Diez años del asesinato de Isabel Carrasco, un crimen con tintes de guion y nombre de mujer

El 12 de mayo de 2014 la presidenta de la Diputación y del PP de León era abatida por venganza. Montserrat González, su hija Triana y una policía local fueron condenadas

12/05/2024
 Actualizado a 12/05/2024
Se cumplen diez años del asesinato a tiros de la presidenta de la Diputación y del PP provincial, Isabel Carrasco. | DANIEL MARTÍN
Se cumplen diez años del asesinato a tiros de la presidenta de la Diputación y del PP provincial, Isabel Carrasco. | DANIEL MARTÍN

«Matan a tiros a la presidenta de la Diputación y del PP de León». La noticia, que era imposible recibir sin un gesto incrédulo, sin necesitar más de una primera comprobación, empezó a extenderse con rapidez en la tarde del 12 de mayo de 2014. Isabel Carrasco, la mujer que lo era todo en la política leonesa, temida no solo por sus rivales, sino también por los suyos, acababa de ser derribada por las balas de un revólver a plena luz del día. La asesinaron junto a su casa, mientras se dirigía a la sede del partido, separada por apenas unos metros de distancia que discurren en su mayor parte por una pasarela sobre el río Bernesga. Fue en ella donde encontró la muerte, aproximadamente a medio camino. Y ese 12 de mayo de 2014 que había arrancado como un lunes corriente en León, la ciudad tranquila, pasaría a la historia. El magnicidio abrió informativos, encabezó portadas y llenó tertulias. Todos se hacían las mismas preguntas: ¿Cómo había podido ocurrir? ¿Qué había llevado a alguien a acabar con la vida de la presidenta? Las primeras respuestas llegaron pronto.

Un matrimonio cruzaba esa misma pasarela cuando se produjo el crimen. Se habían fijado en Isabel Carrasco, a la que habían reconocido por las noticias, y también repararon en una mujer que la seguía de cerca, embozada, que pensaron que era su escolta. Cuando ya les habían dado la espalda, unos «petardazos» hicieron que se voltearan. Isabel Carrasco se desplomaba y esa supuesta escolta la remataba en el suelo antes de volver sobre sus pasos. Inmóviles, vieron cómo les adelantaba, a paso rápido. Con lo que la autora de los disparos no contó fue con que ese hombre que paseaba junto a su mujer y que había sido testigo del crimen era en realidad un policía jubilado que actuó por puro instinto. La siguió por varias calles de León, manteniendo la distancia, e incluso llegó a perderla de vista durante unos instantes, pero fue capaz de localizarla, identificarla pese a que ya se había cambiado de ropa, y permitir su detención. Ella, tranquila, junto a su hija, se disponía entonces a coger el coche y huir. Se enfrentó a la patrulla a la que había alertado el policía jubilado con entereza, anunciando desafiante que eran la mujer y la hija del inspector jefe de la Policía de Astorga. Sonaron tan convincentes que a punto estuvieron de dejarlas ir, pero ese fue el final de su trayecto. Montserrat González y su hija Triana Martínez, extrabajadora de la Diputación de León, fueron detenidas.

Entonces se abrieron nuevas incógnitas. El primero de los objetivos fue encontrar el arma del crimen, que se buscó junto al río, en papeleras y por las calles que la primera había atravesado en su huida. La respuesta también se conoció pronto. «Mamá, que no se te ocurra decir quién la tiene. Que es policía local». Esta frase la pronunció Triana Martínez en comisaría, según declararon los agentes en el juicio. No hizo falta buscar mucho. 30 horas después del crimen, que comenzaba ya a adquirir tintes de guion de cine, apareció la tercera implicada, también mujer, Raquel Gago, una policía local amiga de Triana a la que esta había dejado el arma –que recogió o le entregó su madre a medio camino– en el coche. Raquel Gago había estado tomando café a mediodía en casa de Triana y, como amiga, sabía su enemistad con la presidenta de la Diputación. Tras ese café en casa se había acercado en coche al centro y recordaba haber visto a Triana mientras hablaba con un operario de la ORA. «Me dijo si tenía el coche abierto. No sé si fue una pregunta o una afirmación, y accioné instintivamente el mando», dijo Raquel en el juicio. Triana había aprovechado para depositar el arma en el coche de Raquel sin mediar más palabra, debajo del asiento del copiloto. Cuando esta la encontró ya sabía que su amiga y su madre habían sido detenidas por el asesinato de Isabel Carrasco y aseguró haber entrado en shock. Su bloqueo hizo que no acudiera a comisaría hasta esas 30 horas después y que acabara detenida. «¿Cómo le pudo hacer esa faena su amiga?», le preguntó el fiscal en la Audiencia Provincial. «No lo sé», respondió Raquel, que siempre sostuvo su inocencia. Ella fue la pieza más difícil de encajar en lo que la Fiscalía y las acusaciones tildaron de «crimen casi perfecto», en el que de no haber sido por ese policía jubilado, testigo clave, consideraron que habría sido prácticamente imposible dar con las culpables. 

Pero, ¿por qué esta madre y esta hija habían decidido acabar con la vida de Isabel Carrasco? La joven declaró en el juicio que habían creado una plaza para ella en la institución provincial y reprochaba a Isabel Carrasco que tras asumir ella la Presidencia no se la hubieran dado. Incluso llegó a pedirle las preguntas del examen, pero fue otro quien aprobó la oposición y, cuando no tomó posesión de la plaza, esta se acabó amortizando. Triana se había quedado sin trabajo y su madre vio en Isabel Carrasco la causa de que su hija no medrara, de que no prosperara ni en la Diputación ni en el Partido Popular, al que estaba afiliada. «Si hubiera salido como presidente Javier García Prieto yo no la hubiera matado», confesó en el juicio Montserrat. «¿No estaríamos aquí?», repreguntó el fiscal. «No. No estaríamos aquí. Eso lo tenía muy claro», respondió la mujer, que dijo haberse obsesionado con este asunto y haberse convencido a sí misma de que solo con Isabel Carrasco muerta, su hija podía rehacer su vida. En su relato insistió en que era la vida de Triana o la de Isabel, blanco o negro, sin matices ni posibilidad de grises, y que para ella, como madre, la elección estaba clara. «Dígame, ¿está usted arrepentida por lo que ha hecho?», quiso saber su abogado en la Audiencia. De su boca salió un «no» firme, sin titubeos, y después se hizo el silencio. «¿Pero por qué? ¿Por qué no está arrepentida?», insistió el letrado. «Porque si digo otra cosa mentiría», espetó ella cortante. Isabel Carrasco se había convertido para ella en el demonio a abatir y su convencimiento era casi de que empuñando ese revólver había hecho un bien a la sociedad. Quiso desvincular a su hija de todos sus planes, pero el jurado popular no las creyó. Las acusaciones insistieron en que, en realidad, Triana había sido la inductora, la que había envenenado la cabeza de la madre y de la amiga, a la que apuntaron como parte clave dentro de un plan elaborado a conciencia para matar a Isabel Carrasco. La madre apretó el gatillo, pero consideraron que la participación de la hija había sido prácticamente al mismo nivel, por lo que finalmente se le impuso una condena similar. Raquel Gago despertó más dudas y también generó más empatía. El jurado fue más duro en su fallo que el magistrado de la Audiencia, y esto, visto como un gesto inusual, fue corregido posteriormente tanto por el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León como por parte del Supremo. A día de hoy, diez años después, madre e hija siguen en prisión, mientras que Raquel Gago ha podido ya salir de ella. ¿Se hizo justicia? «Todos perdieron», dijo una de las partes de la acusación tras conocer el fallo. Lo sigue manteniendo.

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