Carlos Fernández, sargento primero de la Guardia Civil de León, es criminólogo, especialista en perfiles criminales y jefe del equipo de homicidios y delitos contra las personas. Es en esta Unidad Orgánica de Policía Judicial en la que se enmarca el Emume (Equipo Mujer-Menor), encargado de la investigación de los casos especialmente graves relacionados con mujeres y menores. Fernández ha podido comprobar a lo largo de su carrera cómo ha cambiado el tratamiento de los cuerpos y fuerzas de seguridad a un problema que, cuando él comenzó a trabajar en la Guardia Civil, todavía no tenía ni nombre: la violencia de género. Hoy se ha avanzado mucho en el abordaje de esta lacra social, ha aumentado el número de mujeres que denuncia (porque se ha perdido un poco el miedo, no porque antes hubiera menos malos tratos), pero sigue existiendo un grave problema de «silencio social», como expone en esta entrevista el sargento primero leonés.
–¿Cómo se trabaja desde la Guardia Civil contra la violencia de género?
–Hay, por decirlo así, dos escalones. Por un lado los Paes (Puntos de Atención Especializada) que están distribuidos por toda la provincia en diferentes unidades. Estos son los que van a intervenir en un primer momento para aquellas situaciones más habituales. En caso de que se produzcan casos de violencia de género con una trascendencia especial (por la gravedad, por las personas que puedan estar implicadas… por diferentes circunstancias) es ya cuando interviene la Unidad Orgánica de Policía Judicial, el Emume. No obstante, nuestra participación actualmente ya no se limita solo a la parte policial-represiva, sino que intervenimos también desde un punto de vista preventivo.
–¿De qué modo?
– Por ejemplo, la Guardia Civil, en el marco del ‘Plan director para la convivencia y mejora de la seguridad en los centros educativos y sus entornos’ del Ministerio del Interior, lleva a cabo numerosas charlas en colegios de la provincia en las que también se incide en explicar a nuestros jóvenes en qué consiste la violencia de género y cómo identificarla, y modificar roles que puedan ser precursores de episodios de violencia de género trabajando de esta manera en conseguir una sociedad proactiva en la lucha contra la violencia en general y la de género en particular.
–Y desde vuestra experiencia, ¿cuál es el principal escollo en los casos de violencia de género? ¿Por qué seguimos sumando muertes por violencia de género?
–En mi opinión el principal escollo es la consideración social que se tiene de esta problemática. Solemos tender a circunscribirlo a un entorno privado, particular, de intimidad. Entonces, nosotros instamos a la gente a denunciar, aunque sea anónimamente, algún caso que conozcan. Porque puede ser que se trate de una mujer que no quiere denunciar, que no puede por la circunstancia que sea, y si alguien nos pone a nosotros sobre esa pista, lo primer que hacemos es ayudar a la víctima. Hoy en día la focalización nuestra es, primero –y no solo en violencia de género sino en casos también por ejemplo de trata de seres humanos– protegera la víctima, intentar protegerla, contactar con ella y conseguir que denuncie. Entonces, la situación más complicada hoy en día es esa falta de que haya una sociedad proactiva. Hay un silencio social al que se une, por otro lado, el silencio de la víctima, esa elevada cifra negra, los numerosos casos no denunciados como consecuencia de lo que se ha venido a denominar ‘cultura de la resignación’. En España y los países de nuestro entorno se calcula que esta cifra negra puede suponer un 70% de las víctimas de violencia machista que continúan viviendo con sus agresores. El miedo, la incertidumbre o la vergüenza de quienes sufren la violencia de género, unido a esa percepción por una parte de la sociedad de que se trata de conflictos particulares del entorno en el que se produce, propicia una espiral de silencio contra la que tenemos que trabajar.
–Y este problema se agrava en el entorno rural...
–Siempre destaco que Guardia Civil actúa en un entorno rural, que desde un punto de vista sociológico tiene otras connotaciones. Son poblaciones muy reducidas, la mayoría de la gente es familia, donde lo que va a suponer una denuncia de estas características va a tener mucha más notoriedad que si ocurre en León, donde el anonimato es un poco más amplio... En el medio rural muchas veces va a haber órdenes de alejamiento que en el mismo pueblo es muy difícil que se produzcan. Entonces, nuestro entorno no digo que sea más complicado, pero sí diferente a lo que puedan ser poblaciones un poco más grandes donde ya se diluye un poco más esa problemática.
–¿Cuántos casos atiende el Emume de León?
–La unidad nuestra interviene, como decíamos antes, en los casos graves, entonces podemos intervenir de manera directa en unos 30 casos al año, pero los habituales son muchos más y los llevan las unidades territoriales con atención especializada.
–¿Y qué se puede entender por casos graves?
–Especialmente graves pueden ser por las lesiones que presente la víctima, por la duración en el tiempo, por el número de personas implicadas, porque tengamos conocimiento de que ahí puede haber un caso de violencia de género pero no hay manera de conseguir que aflore... Aunque ya digo que hoy en día la mayoría de compañeros y compañeras no ya dentro del Emume están muy formados. En alguna ocasión, en alguna charla, he hecho un paralelismo de cómo se abordaban estos casos en el año 87, cuando yo entré en la Guardia Civil. Bueno, de cómo se abordaban las lesiones o riñas porque de aquélla no había violencia de género, y cómo se aborda eso mismo ahora. Ahora ya tiene nombre y apellidos, es violencia de género. Entonces, la mujer llegaba al cuartel, de Villablino, que es donde yo estaba, y se producían en un momento tres o cuatro episodios de victimización, porque claro, llegaba la mujer al de puertas y le decía ‘es que mi marido me pega’ –que era muy difícil que una mujer fuera a denunciar–; la hacían esperar en la oficina de denuncias con otra gente, que ya sabemos que en un pueblo todo el mundo se conoce; si iba acompañada de una amiga, a la amiga la hacían quedarse fuera... Ahora el tratamiento es completamente diferente, si viene acompañada de una persona, que esa persona es su apoyo emocional, va a estar con ella en todo momento; se la va a pasar a una sala donde va a estar sola, en el sentido de que va a estar aislada de otra gente; va a intervenir con ella gente especializada; se van a evitar episodios de segunda victimización... Ahora todo esto ha evolucionado mucho, hay personal especializado, un juzgado especializado, medidas socioasistenciales, sanitarias, psicológicas, educativas, ayudas… para que esa persona pueda continuar.
–¿Cuál suele ser la principal duda de la mujer víctima?
–En contra de lo que se dice muchas veces o de lo que podía ser en otros tiempos, la independencia económica para una mujer que está siendo víctima de malos tratos, por mi experiencia, no es la principal preocupación, ahí tienen claro que ya se buscarán la vida, pero los hijos… el ahora qué hago yo con ellos, ¿se lo digo? Ahí es donde se produce el principal escollo para ellas.
–¿Algún caso aquí en León que destacaría por su especial complejidad?
–El último que hemos tenido ha sido un homicidio ampliado, en La Virgen del Camino, el 17 de noviembre de 2016. La mata a ella con un hacha y luego se cuelga él mismo, eso es un homicidio ampliado, mata y después se suicida. Ese fue un caso... por la gravedad del desenlace final... Aunque a mí uno que siempre me ha llamado mucho la atención, ocurrió hace años, fue… bueno... en la provincia de León. Era una mujer que llevaba siendo objeto de malos tratos 40 y tantos años. Pero unos malos tratos… Esa mujer trabajaba fuera, él no trabajaba, ellatenía además un trabajo de especial penosidad, se levantaba a las cinco de la mañana, trabajaba en el monte, volvía y, cuando llegaba a casa tenía que lavarle los pies a su marido en una palangana de agua, tenía que hacerle la comida… 40 y tantos años de golpes, de todo. Y el detonante fue un día que había una comida familiar en su casa, habían ido los hijos, los nietos, a comer, y cuando este hombre se levantó de la siesta y vio que ya se habían ido todos, dijo que a ver quién había dicho que se marcharan, y mandó volver a todos otra vez a esa casa. Entonces, una de las nueras dijo qué es esto. Se trataba de un hombre muy peligroso, violento, ya mayor pero violento. Conseguimos que esa mujer presentara denuncia, nosotros actuamos de oficio por supuesto, hubo una orden de alejamiento y ella, al poco tiempo, retiró la denuncia. De esto hace 8 o 9 años. Pero es que este caso me parece especialmente sangrante por la resignación de la mujer, tantos y tantos años sufriendo malos tratos físicos y psicológicos. Cuando digo que el hombre se levanta de la siesta y dice que dónde están todos, que vuelvan, estamos ya dando un perfil. Y es que volvían… Los hijos están acostumbrados que, claro, esto es peligroso, cuando los hijos conviven con el maltrato puede ser que los hijos asuman estos roles también. La hija femenina en plan sumiso y el hijo masculino en el sentido de que ha visto a su padre maltratar a su madre y a veces se puede producir que esos modelados se adquieran y se trasmitan.
–Y en esos casos como el de Juana, la mujer asesinada en La Virgen del Camino, que tenía una orden de alejamiento, que había dado el paso de denunciar... ¿Qué sensación dejan?
–A ver, las órdenes de alejamiento no son muros infranqueables. Si alguien decide saltarse la orden de alejamiento en un momento, en un momento se produce el desenlace final. Yo, no sólo en este caso, veo la necesidad de una sociedad proactiva, que amigos y amigas del día a día que ven, que digan, que aconsejen pero que digan, porque cuando se producen estas situaciones siempre hay que hacer autocrítica, pero todos.
–¿Se puede hablar de perfiles?
–Respecto al perfil del maltratador existen numerosas clasificaciones como la del pitbull o el cobra, o aquellas otras que casi siempre finalizan con una categoría mixta. Pero una de las características de la violencia de género es la transversalidad, es decir, que afecta a todos los estratos sociales, por lo que yo haría más bien referencia a determinados factores propiciatorios o precursores predominantes en una conducta de maltrato. Celotipia, baja autoestima, baja resistencia a la frustración o resilencia, son algunos de estos elementos a tener en cuenta. En este sentido, incidir en la importancia de trabajar con los jóvenes desde la infancia en la adquisición de hábitos y modificación de roles, especialmente a través del modelado ejercido por sus progenitores y que tan importante es en la fase de socialización. Sabemos que es una ‘inversión’ a medio-largo plazo, pero estoy seguro de que notaremos los resultados.
Carlos Fernández: "El silencio social es un gran escollo en la lucha contra la violencia de género"
Entrevista al jefe del equipo de homicidios y delitos contra las personas de la Guardia Civil de León
11/02/2018
Actualizado a
16/09/2019
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