El cantinero que si rompía una pierna llamaba al carpintero

Carpo el de la cantina de Tolibia es una de las leyendas del valle del Curueño. Con ‘una pata de palo’ desde la mili, nada le impidió tener una vida de mil oficios

02/02/2025
 Actualizado a 02/02/2025
Carpo y su hermana Carmina en el escaño de la cocina y al calor de la ‘económica’ que tantos platos cocinó durante muchos años en Tolibia. MAURICIO PEÑA
Carpo y su hermana Carmina en el escaño de la cocina y al calor de la ‘económica’ que tantos platos cocinó durante muchos años en Tolibia. MAURICIO PEÑA

«No era nada lo del ojo y lo llevaba en la mano’ debió pensar Carpo el de Tolibia cuando le amputaron la pierna derecha después de recibir un golpe en ella mientras realizaba el servicio militar. Los médicos aseguraban que no era nada y la perdió, sin recibir a cambio indemnización ni pensión compensatoria. Regresó al pueblo con una pierna de palo y para compensar la mutilación adquirió tres oficios: se hizo cantinero, zapatero y ganadero».

Así resumía Miguel Ángel González Castañón (en su blog El cazurro ilustrado) la biografía de Policarpo Suárez, Carpo, El cojo de Tolibia, en enero de 2.011 cuando falleció este inolvidable cantinero, sobre todo, pues dicho está que fue uno de aquellos singulares paisanos de mil oficios, conocidos, que siempre era imprevisible.

Y es que ante la vida de Carpo solo había dos posturas posibles. La de un resumen escueto de su biografía, que fueran más bien unos apuntes, o sentarte con él (y su hermana) en la taberna de Tolibia, o en la cocina «cuando me la cerraron los impuestos», y dejar fluir la conversación, que podía caminar por los asuntos más diversos, de lo humano y también de los no tan humanos pues nunca faltaba la pregunta sobre la famosa ‘casa de los duendes’, que no le debía gustar demasiado pues solía dar una larga cambiada: «¿Y si hablamos de vivos mejor que de muertos?». Y eso que la citada casa de hechos extraordinarios estaba (está, que allí sigue) en la otra Tolibia, la de Arriba, mientras que Carpo era de la de Abajo. 

Lo de no hablar de muertos era solo una disculpa pues a Carpo le encantaba que le preguntaran, por ejemplo, por su fallecida madre Celedonia, otra gran conversadora, mantenedora de larguísimas y amenas veladas cuando aún no se le llamaba filandón, pero sí se hacía en las casas. «A ella sí le gustaba hablar de los duendes, pues había conocido muy bien a Margarita y Valiente, los habitantes de aquella casa en la que se cuenta que pasaban cosas de los demonios, hasta el punto que intervino el obispo de Oviedo».

Era el bar de Carpo una de aquellas viejas tabernas en las que el comedor y la cocina eran lo mismo, en las que en las mesas corridas volaban los platos de huevos con chorizo, chichos, los mejores manjares de la matanza casera y la buena conversación.

Y las truchas frescas de río; que nunca faltaban. 

Era aquella taberna destino inesperado, en cualquier reunión por toda la comarca del Curueño y el Torío podía surgir una propuesta que siempre era bien recibida: «Vamos hasta casa de Carpo». Y allí acababan, aunque la que pagaba los platos rotos era su hermana Carmina que tenía que ponerse a los fogones mientras él daba conversación, que se le daba bien.

Nunca olvidaré una noche. Estaban cenando unos alleranos (asturianos del Valle de Aller), habituales de casa de Carpo y le dieron conversación. Entonces el cantinero, para estar más cómodo, se ‘quitó la pata de palo’ y uno de los paisanos dijo con gracia: «Si Carpo desenrosca la pata... nun volvemos pa casa en el día».

Lo curioso es que acertó pues cuando Carpo arrancaba a contar sus historias, y su historia, tenía carrete para dar y tomar. Y no le costaba mucho «desenfundar», ésa era la verdad.

- En la mili tuve una cosa mala en la pierna, decían que no era nada pero la perdí, y para casa sin un duro... y sin una pierna; era como un estribillo que tuviera aprendido y así iniciaba las conversaciones para explicar la razón de aquella ‘pata de palo’, en expresión suya.

- ¿Pero de qué fue, una bacteria, una enfermedad...?

- De cosa mala. Yo solo sé que me di un golpe, que dolía pero no parecía que fuera para tanto. Me miraron allí, en Calatayud, y me echaban una pomada que me hacía el mismo efecto que si le soplas a Peña Bodón. Y se complicó y la perdí, no hay más.

Hasta ahí llegaban las explicaciones de aquel cantinero singular, que tenía sorna para regalar.

- ¿Y te arreglas con la patona, qué problemas te da?

- ¿Problema? Pues que si rompo una pierna, la mala claro, en vez de llamar al médico tengo que llamar al carpintero. Pero yo siempre me arreglé con la de madera ¡Cuántas veces fui a buscar las vacas y las cabras, que eran más montiscas, a Valverde Curueño o más allá, pasando la Collada hasta Genicera, con esta pata. Y para pescar ni te cuento, la quitaba, me metía en el pozo y truchas a la cesta. Iban los guajes a vigilarme para ver cómo me quitaba la pata.

- ¿Y la caña?

- ¿Qué caña? Estamos hablando de pescar a mano, que había prisa por traer las truchas a la cantina.

Y después de hacer la broma del carpintero dejaba un silencio posterior, para las risas, y matizaba: «Que soy yo». Y es que Policarpo Suárez, como ya se ha apuntado en la minibiografía, fue además de cantinero carpintero, pero de una sola obra, su pata. De lo que sí presumía era de ser buen zapatero, de los que dejaron huella «porque todavía habrá por ahí botas de las que yo hacía, que eran eternas, no se acababan ni quemándolas. No había botas como aquellas de cuero fino para pelear con las nevadas de esta tierra. Lo difícil era acabar con ellas, igual alguna vez se descosían pero venía el paisano por aquí, se las volvía a coser y a esfarraparlas, si es que podía».

Carpo murió en enero de 2011, pero la gente te sigue hablando de él como si estuviera en la cantina de Tolibia.

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