28 de abril de 2017, son aproximadamente las 9:30 horas de la mañana y salgo de la sede del Consejo Regulador de la DO Tierra de León para iniciar una jornada de recogida de muestras de vino por diferentes bodegas de la Denominación, de cara al siguiente proceso de calificación de vinos. En el garaje, antes de subirme en la furgoneta, recibo una llamada de teléfono de uno de los viticultores con más hectáreas inscritas en la DO:
– Álex, esto es un desastre, se ha perdido todo. ¡Todo! – Pero, ¿de qué me hablas?, le repliqué.
– ¿Estás tonto? Te hablo de la helada que ha caído esta noche. No me digas que no habías oído nada esta semana de lo que podía pasar, me chilló.
Efectivamente, a lo largo de los días previos habíamos visto y comentado el anuncio de la bajada de temperaturas que se iba a producir, pero como tantas y tantas veces, no le dimos más importancia; las previsiones meteorológicas pasaron inadvertidas. Nuestra conversación continuó y le dije: «Tranquilo, me has pillado saliendo de la oficina para ir hacia Mayorga; voy a parar de camino y echar un vistazo en el viñedo de la carretera y te cuento».
En un primer momento y mientras conducía, reconozco que pensé que mi interlocutor había exagerado enormemente la situación; no era la primera vez que oía a un viticultor exagerar… A los 20 minutos detuve la furgoneta en una de las extensiones de viñedo más grandes de la DO, en el municipio de Mayorga. Siempre recordaré aquellos primeros 30 segundos que estuve delante de las 3 o 4 plantas que tenía delante de mí y que podía ver a simple vista sin moverme. 30 segundos en los que entendí de golpe que estaba ante una catástrofe (sí, una catástrofe) descomunalmente horrible; una situación para la cual, la DO Tierra de León no sabía si estaría preparada, (ni la DO, ni por supuesto yo). 30 segundos viendo «aquello». 30 segundos que desembocaron en 4-5 minutos eternos de parálisis total. No sabía qué hacer, ni por dónde empezar. Comencé a adentrarme en la parcela, con la vaga esperanza de que los daños que había visto en los primeros líneos de viñedo fueran poco a poco paliándose, pero a los 20 metros corroboré que nada se iba a paliar, que el daño era total, global, enorme. Decidí entonces empezar a tomar las primeras fotos. En el año 2017, el ciclo de viñedo había comenzado con mucha antelación ya que había empezado a hacer bastante calor (demasiado para mi gusto), demasiado pronto. En esos momentos del mes de abril, en el viñedo de la zona sur de la Denominación los brotes tenían una longitud de entre 12 y 15 centímetros, lo cual era una barbaridad para ese momento del año. Para tomar esas primeras fotos, simplemente tuve que colocar mi mano detrás del ápice del brote, el cual estaba totalmente destrozado: con una sombra negra (negra de muerte) que le recorría de principio a fin, caído o inclinado hacia abajo y totalmente seco. Para que te hagas una idea, querido lector, la parte descrita que estaba dañada, medía aproximadamente 5 centímetros. Los 5 primeros centímetros del brote, casualmente, son en los que nuestra variedad tinta por excelencia, el Prieto Picudo, concentra la mayor parte de su producción. Apenas fueron 7 fotos las que tomé. No hacían falta más.De repente me saca de mi estado de colapso-asombro-preocupación, otra llamada de teléfono. Eran cerca de las 10:30 de la mañana y me llamaba el Presidente de la Denominación de Origen cuando normalmente hablábamos más tarde. Descuelgo y me pregunta: «¿Qué ha pasado?». No tenía muchos datos que ofrecerle, apenas había podido ver unas 100 plantas, me faltaban llamadas por hacer, y parcelas que visitar, así que simplemente le hablé de lo que ya había visto. No le mentí: «Pablo, solo he visto esta parcela y hablado con poca gente, es pronto aún, pero no había visto nada parecido ni en los libros de estudio de la Facultad de enología». Él ya había recibido alguna llamada que otra y me pudo que adelantar que en la zona norte el viñedo parecía estar destrozado también. Le pasé las fotos que acababa de hacer por Whatsapp. No me contestó.Me subí en la furgoneta y reparé en el cielo tan despejado que había totalmente azul y con el sol brillando en todo lo alto. Caí en la cuenta de que lo que normalmente hubiera sido un día precioso de luz y calor iba a ser el golpe definitivo al viñedo después del desastre de la noche pasada. Ese sol tan amarillo y tan brillante estaba terminando de quemar los brotes gracias al «efecto lupa».El viñedo inscrito en la DO lo tememos dividido en cuatro grandes zonas: la zona norte (Valdevimbre, Ardón), la comarca de los Oteros (Pajares, Corbillos, Morilla, Valencia de Don Juan), Tierra de Campos (Sahagún, Gordaliza del Pino), y la zona sur, (Mayorga, Valderas, los Melgares, Gordoncillo). Empecé a hacer llamadas de teléfono a diferentes viticultores, a bodegas y a amigos de cada zona y una tras otra fueron confirmando el desastre. ¡Me hablaban de 10 grados bajo cero durante la noche! Me decían que en los Oteros, el viñedo en vaso estaba destrozado y que en todos los sitios estaba brillando el sol.
Dejé lo que tenía que hacer y voví a la oficina a diseñar un planning para poder visitar el mayor número de parcelas en el menor tiempo posible. Quería realizar un exhaustivo informe que recogiese la situación real de las 4 grandes zonas de viñedo. No fue fácil encontrar calma para trabajar ese día; las llamadas se sucedían: «Álex, tienes que venir a ver esto». La preocupación aumentó exponencialmente cuando me di cuenta de que en casi todas las conversaciones se repetía lo mismo: «Esta próxima noche también va a helar. Dicen que otra vez 8 bajo cero». De repente me vi consultando el tiempo en un montón de páginas meteorológicas, algo que nunca había hecho, y todas las previsiones coincidían en que en la próxima madrugada se repetiría la situación de frío y viento. No daba crédito a lo que estaba viviendo. Estar contemplando un desastre de tal magnitud, ver las reacciones de los principales y primeros afectados y saber que no sólo, no puedes hacer nada, sino que además «esto» aún no ha terminado... Indescriptible.
Los medios de comunicación también comenzaron con su lógica ronda de llamadas para preguntar qué era lo que había pasado: «Oye, que hemos oído que la helada ha causado daños... ¿Nos puedes contar algo?¿Cómo os ha afectado?». Todos me solicitaban un primer avance de la situación, unas primeras declaraciones, algo…Me remití al informe que estaba elaborando y a la declaración institucional. Había que esperar.
29 de abril de 2017. Me despierto y salgo a la ventana. La cierro de golpe porque hacía más frío de lo normal y pienso: «Joder, acertaron». Efectivamente durante la madrugada otra nueva helada terminó de asolar el campo; bien es verdad que no fue tan intensa como su predecesora, pero el caso es que siempre que sumas uno más uno, salen dos. Que más me da 10 grados bajo cero de la noche anterior, que «solo» cuatro o cinco.
Volvieron a repetirse las llamadas del día anterior, no tantas, pero suficientes. En los siguientes 3 días a la segunda fecha, me recorrí las parcelas más grandes y más representativas de cada zona hasta cubrir más de la mitad del viñedo inscrito en la DO, unas 700-750 hectáreas de viñedo, lo cual nos permitiría hablar de una muestra suficientemente representativa para sacar conclusiones y tomar las medidas oportunas. Esas visitas fueron muy rápidas; no hacía falta en muchas de las parcelas bajarse del coche, ya que al aproximarse por las colinas se podía ver el halo negro que las cubría en su gran mayoría. Tomé fotos en todas las zonas para poder documentar gráficamente el informe.
En la zona norte y en los Oteros, aún habiendo sufrido las mismas bajas temperaturas que en la zona sur, el daño fue mucho mayor. El motivo lo encontramos en las diferencias en el ciclo del viñedo ya que la zona sur siempre va adelantada unos 15- 20 días aproximadamente con el resto de zonas, lo cual lo podemos traducir para hacerlo más entendible, en la longitud de los brotes: mientras en la zona sur el brote tenía una longitud de 12-15 centímetros en el momento de las heladas, en el resto de zonas tan solo tenía 3-4 centímetros. Concluyendo que los daños causados por las heladas habían afectado en todas las zonas a los primeros 5 centímetros de brote, se podía apreciar perfectamente como en los viñedos de las zonas más afectadas, el frío había penetrado hasta el interior de la yema destruyendo tejidos celulares y llegando incluso hasta la madera de la planta. Increíble. Devastador.
Concluí el informe de las cuatro zonas con un daño global y generalizado del 85%, llegando incluso en algunas zonas puntuales al 95%. A la vista de este y tras las pertinentes reuniones con la Junta Directiva del Consejo Regulador, se decidió solicitar a primeros de mayo a la autoridad competente la declaración de zona catastrófica para la DO Tierra de León.
Los días se sucedían y las conversaciones se repetían. No se hablaba de otra cosa: «¿ Qué vamos a hacer?», «no va a haber cosecha», «y ¿qué vais a hacer desde la DO?» Intercambié opiniones con mis otros colegas de las denominaciones de origen de Castilla y León y todos ellos me hablaban de desastres como el nuestro. Toda Castilla y León había sido asolada. No terminaba de creerme lo que estábamos viviendo.
Pude comprobar para mi sorpresa cómo había mucho desconocimiento sobre las medidas que a pie de campo había que tomar para intentar paliar los daños causados al máximo y ayudar en la recuperación de la planta, cada uno opinaba algo distinto. Me di cuenta de que esa falta de conocimiento o consenso a la hora de cómo actuar era normal: muy poca gente se había enfrentado a una catástrofe de esta magnitud, ni siquiera los «queridos abuelos» de la Denominación con los que pude hablar, que las han visto de todos los colores, recordaban algo parecido. Decidimos realizar una gran reunión para viticultores y bodegas, en colaboración con el Instituto de la Viña y del Vino de la Universidad de León para poner en común los criterios de «reparación» del daño y poder llevarlos a cabo. Sin duda alguna, aquella reunión, a pesar de ser la más triste en la que haya podido estar, ayudó a mucha gente. Vinieron viticultores y bodegas desde El Bierzo.
Después de aquello, tan solo faltaba esperar. Esperar con la ilusión de que la planta hiciera gala de esa capacidad de regeneración que tiene y junto con las medidas que viticultores y bodegas tomaron para conseguir la mayor recuperación posible, pudiera darnos por lo «menos» la mitad de la cosecha de un año normal.
No fue así. Llegó el momento de la vendimia. La más triste, rara, desesperante y frustrante de la historia reciente de la DO Tierra de León. Las previsiones de pérdida de cosecha que hice en mayo del 85% se quedaron en el 70%. ¡Un 70% menos de uva que un año normal! Se consiguió recuperar un poco a la planta, especialmente en la zona sur donde gracias a esa diferencia en el ciclo del viñedo, pudo defenderse mejor de los daños. Pero esa recuperación no fue suficiente: muchos viticultores no recogieron ni un kilo de uva, muchas bodegas no tendrían vino en 2018 y tendrían que vivir de las existencias y se perdieron puestos de trabajo. Fuimos la denominación de origen más afectada de toda Castilla y León. Ninguna dio nuestras pérdidas.
Y en estas nos encontramos en 2018, con la DO Tierra de León sufriendo las consecuencias del desastre, con las bodegas afrontando la escasez y alto precio del vino, con los viticultores haciendo un trabajo de recuperación de la planta en la poda como nunca antes habían tenido que hacer: planta por planta, sustituyendo plantas muertas, sacando madera para los próximos años, diseñando planes de recuperación a largo plazo. Y sabiendo que nuestro viñedo no se recuperará hasta dentro de 2-3 años, en condiciones normales.
Y aquí y ahora, en este momento en el que nos encontramos, es donde te digo a ti, lector, que más orgulloso me siento de la gente que formamos la DO Tierra de León: trabajadores, Presidente, vocales de la Junta Directiva, viticultores, bodegueros, comerciales. En todos ellos ha estallado/surgido un movimiento interior de rebelión ante el desastre y una sensación de que vamos a «renacer» con más fuerza que nunca. Se están sentando las bases de lo que a corto-medio plazo va a ser una denominación de origen totalmente nueva.
En el año en el que menos personal y menos recursos tenemos en la historia de la DO estamos realizando más actividades que nunca. No solo estamos ejecutando las acciones de promoción de un año normal, sino que además hemos diseñado un plan anual de enoturismo, hemos cerrado acciones de promoción lejos de la provincia de León y estamos afrontando el reto de la Capitalidad Española de la Gastronomía con ilusión, esfuerzo y dedicación para poder llegar a ti, querido lector, querido leonés, para hacerte saber -por si aún no lo sabes- que vives en una provincia con 16 sellos de calidad para otros tantos productos, para pedirte que no vayas a buscar «fuera» lo que tiene en tu ciudad, para decirnos entre todos que «vamos a dejar de ser tan ‘cazurrines’ y apostemos por lo nuestro de una vez por todas». Vamos a defender nuestro tejido empresarial, vamos a defender a nuestra gente porque mucho de lo que viene de fuera, no es ni de lejos, comparable a lo que producimos en León. Todos cuando nos alejamos de León, hablamos de las mil maravillas que tenemos en nuestra ciudad (¡porque mil maravillas tenemos!) pero el hecho es que cuando estamos aquí, ni las disfrutamos ni las apreciamos.
Ojalá que la catástrofe vivida el año pasado por culpa de las heladas de abril en nuestros viñedos suponga con el paso del tiempo lo que a día de hoy parece: el germen de la nueva Denominación de Origen Tierra de León (dentro de poco DO León), más fuerte, más consolidada, más cercana a ti, leonés. Simplemente danos por favor una oportunidad. Súmate a nuestra ola e imprégnate de ese sentimiento de unión y defensa de nuestro producto que nació a raíz del desastre del año pasado ; «fue un (casi) morir para renacer».
(Casi) morir para renacer
Alejandro González, director técnico de la DO Tierra de León, relata como vivieron en el Consejo Regulador las heladas de abril del año pasado y cómo afrontaron tan "excepcional" situación
10/05/2018
Actualizado a
19/09/2019
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