Los padres de José Enrique, mariscadores jubilados, según los vecinos más amables; dedicados al trapicheo, según otros menos complacientes, mendigaron favores en la parroquia de Asados donde viven (a 200 metros de la tumba de Diana Quer) para que intercedieran de una forma u otra por su hijo. Hace menos de una semana, su madre le volvió a dar las gracias a un conocido y una propina por lo bien que se portó entonces. Ese hombre, ayer, arrasado en lágrimas, maldecía el nombre de Abuín y la hora en que lo conoció. «Si preguntas aquí, y no hay una cámara, el 99 por ciento te van a decir «este es capaz de cualquier cosa. Yo creía que de asesinar no. Pero ha pasado todos los límites», cuenta a ABC casi en un susurro alguien que lo conoce desde niño.
En su ficha policial le constan seis antecedentes: por tráfico de drogas, por violación, por lesiones, dos por conducir sin carné y un hurto en agosto. Nadie discute que fuera furtivo (de almeja sobre todo), ladrón de gasóleo de barcos en el puerto y de camiones donde pillara; vividor, traficante e incluso un traidor. «Aquí también le llaman el chivato porque vendió a los otros para salvarse él. Por eso no estuvo nada de tiempo en la cárcel», cuenta su antiguo vecino, rabioso y entristecido al confirmarse que el cuerpo de la joven se descomponía a unos metros de sus casas mientras se la buscaba con ahínco.
Sin ejecutar
En determinadas zonas se perdonan o se entienden algunos delitos con los que se han acostumbrado a convivir, pero para crímenes como el de Diana son implacables. Los murmullos señalan hacia la Justicia. Las preguntas se agolpan: «¿Por qué no estaba en la cárcel si todo el mundo sabe que lo habían condenado?». Dos años y seis meses, esa fue la pena que le impuso la Audiencia de La Coruña hace dos años y que está pendiente de ejecución. «Ahora se darán prisa para meterlo», señalan fuentes jurídicas. Cruzando tiempos, si hubiera estado cumpliendo esa condena no se hubiera atravesado en el camino y la vida de Diana Quer. Difícil de digerir.«La semana pasada estaba ahí parado en la puerta, riéndose a carcajadas. Maldita sea su estampa. Si me dejan o lo mato o lo capo», amenaza otro vecino incapaz de entender cómo no se había llegado a esa nave en la que se sabe que él trabajó esporádicamente, que está al lado de la casa familiar y pegada a otra vivienda de una pariente del Chicle.
«Es un ladrón de siempre, te quita lo que pille», añade. En su declaración reconoció que salían a robar gasóil con el coche él y su mujer. «Nunca iba con ella a las fiestas». Era un habitual de un conocido after de Santiago, ya cerrado. Y un depredador.
Dicen que no es muy listo, pero que no conoce la piedad. En uno de sus juicios se encaró con un conocido abogado de narcos y le espetó en mitad de la Sala: «Tú fuiste a buscarme a la cárcel para que yo me comiera el marrón». Los acusados, parientes entre sí, se enzarzaron a gritos ante el Tribunal. Ninguno ha entrado en prisión. El Chicle los arrastrará a todos.