Cuando Matías Llorente, en una explanada del Páramo, se subía a un tractor con un megáfono para hablar a cientos de agricultores que le rodeaban se hacía uno de esos silencios que permiten escuchar las esquilas de los rebaños que están a un kilómetro. Les hablaba del precio de la remolacha o la patata, por ejemplo, y la necesidad de tomar la carretera con el tractor. Eran las tractoradas, históricas, inolvidables. Al frente Matías, el de Cabreros, con chaqueta de punto o jersey de pico.
Cuando Matías Llorente cogía el micrófono de la Diputación para hacer sonar la misma voz del megáfono, pero ahora sentado en el sillón de cuero del Palacio de los Guzmanes, se hacía un silencio que permitía escuchar a un presidente de cualquier pueblo subiendo las escaleras camino del despacho del diputado. Hablaba de que los pueblos «no están para pagar las clases de piano de los señoritos de León» o que a «los pueblos no se va a cortar una cinta, beber un vino, pontificar sobre el mundo rural y subirse al coche oficial mientras los paisanos que pagan el vino marchan a coger su tractor». Eran sus reivindicaciones en la Diputación, su otra casa, esperadas, temidas, respetadas. Al micro, Matías, el de Cabreros, con chaqueta de punto o jersey de pico.
Porque Matías Llorente llevaba la misma chaqueta en el Café Victoria que en la tasca de Zotes. O en la iglesia del mismo pueblo, donde se fundó la UCL. Porque Matías defendía lo mismo donde era dios, en el Páramo, Coyanza, el Sur, que donde su discurso sonaba a catástrofe, como Riaño. Y esa postura difícil genera muchas veces incomprensión y ruido, pero siempre respeto, pues defiende lo suyo. Y a los suyos. Que siempre supo quiénes eran, los que él llamaba «las gentes del campo». Lo que él fue, «un paisano del campo» que llevó los tractores a los palacios.
En una de sus últimas entrevistas, cuando ya se le sabía gravemente enfermo y a los periodistas les costaba preguntar por proyectos de futuro, pues se sabía que éste tenía fecha de caducidad cercana, él adivinaba la pregunta, sonreía debajo de ese sombrero que tapaba la calva de la quimioterapia, mostraba sus dientes que destacaban en la palidez amarilla de su cara enferma, y soltó un reto valiente: «Yo nunca dejo lo que comienzo».
Por ello, el destino le hizo un guiño y falleció justo el día que expiraba su obra más querida, su último mandato en el ayuntamiento de Cabreros, cuya lista a las municipales ya no encabezaba. Acabó su mandato. Acabó su vida. Tampoco esta obra la dejó sin acabar Matías el de Cabreros.
Para muchos Matías Llorente era el eterno diputado provincial. Pero para muchos más, sobre todo los paisanos del campo, era el histórico creador de la Unión de Campesinos Leonesas «el sueño más bello del campo leonés» y después de UGAL. Una larga historia subida al tractor, pero con el megáfono, y al micrófono, pero con voz de trueno.
Una larga historia con curioso origen que a Matías ‘el de Cabreros’ le gustaba recordar, y reconocer, con una sonrisa al bies y un comentario socarrón: «Hay que aprender a predicar de los que saben». Y explicaba cómo nació a la vida sindical: «Yo era casi un niño cuando conocí a los que llamaban curas rojos, de la Hoac o el conocido como Grupo de Zotes, y aprendí mucho de ellos, me enseñaron a hablar en público, las técnicas asamblearias, todo.También allí funcionaban la ‘fotocopiadora’, en la que se hacían revistas y octavillas que se iban repartiendo por las ‘uniones’».
Y de la sacristía, a la iglesia, pues en una de ellas nacería la UCL, el sindicato que regó la leyenda de Matías Llorente Liébana:Era marzo de 1977. Cientos de agricultores leoneses que salieron a buscar un recinto para celebrar una asamblea -que diera a luz a la UCL- se vieron obligados a peregrinar hasta encontrar un lugar techado. La caravana de coches iba seguida por un autocar de guardias civiles dispuestos a intervenir, lo que provocaba que nadie diera cobijo al movimiento sindical. Hasta que el cura de Zotes, Eutiquio Caballero, para aquellos campesinos Tiquio, les abrió la puerta. Así lo contaba Matías Llorente: «Lo recuerdo perfectamente, llegó Tiquio, quitó el cerrojo de la iglesia y cuando pensamos que podría hacernos algún reproche ‘por falta de respeto o algo así’ fue cuando dijo aquello de ‘como parece que la noche va a ser muy larga, podéis fumar».
Para Matías esa frase era el origen real de la UCL. Y de su leyenda propia como sindicalista, eso no lo decía él.
No estaba solo, por supuesto, es difícil olvidar a losJosé Agustín González, Jhony, de San Justo de la Vega; JoséFelipe Martínez Morán (Villarnera),Gerardo García Machado (Sueros de Cepeda) oJosé Luis Sevilla (Vecilla de la Vega)…. Con uno de ellos, García Machado, viviría después uno de los momentos más amargos y duros de su andadura sindical, un enfrentamiento que supuso el fin de la UCL paliado por el posterior nacimiento de UGAL pues Matías ‘el de Cabreros’ jamás se planteó bajarse del tractor con megáfono y llevarlo a Palacio para cambiarlo a tiempo parcial por el micro con voz de trueno.
La historia posterior es conocida, valorada y respetada. UGAL, la cooperativa UCOGAL, los riegos, la lucha contra intermediarios y aprovechados del sudor de los paisanos, la batalla política dejando pelos en diversas gateras por seguir siendo él. La misma batalla de frente que planteó a la cruel enfermedad que le atrapó en 2020, escenificada al lucir ese sombrero que tapaba las huellas de la batalla que no le impidió trabajar hasta el último minuto. Fue el último ejemplo de los árboles que mueren de pie, de los paisanos que nunca dejan lo que comienzan.
El paisano que iba al Palacio en tractor
Matías Llorente, fallecido a los 72 años, supo mantener la misma lucha por las gentes del campo en sus cargos sindicales o como diputado provincial en el palacio de los Guzmanes
29/05/2023
Actualizado a
29/05/2023
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