La noticia del fallecimiento de su hijo Manuel fue para él un «duro golpe». «Eso solo lo sabe el que lo pasa», afirmó. Ese día, que tiene «muy clavado», había oído rumores en el pueblo de que había habido un accidente. Sabía que solo había un grupo de trabajo y que Manuel estaba trabajando. Llamó al grupo, le contestaron y, aunque le confirmaron que algo había pasado, le dijeron que no podían decirle nada más, así que cogió el coche y se presentó en la mina. Poco duró la sensación de incertidumbre, ya que en cuanto bajó del coche un compañero le dio el pésame. Así lo supo.
En la sesión de este lunes también intervino la viuda de Manuel Moure, Verónica Alonso Fernández. Ambos habían sido padres poco antes del siniestro, en el mes de septiembre. Verónica afirmó que sabía que su marido pertenecía a la brigada de salvamento y que en casa comentaron el despido de dos ingenieros de la brigada unos meses atrás. Cuando ocurrió el accidente hacía poco tiempo que Moure se había incorporado al trabajo porque en septiembre había cogido el permiso de paternidad y después unos días de vacaciones y ya el jueves anterior al siniestro le había dicho a su mujer que «las cosas estaban muy mal, que iba a pasar algo» y que «lo habían comentado ya y que no les hacían caso».
También se escuchó a José Manuel González, hermano de otro de los fallecidos, Orlando González, que declaró en sustitución de su madre, Manuela Fernández. Orlando era su único hermano y su madre, dijo, sintió su muerte «en gran medida». Ambos, madre e hijo, vivían juntos en el momento del accidente en La Pola de Gordón. Tras él declaró Gloria Patricia Collazos, viuda del también fallecido José Antonio Blanco Barrio, con el que convivía en Villaquilambre junto a sus dos hijas. Su relación había empezado en el año 2000 y en ese momento eran pareja de hecho. Gloria Patricia afirmó también que sabía que algo diferente pasaba en la mina porque su pareja estaba «triste» y le había dicho que «a ver si mañana me mandan a otro sitio porque allí está muy mal». Del accidente se enteró por la televisión, porque desde la empresa nadie llamó para decirle nada, apuntó.
Por su parte, la viuda de Roberto Álvarez García, María Isabel de la Fuente Mateos, también reconoció que su marido había comentado en casa que estaba preocupado por la situación de la empresa y por los despidos que se habían producido dentro de la brigada de salvamento, a la que él pertenecía, solo unos meses antes de que se produjera el siniestro. «Había tensión» por este tema, dijo al tiempo que reconoció que «a veces venía preocupado y se hablaban en casa las cosas». María Isabel y Roberto tenían dos hijos en común, la mayor tenía entonces solo tres años y el pequeño había nacido apenas unos meses antes del siniestro, en mayo.
«En Tabliza parecíamos pobres»
Tras la declaración de estos cinco familiares, dos trabajadores testificaron en la sesión de este lunes, Agustín Fernández García, picador que trabajaba en el macizo 9 en el momento del accidente, y Juan Jesús Colmenero Díez, barrenista. El primero había trabajado en el taller en el que se produjo el siniestro, pero lo cambiaron días antes. Se quejó (de palabra) de lo que él consideraba que era una situación de «peligro» por el exceso de gas y por esa bóveda que no acababa de hundir. «Veía cosas que no se hacían bien», destacó, y la sensación aseguró que era generalizada, que era algo que se comentaba, aunque rechazó que se tratara de miedo. «No era miedo, porque si tuviera miedo igual no entraba, pero sí respeto». Fernández, que había trabajado antes en las instalaciones de Santa Lucía, remarcó también que entre ambas existía una gran diferencia en lo que a medios se refiere. «Mientras en Santa Lucía tenía siempre material, en Tabliza (lugar del siniestro) parecíamos pobres. Tenías que ir a pedir material hasta a las contratas. Yo vi que las cosas no se llevaban igual en Santa Lucía que en Tabliza, incluso siendo la misma empresa. En Tabliza era un arréglatelas como puedas muchas veces. Lo pasé muy mal», apuntó. Otra de las diferencias entre ambas era que en Tabliza no se separaban tareas, algo que en su opinión reforzaba la seguridad en las labores y también recordó haber comentado poco antes del accidente, cuando aún trabajaba en ese taller que «estaba muy mal aquello. Dije literalmente nos matamos todos allí porque aquello está dando unos sustos... después me dijeron que para el noveno y dije que bien». A Agustín Fernández le preguntaron también si le había trasladado sus quejas a su hermano, miembro del comité de seguridad, a lo que contestó que a él concretamente no.Por su parte, Juan Jesús Colmenero apuntó también que la bóveda era «enorme» y que la noche anterior al accidente, en su turno, oyeron «chasquidos» que podían se de gas y que salieron del taller hasta que consideraron seguro poder continuar. Por otra parte, destacó que el vigilante en su turno «nunca» estaba con ellos de forma continuada. «Esa bóveda era enorme. Le dije a mi mujer unas cuantas veces que si a mí me pasaba algo que denunciara, porque no se estaba haciendo bien así». De hecho en sus 23 años de experiencia en la mina subrayó que «nunca había visto las cosas así». Respecto a si él conocía las Disposiciones Internas de Seguridad respondió que él por lo que se preocupaba era por hacer su trabajo «lo mejor posible» e incidió en que la inquietud entre los trabajadores existía, en que cualquiera que entrara al taller podía ver la situación en la que estaba y respecto a si alguna vez habló del tema con su cuñado, el hermano de su mujer, por formar él parte del comité de seguridad respondió que a quien se lo comentó fue a sus superiores «al vigilante de seguridad, que se supone que para eso está». «En casa de mis suegros o de mis cuñados no hablo de trabajo porque son temas que generan discusiones y de los que es mejor no hablar. Esto es como el fútbol», afirmó.