Rafa Gallego es un tipo que primero piensa y después habla. O escribe. Y esa forma de estar en la vida hace que sea un personaje especial (filósofos, les llamaban antes), un escritor diferente, al que buscan con frecuencia, pero él sale poco de su yo con voz entre dulce y de trueno.
- Tendrías que escribir unos folios sobre tu amigo Mures; le dejan caer.
- Mures no se resume en unos folios, Mures tiene una novela.
Creo que fue la primera vez que Gallego no pensó en exceso lo que iba a decir. Es cierto que Mures tiene una novela, pero no se lo puedes decir a Héctor Escobar porque, sin saberlo, acabas de firmar un contrato de edición ante siete notarios. El día que vio en su teléfono que le llamaba ‘El Lara de Vegacervera’ supo que ya estaba puesta la primera frase del libro ‘Ese chico de la radio’, que así se llama la novela o la biografía o las reflexiones o el viaje al fondo de Mures, que de todo tiene un poco esa obra que ya está en las librerías bajo el sello de Eolas.
- ¿Fue fácil contar a Mures?
- No creas, hay muchas horas de conversación, pero hubo de todo. Mures estaba empeñado en poner fotos, nombres, listas, como si la vida fueran Los 40 principales, y yo quería viajar, a palo seco, a lo mejor que tiene Mures, que es él, Mures; explica Gallego.
- Nada, imposible meter fotos en el libro. Sólo una, la de la portada, que me solucionó otra de las obsesiones que yo tenía y qué Rafa tampoco quería complacer: que apareciera el nombre de León en la portada. Y aparece, en el banco de la foto; explica Mures, que ahora está feliz con ‘Ese chico de la radio’; 130 páginas de vida y reflexiones sobre «José Manuel Mures, nacido el día internacional de la radio del año del gato de mil novecientos sesenta y tres, ese chico de la radio», que son las últimas palabras de la novela, biografía, ensayo, vida o lo que sea…
Ya te aviso, lector, descubrirás a otro Mures y entenderás mucho mejor al que ya conoces, al de la radio, al Muressss de susurros y pellizcos, al pincha que hoy llaman DJ, al dicharachero y profesional presentador de los actos solidarios. Porque Mures —perdón José Manuel— engaña. Hay mucho trasfondo detrás del tipo feliz –mejor, del tipo empeñado en hacerte feliz-, del simpático caminante que te llama ‘apañero’, te abraza con sinceridad y te cuenta mil historias impagables, que incluso te enseñaba la bolsa que un día la salud le obligo a llevar durante un tiempo mientras te dice: «¡Mira lo que tengo!», como si te enseñara a escondidas las pelis o los cromos con los que jugaba de niño y lo remata con un dicho de su infancia: «La bolsa o la vida o el botón de la barriga».
Rafa Gallego ha sabido robarle la verdad de ese doble juego que el propio Mures explica diciendo que «la vida hay que tomarla como viene»; y en el capítulo que han titulado precisamente ‘La bolsa o la vida o el botón de la barriga’ recuerdan ese pasaje en el que la vida le vino de nalgas a Mures. Escribe Gallego: «Ella está sola en la sala de espera número cuatro. La sala es enorme y ella, Yolanda, está sola esperando que alguien pregunte por los familiares de un enfermo concreto, los familiares de ese chico de la radio que en este momento concreto depende de esta intervención quirúrgica para poder seguir viviendo, quizá los familiares del único enfermo que ese día a las once de la noche, once y media ya, está siendo atendido porque ha tenido un dolor horrible en la tripa y su compañera se lo ha traído al hospital asustada. Sola».
Pocas líneas más adelante de esta descripción Rafa Gallego ya recupera y retoma la voz callada de Mures. «La vida hay que tomarla como viene».
El libro, aviso, empieza fuerte, con un pasaje de la infancia de Mures que Rafa le convence de que hay que llevar al libro pues, le argumenta, «las historias tienen que contarse completas» y añade: «No es algo que cuente con dolor o con rencor. Es algo que sucedió y que él sabe que tiene que contar porque sabe que es determinante en su vida».
Y lo cuenta: Es la muerte de su padre cuando Mures tenía 11 años. «En una de estas escapadas al pueblo (Manganeses de la Polvorosa) mi madre venía con mi tía con el seiscientos y pasaba por el puente que entonces era de un único sentido. Cuando ya estaba en él vio un niño que venía de frente con una bicicleta y como era de sentido único y cabía solo un vehículo, pensó que lo iba a atropellar y, para evitarlo, dio un volantazo y se fue con el coche al río. Mi padre y yo estábamos pescando al lado del puente y él, cuando vio aquello, se echó al río para sacar a mi madre del agua, sin pensar si quiera en que él mismo no sabía nadar. Se metió andando, con la urgencia de llegar hasta ella y sacarla; de hecho, llegaba andando al lugar en el que estaba el coche, pero perdió pie y se metió en uno de los agujeros que había al lado del puente y quedó atrapado allí y se ahogó. Se ahogó delante de nosotros.
Y el caso es que mi madre no abrió la puerta del seiscientos en ningún momento y llegó sin ningún problema hasta la orilla, flotando como si nada, sin más problema». Bueno, con uno muy grave, la tragedia vivida.
Y así llegó Mures a León, donde su madre tenía familia, huyendo del dolor que había sumido a aquella familia en la casa familiar de Alcalá donde la figura de su padre estaba en cada estancia. Jugó en las calles de León, fue alumno de los Maristas Champagnat. No le faltó el amigo fantasma que le dijo que su padre era el director de Radio Nacional de España en León: «Yo me dije; la ocasión la pintan calva, quiero conocer RNE, dile a tu padre que me lleve…». Nada, el amigo era un vacilón y su padre no era nada en Radio Nacional, pero Mures no desaprovechó el viaje … «veo que es mentira todo lo que me ha dicho mi compañero de colegio y me digo, pues ya que estoy aquí, a Radio León, que está aquí al lado. Me llego allí, llamo a la puerta y me sale Don Enrique. Hola, ¿qué quería? Pues quería ver la radio. La radio no se puede ver, zanjó el asunto. Así es que marché, pero al día siguiente me dije, pues yo vuelvo a probar hasta que encuentre a alguien que me la enseñe y con tan buena suerte que tuve que apareció Severiano y me la enseñó; ya me fui por ahí metiendo un poco y venía a verlos y fue como una revelación, porque justo coincidió que iban a poner en marcha Los 40 Principales y ya me quedé allí medio instalado y conmigo también empezaron por entonces Valentín y Luis Javier. Y allí estábamos los tres. Nos pusimos al día echando lumbre y allí me quedé haciendo un turno de Los 40, pero de aquella estaba yo trabajando en el Hospital Monte San Isidro esa es otra historia. Entonces iba por la mañana al Hospital, dejaba de trabajar allí con lo de la colza y me iba toda la tarde a la radio. Mañanas colza, tarde 40. Un turno completo».
Acababa de nacer ‘Ese chico de la radio’ pero ya vivía en él ‘el chico de la colza’, el enfermero que, una vez más, le veía la cara a la enfermedad y la muerte, después de la de su padre, antes de su grave enfermedad, en la que habla de que «la mirada a los ojos a la muerte es un hecho privado. Imposible de contar».
La radio. Ya está en su vida, para siempre.
«Es mi primer día de trabajo en León. Es martes y trece. Es enero de 1998». Así recuerda Rafa Gallego cómo se conocieron, «el coordinador de los 40» y el docente y escritor que en otra de sus vidas vivió «atrapado en un traje y una corbata». No se imaginó Gallego siendo su biógrafo a la vuelta de 25 años.
Y si Mures tiene mucho más fondo humano del que parece, también el chico de la radio es mucho más que ‘el de los 40’. Vayan algunas frases: «Hubo un tiempo en el que yo hacía el programa de las mañanas cuando Radio León todavía no emitía en cadena la programación de la SER y, por la noche, hacía El Expreso, de 9 a 12 y luego lo ampliamos hasta las tres, después de 4 horas diarias de radio local; hacíamos cosas muy chulas». Y recuerda una: « Yo me acuerdo, en plenas elecciones, que hacíamos cosas imposibles hoy en día. Imagínate que, por ejemplo, cogíamos una unidad móvil y nos plantábamos en Ordoño con el candidato de turno, nos poníamos en la acera y a quien pasara le ofrecíamos el micrófono y le decíamos: aquí tiene usted a menganita o a fulanito, candidato del partido tal, ¿quiere preguntarle algo? ¡Aproveche ahora!»·.
Y entrevistas en la calle, en el Emperador... «El otro día me encontré con un listado que había hecho y no me lo creía ni yo: Serrat, Sabina, Nuria Espert, Leo Bassi, Santiago Auserón...».
Desfilan por las páginas del chico de la radio casi todos los nombres del León de cada época, junto a anécdotas con todo tipo de personajes locales, nacionales e internacionales: «Yo nunca en la vida me he drogado y mira que me han ofrecido a mansalva, porque además te lo ofrecen como acto de cordialidad. En Madrid yo iba a todos los telares de las discográficas, he ido a ver a Liza Minelli, cenar con ella; y he estado con los Jackson Five y comiendo con Enrique Iglesias...».
También recuerda Mures sus incursiones en la prensa escrita, especialmente las dos páginas semanales que hacía en La Crónica de León con la lista de Los 40 en ellas y unos montajes que él mismo realizaba a base de tijeras, recortes, fotocopias, pegamento... «Mi hija Laura, que hoy es diseñadora gráfica, se quedaba embobada observándome hacer aquellas composiciones. Siempre se lo digo: ‘Es como si ya supieras tu futuro’». NMo olvida cuando fue a una rueda de prensa y Miguel Bosé le llamó para decirle que le había encantado cómo había montado las dos páginas sobre su presencia en León.
Y mil nombres más, no podía faltar Café Quijano (Manolo es el autor del prólogo) o esa nueva aventura: Mures TV, donde José Manuel vuelve a hacer lo que ha hecho siempre: «Inventar, innovar, entretener, entrevistar, recorrer calles, hablar con las gentes, tener pasión por los viejos letreros y escaparates... tener pasión por la vida», a la que mira feliz por más trabas que le ponga.