Es muy emocionante hablar con Felisa Fuertes porque desprende emociones, vivencias, recuerdos... la mayoría duros, de una vida de trabajo y sacrificios, de añoranzas de tantas cosas, primero de una infancia en una casa de labradores con seis hijos y las penurias que esto acarreaba en aquellos años 50 en los que ella nació; después la añoranza de su país cuando la vida la llevó a ser emigrante en Francia; después de su hija cuando ella regresó a León y Felisa siguió unos cuantos años en el extranjero por lo que sólo la veía un mes al año. «¡Cómo me dolía cuando iba a un colegio de monjas y éstas le hacían que las llamara madre! Es duro que tú hija diga madre y no sea a tí, pero lo importante era que se formara...».
Y estas cosas las ha escrito todas en poemas. Mejor dicho, ahora ven la luz como poemas, ella las ha escrito en el alma, las sabe todas de memoria, las recita sin dudar... Todas las poesías del libro que hoy presenta y otras muchas. «Se que hay mucha más cantidad que calidad, pero son mis recuerdos y mis sentimientos, por eso los se todos de memoria, y porque cuando no puedo dormir, que son muchas noches pues mi salud no es la mejor, las recito una y otra vez, las repito y recuerdo lo que cuento».
«No soy poeta», insiste, y lo recita: «Poeta yo no he nacido / por eso mucho sufro, / sufriré y he sufrido. // Pero os confieso y os digo / que la fe y la esperanza / no he perdido. // Y poeta, aunque sea de céntimo / de euro o de peseta, / me gustaría morir yo, / poeta».
Quiere que su libro, y la presentación que este martes por la tarde realiza en el Conservatorio, sea un homenaje a los que, como ella, tuvieron que emigrar al extranjero a buscarse la vida. «Es muy duro emigrar, vivir añorando tu tierra, por eso se lo quiero dedicar a ellos y, especialmente, a los que no pudieron regresar». Algo que también ha llevado a sus poemas: «Prefiero morir / en un asilo en mi patria / antes que en un palacio / en un extraño país».
Recuerda Felisa cómo emigró ella, cómo en su casa, en su numerosa familia de labradores, las cosas no estaban fáciles y en 1963, con solo 14 años y dos mil pesetas (12 euros) enel bolso cogió el tren rumbo a Francia. «No tenía ni trabajo, ni papeles, ni nada... Iba con otra chica y la primera noche la pasamos en un centro de acogida y al día siguiente una patrona tenía que coger a una por un tiempo para trabajar por otra que estaba de baja. Y me cogió a mí, yo creo que porque me vio más de pueblo. Y estuve con ella cuarenta días y de nuevo a buscar trabajo».
Recuerda Felisa que su compañera dijo que no soportaba la nostalgia y la pena y regresó. «Yo me quedé, no se si era más decidida, pero creo que tampoco tenía dinero para volver pues fui con 2000 pesetas en el bolso y en París no daban para mucho».
Allí se quedó. Encontró una familia con la que trabajar, primero en París. «Eran buena gente, estuve cinco años, después fui con ellos a la Costa Azul, dos años...». Se iba abriendo camino, trabajando, aunque... «Muchos no tendremos suerte, / algunos nos va fatal, / trabajamos como burros / y nos lo pagan muy mal».
No solo es cuestión de dinero, no son años muy buenos para los emigrantes y Felisa tiene recuerdos que entristecen su rostro cuando los recrea. «Lo que no soporto es el racismo, el desprecio a la gente emigrante. Cuando iba en autobús o en metro y veía que alguien se levantaba de su asiento para no estar al lado de un negro o de uno que no habla su idioma me daba mucha pena, mucha, se me encogía el corazón pensando en aquel que había sido despreciado, que podía ser yo. Esas cosas también hacía más grande la añoranza de nuestro país, con todo lo que en él pasaba».
La vida sigue para Felisa, llega su hija y con el tiempo deciden que la niña debe regresar, crecer en castellano, educarse en España y viene para la tierra de su padre, León. Tiempos duros, nuevamente para Elisa, «que sólo la podía ver un mes en verano, ni siquiera en vacaciones de Navidad». Llena la ausencia escribiendo —más bien recitando— poemas que para ella escribe y que se resumen en uno muy corto: «Vivo por ti, / vivo por verte, / vivo con ansias / de pronto verte».
Y llegó el momento. Ya hace años que Felisa pisa nuestras calles, acude a numerosos actos culturales, habrás visto su pelo ceniza en muchos lugares... y un día nació el Ágora de la Poesía en el anfiteatro de San Marcos. «Allí estaba yo, allí he estado siempre, menos un mes que me resultó imposible porque estaba enferma, allí estoy el último viernes de cada mes».
Una figura habitual en el encuentro. Un momento especial cuando Felisa se acerca al micrófono y recita sus poemas, sin ningún papel en sus manos, sin ningún guión, tan solo con su alma. Y sus sentimientos. Y sus recuerdos, tan duros tantas veces: «Es muy duro escribir de lo que añoras, de tu país, de tu hija... Qué felicidad ver que ahora ella, Lourdes,puede estar allí al lado, escuchando cómo recita». Igual que un día le escuchó decir a los responsables dela revista El búho desenfrenado que le gustaría que «mis poemas, los que resumen toda mi vida, vieran la luz algún día en forma de libro».
A veces los sueños se cumplen. El libro se llama Vivencias de una emigrante, la autora es ella, la emigrante también y las páginas son un río de emociones, las mismas que produce escuchar a esta mujer de pelo ceniza.
Cuando la tinta es sangre
Felisa Fuertes Brusca presenta este martes por la tarde (a las 20 horas, en el Conservatorio de León) un libro singular, ‘Vivencias de una emigrante’
08/01/2019
Actualizado a
17/09/2019
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