Germán, un histórico camarero de la cafetería Las Torres, siempre tiraba de mucha retranca en sus respuestas en las que, por cierto, lo que parecía una broma realmente llevaba una fuerte carga de profundidad. Así, él que había vivido la vieja hostelería y estaba aún en la nueva, a la pregunta de «¿qué tal Germán» repetía con frecuencia una respuesta a primera vista desconcertante: «Pues ya ves, la cosa en el sector está mal, está entrando mucha gente sin estudios». Callaba unos segundos y matizaba: «Lo que sí tienen es carrera y hasta un par de másteres».
Parecía broma. Lo era solo en parte. Hablaba realmente del cambio fundamental en la hostelería leonesa, en la que en la memoria de los clientes el bar/tasca/casa/cafetería estaba ligada al nombre de su dueño o camarero de toda la vida, gente muy singular, típica, en la que muchos buscaban su conversación, su frase, su ironía o su visión de la vida.
Tuvo la hostelería leonesa dos cronistas de lujo, uno el famoso Paco Umbral, que recreó con maestría aquel León tabernario de los últimos años 50 en su ‘Crónica de las tabernas leonesas’ y medio siglo después el exhaustivo e impagable trabajo del profesor Roberto Cubillo de la Puente en su volumen ‘Aquella hostelería de León (capital) 1752-1985’, que ya es abarcar, y más en una tierra que había hecho méritos para protagonizar el famoso chascarrillo, tal vez exagerado pero algo tiene el agua… «León, ciudad bravía / que, entre antiguas y modernas, / cuenta trescientas tabernas / y una sola librería». Por cierto, los chascarrillos y coplas eran muy de taberna, así una peña vinculada a La Gitana preparaba para cada 28 de diciembre unas irreverentes coplillas que, con frecuencia, daban con los huesos de sus creadores en la comisaría. Sirva una para ver por dónde iban los tiros, se refiere a la llegada del teléfono a las casas particulares (el automático, le llamaban pues no había que ir a la centralita de teléfonos) y La Patro era una conocida profesional del más viejo oficio. Don Filemón, un famoso cura, director de un periódico ‘católico’: «Con esto del automático / hay que ver cómo está León, / llamas a casa La Patro / y contesta don Filemón». Al calabozo.
El Azul, de Jeromo, fue el primer bar leonés en servir Coca-Cola y El Victoria en dar tapas con el vino
Vamos con la hostelería. Recoge Cubillo las historias de nombres que a todos los leoneses le dicen algo, o mucho; desde aquellos legendarios Café Concert: La Paloma, El Iris o El Lyon D’Or; a casa Cloti o El Burro, tan recreado, y otros centenarios que aún mantienen la puerta abierta: El Victoria, Casa Nalgas o El Benito. Pronto hará cien años El Besugo (en 2024) y se pueden sumar nombres: El Luisón, el Azul, el Polvos, el Ruedo, unos abiertos, otros no. Pero ahí quedan sus historias y curiosidades; por ejemplo, El Azul, que abrió en 1918 Jeromo (Jerónimo Díez) fue el primer bar leonés en servir Coca Cola, en 1930; y dos años antes, en 1928, el Victoria había instaurado la costumbre de poner tapas. En El Benito su dueño llevaba a los ciegos al fútbol, a la Cultural, y les iba radiando el partido. El restaurante Noriega, de Francisco Noriega, tenía fama de ser la mejor hospedería de la ciudad y en 1903, cuando era su dueño el hijo del creador, Tomás, «disponía de coche propio para llevar y traer los clientes al ferrocarril» y una de estas hospedadas, la Infanta Isabel (llamada la Chata) «dejó cien pesetas de propina para camareros y cocineros».
El Burro, cuyo dueño era Eduardo Santos, es un nombre que merece explicación, al margen de que Eduardo fuera conocido por ese apodo. Se dice que era una taberna política y de él escribía Crémer: «En ella se reunía la flor y nata del anarquismo. Y a ella fue llevado aquel leonés importante que fue Ángel Pestaña (…) al que se regaló una de aquellas hogazas de ‘a ocho’». Hablando de anarquistas, otro bar de los años 20, Casa Pacho, se ha inmortalizado por ser la publicidad que se puede ver en la tarima desde la que ofrece un encendido y recordado discurslo Buenaventura Durruti, en una plaza absolutamente abarrotada. Al citado Santos (El Burro) le describe Umbral así: «Con su gran blusón de rayadillo, alto y poderoso». También al apodo de su dueño debe su nombre El Nalgas y años más tarde La Venta de Ramoniche, de Ramón Santos ‘Ramoniche’, que montó una plaza de toros en su espacioso corral. Allí toreaban gente como El Gas, un ferroviario que murió en accidente cuando iba a ver un mitin de Azaña; Pacomio, el lazarillo de un ciego que vendía o pregonaba prensa local o Genarín, el santo pellejero, que solo era mozo de espadas.
Una generación más cercana y nombres más frescos es la siguiente, los que abrieron por los años 30 y posteriores. Nombres como El Bodegón, Novelty, el Central, el Pozo, el Sevilla, el Dos de Mayo, La Gitana, Valdesogo, Viña H, Fornos o La venta de Ramoniche, por citar solamente algunos.
La Venta de Ramoniche puso una plaza de toros en el corral, allí Genarín fue mozo de espadas
El Bodegón tenía en sus paredes obras de Vela Zanetti, que no impidieron a la Diputación ‘expropiar’ a los hermanos Sierra, de Getino, para ampliar sus dependencias. La Comision de Patrimonio o no existía o no se personó. Tuvo una de las primeras parrillas eléctricas, o la primera, y los olores y efluvios que lanzaba provocando un recordado anuncio: «Platillos volantes se han visto en León… y salen de El Bodegón».
La Gitana se hizo famosa por su segundo dueño (Isaac Ferrero), hijo del primero (Miguel). Y es que Isaac fue delantero centro de la Cultural, un lujo de jugador al que pretendían equipos como el Real Madrid y el Atlético, pero como la Cultural no quiso escuchar los deseos del jugador sino hacer caja… se retiró. Ya se ha dicho que la peña que se reunía allí, Los tímidos, eran maestros de la copla… y visionarios: «La Virgen y San José / quieren hacer casa nueva; / la piensan edificar / en Las Eras de Renueva».
La Gitana fue uno de aquellos bares que regentaban futbolistas con mucho gancho entre la población. Muy cerca estaba el Miche, del histórico delantero del año en Primera División, y en Burgo Nuevo estuvo La Solera, del racial Mantecón, un central de los de antes.
Avanzando más en el tiempo ya hay nombres más actuales en los recuerdos, muchos aún abiertos, cunas de tertulias, partidas de cartas, peñas y otra forma de entender la hostelería: El Cantábrico (templo del ajedrez y las chapas), el Racimo de Oro, La Bodega Regia, Viña H, El Bambú, El X, El Palomo, Los Cándiles, El Faisán, San Martín, El Montecarlo, Casa Blas... y tantos paisanos detrás de esos nombres: Manuel Díez, Blas, Amador Pastrana, Paco Mateos, Sebito, Pili y Benito, Valeriano Campesino, Robustiano, Heliodoro Morán... Casi todos trabajadores desde niños. Tipos con mucha retranca, la del oficio.