Es un hecho que a los jóvenes de hoy en día les cuesta más socializar. El auge de las redes sociales no crea más que una distópica ilusión de acompañamiento temporal, un parche que puede desdibujar el sentimiento de soledad pero no solventarlo por completo. Estamos más conectados que nunca y, sin embargo, no somos capaces de crear vínculos con las personas de nuestro alrededor. En una ciudad como León, donde la población cada vez está más envejecida, muchas personas llegan aquí por trabajo y no tienen tiempo para conocer nuevas amistades fuera de su entorno laboral o estudiantil.
Una problemática a la que personas como Elena Arias ofrece una vía de escape con una fórmula de ocio alternativa que se sale de las convencionales noches de fiesta en las que el alcohol se convierte en un ‘aliado’ necesario para socializar. Elena es una leonesa de 33 años que estudió el Grado de Educación Social en la Universidad de León. Tras trabajar en otras ciudades como Santiago o Valencia, después de varias desavenencias personales decidió volver a su ciudad natal y continuar el camino que había comenzado con la creación de su proyecto personal ‘Escuela escuchA’, un espacio seguro para fomentar el desarrollo personal y bienestar emocional.
«Esta inciativa nació en 2019 tras sentir una catarsis con los niños y la figura de apego seguro mientras trabajaba en Santiago», explica Elena. Y es que a principios del 2020 esta leonesa se apuntó a un voluntariado en la Asociación Helsinki, que trabaja con Derecho Humanos en varios países, en el proyecto titulado ‘Jóvenes para jóvenes’, que buscaba a gente universitaria que quisiera dar charlas a los niños en los colegios.
Elena comenta que primero hay que acudir a una formación en las materias que se van a tratar y luego les envían por parejas a un centro educativo durante dos días a la semana. Al poco tiempo, su compañera dejó de asistir y cambiaron el horario para que las charlas se dieran durante cuatro horas seguidas. «De repente me encontraba sola trabajando con chavales de segundo de la ESO y tratando temas como feminismo, roles de género, tabaquismo… mucho contenido diferente que me hizo darme cuenta lo mucho que me gustaba esa experiencia».
Pero la suerte no estuvo de su parte y, al mes de empezar, la pandemia del coronavirus obligó a confinar a toda la población. Aun así, Elena volvió en mayo con su programa estructurado para ofrecerles talleres sobre inteligencia emocional de manera voluntaria y a través de la Fundación Helsinki le permitieron llevarlo a cabo. Fueron cuatro horas con cada clase de primero y tercero de la ESO con temáticas diferentes como duelos, autoestima o gestión emocional, entre otros.
Y así fue como empezó ‘Escuela escuchA’, aunque no fue hasta el 2023 cuando Elena elaboró los trípticos y vídeos explicativos, además de abrir sus redes sociales en Instagram donde publica todas sus iniciativas. «Como en mi trabajo actual en una residencia de León los chavales no son tan participativos, he decidido exportar todas mis ideas al resto de la ciudad», confiesa esta educadora social.
Con la idea de atraer a más público, la actividad del ‘Meriendebate’ se exportó a toda la sociedad leonesa, contando con la colaboración de dos chicas de la generación Z y tres millenials. A lo largo de la tarde conversaron sobre las ‘red flags’ y ‘green flags’ (algo que se podría definir como comportamientos negativos y comportamientos positivos de las personas) con el objetivo de que los millenials expusiesen sus experiencias con las Z «y se dieran cuenta de que la sociedad no ha avanzado tanto después de todo».
Durante tres horas «que se hicieron cortas», abordaron temas como el ‘ghosting’ (desaparecer sin dar explicaciones después de llevar varios días hablando por redes con otra persona), donde se dio un debate «interesante» porque para las Z se trata de una manera sencilla de cortar la relación mientras que los millenials «eran más conscientes de la responsabilidad afectiva».
Por otro lado, Elena califica la ‘Cena Canalla’ de un «éxito rotundo» en el que consiguió agotar el cupo de diez personas, llegando a querer sumarse cinco más cuando el proyecto ya se había concretado. «Se trata de espacios seguros para escuchar otras historias de vida con una socialización apacible. Existe ese nervio de que no conoces a nadie, así que yo me mantengo como un acompañamiento pasivo que no les fuerzo a nada para que rebajen esa sensación», explica. Además, en este evento colaboró con Gus, un joyero que sorteó una gargantilla personalizada para el invitado más ‘canalla’ de la noche.