Vasco Leonesa mientras las familias siguen a la espera de que se emita el fallo del juicio. | REPORTAJE GRÁFICO DE ICAL
El 28 de octubre se cumplirán diez años del accidente que acabó con la vida de seis mineros de la Hullera Vasco Leonesa mientras las familias siguen a la espera de que se emita el fallo del juicio. | REPORTAJE GRÁFICO DE ICAL

Siguen a la espera… y ya van diez años. Junto al pozo, el día del accidente que acabó con la vida de seis mineros de la Hullera Vasco Leonesa (HVL), sus familias solo pedían justicia. Se agarraron a ella como última esperanza sin saber que los plazos les resultarían insoportables. Tomaron como una victoria que se decidiera imputar a la cúpula de la empresa y que se acordara la apertura de juicio oral. Así sería la justicia la que hablara. Lo que no imaginaban es que ese juicio que sentaría a 16 personas en el banquillo de los acusados no iba a ser señalado hasta ocho años después de los hechos y menos aún que se iba a suspender cuando apenas empezaba a rodar. Justo el primer día.

Comenzaban a exponerse las cuestiones previas cuando salía a la luz un asunto en el que no habían reparado y que obligaba a devolver el caso a la fase de instrucción. «Y vuelta a empezar», lamentaban las familias, que sumaron casi dos años más en blanco pendientes de una nueva fecha. El 6 de febrero de este año el juzgado acogió la primera sesión, esta vez sí, de un procedimiento que duró ocho intensas semanas, en el que se escuchó a 80 testigos y peritos y que quedó visto para sentencia el 30 de marzo. Desde entonces han pasado casi siete meses, pero esa justicia en la que confiaban las familias sigue callada.

El próximo sábado, 28 de octubre, se cumplirán diez años del accidente sin que se conozca aún el fallo de la jueza, sin que exista todavía una sentencia que ayude a coser la herida que produjeron esas seis muertes que serán recordadas como la última gran tragedia de la minería del carbón en la provincia leonesa.

Con el tiempo se han ido acostumbrando al silencio y a que las novedades, cuando llegan, apenas supongan ya un alivio. Son ya diez años conviviendo con la ausencia de José Antonio Blanco, Juan Carlos Pérez, Roberto Álvarez, Orlando González, José Luis Arias y Manuel Moure, compartiendo el día a día con las secuelas que quedaron a los heridos, algunas graves, y con la duda, sobre todo, de si ese accidente se podía haber evitado. 16 personas se sentaron en el banquillo, pero «hay seis que no volvieron a casa. Que se acuerden de los muertos», pidieron las familias durante el juicio. «A estas alturas el perdón ya no sirve, fue una gravísima negligencia porque tenían todos los medios para que no pasara» y al final… «lo que fallaron fueron las personas», afirmó Manuel Moure, padre de uno de los fallecidos, con el que compartía nombre. 

Erraron las personas que tampoco acertaron en las formas. A la empresa «solo le ha faltado decir que la culpa la tuvieron los que se fueron», dijo entonces, y también le reprochó el haber permanecido muda, sin haber ofrecido a las familias el más mínimo gesto de humanidad. «Pasó el accidente, pero nadie avisó de nada», explicó Toñita, su mujer. Manuel había salido a dar una vuelta y cuando llegó a casa le dijo que se hablaba de que había habido un accidente en el pozo en el que trabajaba su hijo. Llamaron, pero no les dieron una respuesta concreta que los tranquilizara y decidió coger el coche y presentarse en el pozo. Cuando bajó un compañero le dio el pésame y así lo supo. «Mi marido se desplomó y todavía estamos esperando a que la empresa nos diga ‘ha pasado esto’. ¿Esas son formas para una empresa modelo como decían que era esta?», se preguntó asegurando que lo que hicieron «no tiene perdón de Dios». ¿La justicia? Ya veremos qué decide.

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Los seis de Tabliza murieron en el macizo 7 del pozo Emilio del Valle, en una mina que estaba valorada como de tercera categoría por ser «altamente grisuosa». Ocurrió hacia mediodía, en la séptima planta, en un taller que se había comenzado a explotar hacía relativamente poco tiempo y que varios testigos declararon durante el juicio que preocupaba a los trabajadores. Avanzaban las labores y la bóveda no hundía y eso, según varios testimonios, generaba una sensación de inseguridad que declararon que era de sobra conocida por todos. Se hablaba en los vestuarios, en los baños, en casa y había motivado alguna petición de cambio, aunque, sin embargo, no quedó nada por escrito. Allí, dijeron, lo que funcionaba era el boca a boca y los «castigos» y «represalias» eran también una práctica habitual, según se escuchó en el juicio. Por eso siguieron yendo a trabajar, porque al final, «había que llevar el pan a casa». «¿De qué vives?». Sin embargo, se insistió en que la mina habla, avisa y que en este caso también lo hizo, aunque «desde la oficina es difícil oírla». «Yo me sentiría como en el corredor de la muerte si me hubieran destinado allí a trabajar», reconoció un minero en una de las sesiones.

"Como una tormenta lejana"

Ese día hubo que parar la actividad. Una avería en las cintas transportadoras causó un fallo eléctrico que paró la ventilación secundaria. Los trabajadores salieron, como marcaba el reglamento de seguridad, y cuando se pudo se volvió a entrar para continuar la jornada. Hasta que se produjo el accidente. Seis personas estaban dentro del taller en ese momento y las seis fallecieron. «Se sintió un estruendo, como una tormenta lejana» y los mineros que estaban en otras plantas echaron a correr. «Pensamos que era el séptimo porque era el que estaba dando problemas con el gas», dijo uno de los testigos. «Oí como un petardeo muy fuerte» y después el sonido «alejándose como si fuera montaña arriba», se oyó en boca de otro.

También se avisó del accidente mediante el comunicador interno que existe en la mina. Quien pudo acudió a ayudar, poniendo su propia vida en riesgo, y a esos fallecidos se sumaron pronto varios heridos, algunos con graves secuelas todavía. «Aquello era un caos», describieron. Ante un hecho tan grave, más que un protocolo, lo que primó fue el impulso de ayudar, de socorrer a los compañeros con los medios que tenían a mano, básicamente los autorescatadores que, como su propio nombre indica y ellos también sabían, eran para salvarse a uno mismo, no para socorrer a otro, pero lo desesperado de la situación mandó por encima de todo, incluso de la propia integridad.

Durante el juicio se debatió sobre si el accidente se había producido por un desprendimiento instantáneo (DI) imprevisible o si su causa había sido el colapso de la bóveda, que se podría haber remediado, aunque en lo único en lo que muchos estuvieron de acuerdo fue en que para ofrecer una respuesta a esto la investigación llevada a cabo había resultado «insuficiente». El taller se cerró y los pocos que entraron a él tras los hechos coincidieron en que «la rampa estaba intacta y no se había movido ni una pila». Por su aspecto parecía que no hubiera ocurrido nada en él, como si simplemente se mantuviera a la espera de que el relevo volviera al tajo. Pero seis personas perdieron la vida y lo hicieron en segundos, sin capacidad de reacción.

El gas había inundado por completo ese espacio, comiendo el oxígeno de la estancia y asfixiando a los mineros que allí trabajaban, experimentados, acostubrados a oír a la mina y que no pudieron hacer nada por salvarse. Por eso, varias personas testificaron que «lo lógico era mirar en el post-taller», que era allí donde se podía dar con la clave, pero nadie lo hizo. Nadie abrió el sutiraje y miró detrás y «la autoridad minera prohibió entrar», de forma que así se quedó, precintado ya para siempre por coincidir, además, en un momento en el que también la minería tenía su muerte anunciada, en el que el sector daba ya sus últimos coletazos sabiendo que había sido condenado al cierre. Precisamente aludiendo a esto último durante el juicio también se escuchó a algún testigo decir que «en los últimos años había mucha menos preocupación por la seguridad y mucha más por la producción», aunque otros defendieron el extremo contrario. 

El resultado es lo único en lo que no caben interpretaciones. De allí ese 28 de octubre de 2013 se sacaron seis cadáveres, otros mineros resultaron heridos, y la vida cambió para todos. «Para mí aquel día la mina murió», sentenció uno de los trabajadores que declararon en el juicio. Murió junto a José Antonio, Juan Carlos, Roberto, Orlando, José Luis y Manuel, que habían pasado sus últimos minutos trabajando por un sector ya en declive y que también se apagaría poco tiempo después. Solo queda la memoria, intentar que lo que ocurrió no se olvide y que esa justicia en la que aún siguen confiando las familias se pronuncie sin más esperas.

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