"Ella es la que me anima y la que al final me termina haciendo reír"

Una jornada acompañando en su recorrido a una de las trabajadoras auxiliares del servicio de Ayuda a Domicilio de la Diputación Provincial de León

David Rubio
26/04/2020
 Actualizado a 26/04/2020
María Rosa Fernández, de 96 años, con la auxiliar Julia Arias, en su casa de Pobladura del Bernesga. | MAURICIO PEÑA
María Rosa Fernández, de 96 años, con la auxiliar Julia Arias, en su casa de Pobladura del Bernesga. | MAURICIO PEÑA
«¡Julia! ¡Que está pitando el panadero!». A Rosalina Pellitero Álvarez, natural de Sariegos, donde nació y donde ha pasado toda su vida, no se le escapa una. Ni del panadero, ni del carnicero, ni del resto de vendedores ambulantes que pasan junto a su casa, ni tampoco del periodista que le hace preguntas, ni del fotógrafo que la retrata, ni, por supuesto, de la trabajadora del servicio de ayuda a domicilio que acude tres veces a la semana a su casa. «Cógeme una hogaza pequeña, dos barras y una bolsa de magdalenas, que así no hay que volver a salir en toda la semana», dice Rosalina.

Estoy encantada con ellay ya lo estaba con la chica que venía antes. Me ayuda en todo lo que le pido  La de esta casa de Sariegos es la primera de las paradas del día para Julia Arias, trabajadora auxiliar del servicio de ayuda a domicilio que prestala Diputación Provincial a los usuarios que lo necesitan en el medio rural. Tiene llave para entrar y es extraordinariamente meticulosa en cumplir todas las medidas de seguridad para evitar contagios. Rosalina la recibe con alegría y entre las dos hacen un repaso de las tareas pendientes, que en esta época del coronavirus van desde hacer la compra, esta pendiente de la comida, limpiar la casa, hacer la cama y hasta recoger las recetas en el consultorio o las medicinas en la farmacia... «Yo estoy encantada con ella, y también lo estaba con la chica que venía antes. Me hace todo lo que le pido y me supone una gran ayuda, como te puedes imaginar, porque hay algunas cosas que ya no puedo hacer», reconoce Rosalina, que a sus 84 años muestra un estado de salud envidiable aunque, si se le dice, saca el papel con su historial médico, en el que se enumeran todos sus «achaques».

Con la muestra que Julia le trajo en su día, Rosalina hizo sus propias mascarillas, que ido repartiendo entre sus seres queridos, a los que no puede ver en esta época: «A mí la verdad es que esto del confinamiento tampoco me hace demasiado trastorno, porque siempre fui de salir poco. Además soy una privilegiada, porque yo puedo salir a caminar por el corral y me da el sol. Lo siento por la gente que está metida en un piso en Madrid, que tienen que tener la cabeza hecha caldo. Yo creo que muchos volverán para el pueblo cuando pase todo esto. Alguno, si no volvió antes, fue por orgullo, porque parece que los de los pueblos tenemos menos categoría», reflexiona con lucidez Rosalina, que nació y ha pasado toda su vida en Sariegos, un pueblo del alfoz de la capital que ha crecido de manera casi exponencial a lo largo de los últimos años en forma de urbanizaciones y chalés.

Sobre qué tal se defiende con el teléfono móvil para poder comunicarse con sus familiares, la respuesta de Rosalina es clara: «Nacimos un poco pronto».

Rosa en Pobladura

La siguiente parada de Julia es en Pobladura del Bernesga, en casa de María Rosa Fernández, que también muestra un extraordinario estado de salud a sus 96 años. Alrededor de la casa está el secreto: un huerto en el que pasa las horas trabajando. «Lo único que siento es que cada vez veo peor, pero por lo demás no me puedo quejar. Hoy, por ejemplo, estuve toda la mañana cribando tierra para tenerla preparada para sembrar». No falta conversación al lado de Rosa, viuda desde hace un par de meses, «justo antes de esto», a la que se le humedecen los ojos cuando habla de su marido: «Si os sorprende verme así, es porque él no me quería ver de negro. Me hago la fuerte pero por dentro tengo morriña. ¿Cómo no la voy a tener?».

A mi madre este servicio es lo que la ha salvado. Bueno, eso y estar todo el día pendiente del huerto Julia le pone la mascarilla a Rosa y le da una vuelta a la casa entera en un pispás. Friega, termina de hacer la comida, le recuerda los recados pendientes: «Mi niña es un sol», dice Rosa, «bueno, yo la llamo mi niña cuando la quiero pedir algo. Es la que me anima y la que me termina haciendo reír. Ya lo hacía con mi marido, que murió con cien años, que ahora al final estaba muy torpe, y era ella la que tiraba de los dos, la que amenazaba hasta con sacarnos a bailar. Si no fuera ella...». Aunque Pobladura del Bernesga está a un paso de la capital, en el medio rural es donde más se agradece la visita del servicio de ayuda a domicilio, tarea en la que, como en tantas otras es prácticamente imposible que los profesionales desarrollen su trabajo sin terminar estableciendo vínculos personales, pues en muchas ocasiones las auxiliares son la única visita que reciben en todo el día los usuarios. No es el caso de Rosa, a la que llega a ver uno de sus dos hijos, maestro jubilado y gran aficionado a las setas, con la compra para los próximos días: «La ayuda a domicilio para nosotros es algo fundamental. Es lo que ha salvado a mi madre de tener que vivir con nosotros o en una residencia, y ella prefiere ser independiente. Bueno, eso y este huerto, que está todo el día ideando inventos para que los gatos no le escarben los surcos».

Llega la hora de comer y Julia, que empezó a trabajar como auxiliar de la ayuda a domicilio para sustituir a su hermana durante una baja y decidió ‘engancharse’ después, repasa una por una las obligaciones que son fundamentales para que Rosa siga mostrando ese envidiable estado de salud a sus 96 años, desde probar la comida para comprobar que echó poca sal y hasta recordarle si ha tomado las pastillas que tiene que tomar cada día. «Ay, si no fuera ella...», insiste Rosa.
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