El capador de Ranedo: "A falta de estudios, no hay más remedio que ser sabio"

Felipe Germán Morán acaba de cumplir 100 años, pero la edad solo es una anécdota, lo admirable es la vida de un paisano que le tocó vivirlo casi todo, guerra incluida, y supo sacar adelante (con Marina) a nueve hijos

25/02/2024
 Actualizado a 25/02/2024
Felipe Germán Morán posa orgulloso en el arco de la casa familiar, "tiene más de 500 años". | REPORTAJE GRÁFICO: MAURICIO PEÑA
Felipe Germán Morán posa orgulloso en el arco de la casa familiar, "tiene más de 500 años". | REPORTAJE GRÁFICO: MAURICIO PEÑA

En las viejas libretas de los corros de lucha, que consulto a veces, se me aparecían con frecuencias las notas de un reportaje con «el capador de Ranedo». Pone en rojo «¡qué paisano!», está antes del corro de Taranilla de 2013, es decir del día de Santiago (25 de julio). Y jamás vio la luz pese a la llamativa nota y el recuerdo tan fresco del paisano. Unos días después cerró La Crónica y entre ‘los damnificados’ habría que añadir a Felipe Germán Morán, quien no solo se había abierto a contar su vida sino que lo hacía acudiendo a los lugares donde ocurrían los hechos que iba contando, pasajes de la supervivencia.

«¿Ves este cuarto oscuro? Era la cuadra y aquí enterraba mi padre por lo menos una tonelada de patatas. Excavaba en el suelo y las tapaba, porque venían los de abastos y requisaban lo que les daba la gana, no tenías derecho más que a aquello de las cartillas de racionamiento...». 

- Era listo tu padre...
- No, era sabio por obligación, como yo.

- ¿Cómo es eso de ser sabio por obligación?
- Mira, puedes ser listo porque tienes estudios, no me aparto de ello que así es, pero si no tienes estudios tienes que ser sabio, no queda otra. 

Y con el mismo bolígrafo rojo está escrito: «Para titular». Y aunque diez años después podría haber otros titulares, habrá que pagar el peaje del olvido de aquella tarde en la que con frecuencia se acercaba al entrada de la casona familiar y repetía: «Este arco tiene más de 500 años, lo dicen documentos que tiene la familia pues fueron gente de conocimientos, les llamaban los escribanos...».

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Marina, 88 años, y Felipe Germán, 100 años, al calor de la cocina de leña. 

- ¿Y tú capador?
- También lo fui, y bueno. No se me murió ni un animal, bueno uno; pero ya estaba más muerto que vivo cuando lo capé.

- ¿Quién te enseñó el oficio?
- Nadie. Un día el Tío Joselón, que era el capador de aquí, me dio la máquina de capar porque él lo dejaba, me dijo cuatro cosas y después ya sabes lo que dice el refrán.

- No lo sé...
- Sí lo sabes, sí: cortando huevos se aprende a capar. 

Ahí estaban las notas, en el cuaderno, hasta que hace unos días pillas al vuelo una de esas conversaciones de bar, en La Vecilla: «El que hace cien años es el capador». 

El Centenario

Justo. Tenía Germán 89 años unos días antes de cerrar La Crónica. Allí está presidiendo la mesa del cumpleaños, como una rosa, y con su chispa de siempre. Cuando le traen la tarta y la placa del Ayuntamiento de Valdepiélago le sale la vena del sabio al que no se le han olvidado las cartillas de racionamiento: «Pero esto valdrá unas perras».

- ¿Cómo está el abuelo para hablar con él?
- Si es de lo de antes, lo que quieras, ahora si es de lo que hizo por la mañana igual te dice que no se acuerda.

Le visitamos, está al calor de la cocina ‘prendida’ de su casa de Ranedo, el caserón de los 500 años y su arco que, cuando le dicen que hay que hacer una foto lo tiene muy claro: en el arco. Y allí posa. «¡Cómo le gusta que le hagan fotos! Con lo poco que me gusta a mí», dice Marina, su mujer, de 88 años, que en ningún momento deja de hacer punto. «Siempre tengo que estar haciendo algo; hasta que tuve lo de la cadera hacía yo todo lo de la casa, la comida y todo; ahora nos ayudan los hijos, que vienen por semanas».

- ¿Cuántos hijos?
- Nueve tuvimos, vivieron ocho y dos ya se nos han muerto; eso es lo peor, para una madre enterrar a un hijo...; dice Marina, que por un segundo deja de hacer punto.  

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Los hijos, nietos y biznietos arroparon a Germán y Marina en la celebración. 

Con ayuda de las notas y  la mirada puesta en lo de antes va Felipe Germán (unos le llaman Felipe y otros Germán, depende de pueblos, familias...) reconstruyendo un siglo de vida que no arrancó nada fácil si tenemos en cuenta que con 12 años ya se vio inmerso en la guerra civil, un pasaje que le hace torcer el gesto y parece que le duelen los recuerdos. «Mira aquí había un maestro, buena persona, que lo buscaban por rojo y marchó a escondidas para León con una hija que tenía. Menudas penurias en el viaje y la niña llegó a León pero del señor maestro nunca más se supo». Contaba entonces, y lo sigue recordando ahora, la relación de la familia con un maqui de la comarca. «Le decían Jacintón porque era grande, y de buena llevanza con las gentes de los pueblos. Si veía que no había ‘moros en la costa’ bajaba del monte y recuerdo que nos ayudaba a segar y recoger la hierba y después merendaba con nosotros».

- ¿Fue muy dura aquella época?
- ¡Cómo no lo iba a ser! Qué haya venganzas y malos quereres entre vecinos, hasta entre familiares, es lo peor que puede pasar. Te voy a contar cuando fui motril... 

Se le intuye a Felipe las ganas de ‘pasar’ la etapa de la guerra, de cuando tuvo que dejar de ir a la escuela, «que todavía no sabía ni dividir» y buscarse la vida, en mil oficios y en mil lugares, «que lo de capador vino después». 

- ¿Cómo fue lo de Motril?
- En La Matica. Necesitaban motril para el rebaño y para allá que me mandaron, estuve un tiempo y después ya me fui para el sur.

- ¿Para Andalucía?
- Casi, para Vega de Infanzones; dice con una sonrisa socarrona; y añade «eso fue antes de vivir en el Palacio».

- ¿En Madrid?
- Casi, en Toral de los Guzmanes.

Ríe abiertamente antes de aclarar entuertos. Primero trabajó en una enorme plantación de árboles (en Vega de Infanzones) donde «vivíamos en unos barracones de madera y dormíamos sobre sacos de paja, menos mal que a esas edades lo aguantas todo». Después pasó por Toral —recuerda el castillo de tapial—, San Pedro de las Dueñas... «sirviendo, por la comida y la ropa y, por lo menos, era una boca menos que alimentar en casa»; hasta que llegó la hora de ir a la mili, en el Pirineo. «Allí fui albañil, todo el día haciendo trincheras».

- Pero ya había acabado la guerra.
- Pero Franco tenía miedo que vinieran a echarlo después de la guerra mundial.

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A Felipe le encanta que le hagan fotografías y posa para ellas. 

Finalmente pudo regresar a Ranedo, a la casona familiar, a la vida de ganadero, de capador, medio de veterinario «que también sabía poner inyecciones... que salimos adelante, que no es poco, y ahora aquí, al calor de la cocina y mirando por la ventana.

Lo que le cuesta más trabajo a Germán es contarte la profesión de una de las nietas: «de esas cosas modernas de ahora de Internet».

No lo matiza del todo pero se acerca mucho a la ocupación de su famosa nieta, Mónica Morán, que así se llama la conocida influencer monismurf, una de las grandes estrellas del momento en tik-tok, que con 17 años se abrió un perfil en la aplicación de musical, «de refilón», explica ella misma. Al mes había alcanzado los 100 mil seguidores y al año tenía más de un millón. En su presencia en la Feria del Libro tuvo que intervenir la Policía ante el revuelo.  

- Felipe, ¿hacemos una foto?
- En el arco, tiene más de 500 años. 

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