Encontrar la paz en ‘El Pozo’

En el centro de ayuda humanitaria de Villarrodrigo de las Regueras trabajan desde finales de junio para que 176 personas de hasta nueve nacionalidades diferentes recuperen la esperanza

22/09/2024
 Actualizado a 22/09/2024
El Chalet del Pozo se convirtió en centro de ayuda humanitaria a finales de junio. | SAÚL ARÉN
El Chalet del Pozo se convirtió en centro de ayuda humanitaria a finales de junio. | SAÚL ARÉN

El Chalet del Pozo, en Villarrodrigo de las Regueras, fue durante décadas un lugar de fiesta. En él se celebraron grandes banquetes y reuniones hasta que en 2013 echó el cierre y sus habitaciones y salones quedaron sin uso, esperando intactos un nuevo proyecto que les diera sentido. Lo encontraron a finales de junio, cuando este enorme edificio se convirtió en refugio, en un centro de ayuda humanitaria que ofrece esperanza, pero sobre todo herramientas para rehacer su vida a 176 personas que un día huyeron de sus países de origen porque sintieron que era la única forma de conservarla.

Es el caso de Abu Bakr, que antes de llegar a León creía que la suya «había terminado». La afirmación es cruda, pero su expresión serena. Habla mirando a los ojos y sin perder la sonrisa porque dice que ahora sabe que no es así, que sí que hay vida y que hay futuro y que el pasado está ahí para recordarlo y aprender. Quiere que el suyo se conozca y cuenta su historia pese a sentir miedo todavía. No por él, sino por su familia que sigue en Mali. Por eso dice que no le importa que se use su nombre, que es muy común en su país, pero sí que pide no salir en las fotos y que no se dé su apellido. «Quiero estar un poco anónimo», explica buscando en su cabeza las palabras en español aprendidas en los últimos tres meses y que ordena con bastante soltura. El idioma es nuevo para él, pero le sobran las ganas de aprender. «Me gustan mucho las clases», afirma, y reconoce contento que hay tres niveles: inicial, medio y avanzado y que él se ha esforzado para poder estar ya en el último, consciente de que poder comunicarse bien le ayudará a abrir muchas puertas.

Un grupo entrena en uno de los salones del Chalet del Pozo mientras otros asisten a clases de español o juegan al fútbol en el exterior. | SAÚL ARÉN
Un grupo entrena en uno de los salones del Chalet del Pozo mientras otros asisten a clases de español o juegan al fútbol en el exterior. | SAÚL ARÉN


Abu Bakr cuenta que Mali lleva años «bajo la amenaza yihadista» y que «como todo país cuando hay yihadistas y terroristas» ha quedado «desolado». «Escasea la comida, se cierran las escuelas, los hospitales y los mercados» y la gente que puede se va «para protegerse, tener oportunidades… tener paz». Cuando los yihadistas llegaron a su pueblo los profesores se fueron. Él había ido un poco a la escuela y quiso «ayudar» a que estudiaran los niños. Al principio se lo permitieron, aunque con condiciones. Las niñas y los niños debían estar separados, el rezo era obligatorio y ellas debían cubrir su cabeza. Aceptó y todo fue bien hasta que un día, en 2023, decidieron que no podía seguir, aunque tampoco se lo comunicaron.

Quienes daban estas clases eran «tres personas», él y dos amigos, y cuando esto ocurrió él no estaba en el pueblo, sino en otro cercano. «Los yihadistas llegaron y cogieron a los otros y ahora mismo no sé nada de ellos, si están vivos o muertos», explica. Fue su familia la que lo avisó y le dijo que los yihadistas lo estaban buscando. Por cercanía huyó a Mauritania para protegerse, pero allí lo pasó muy mal. Abu Bakr tiene 22 años y en Mauritania estaba solo. No tenía a nadie a quien recurrir, «dormía en la calle» y esos primeros días fueron «muy difíciles». España fue su siguiente destino. Primero Tenerife, de ahí a Madrid y de Madrid a León, al Chalet del Pozo. 

«Desde que llegué aquí todo está mejor. Tenía muchos problemas, pero los psicólogos me están ayudando mucho», dice. Abu Bakr ha recuperado la paz en ‘El Pozo’ y sonríe pensando en que «todo va a ir bien». «Creía que mi vida había terminado, pero ahora creo que no. Ahora pienso que el futuro va a estar bien y que habrá cosas buenas», reconoce. Y este cambio lo ha encontrado en Villarrodrigo. «La gente es muy buena, las trabajadoras son muy simpáticas y los habitantes de León son muy buenos también, muy amables», repite agradecido. Piensa ya en los siguientes pasos y dice que quiere trabajar, que le gustaría ser electricista y escribir un libro para hablar de su pasado. «Ahora no», matiza, «en el futuro». Ya sabe que lo tiene.

 

Nueve nacionalidades

Junto a Abu Bakr en el Chalet del Pozo conviven otras 176 personas de hasta nueve nacionalidades diferentes. La mayoría, como es su caso, son de Mali. El siguiente grupo más numeroso es de Senegal, pero también hay otros de Mauritania, Ghana, República Centroafricana, Guinea Conakry o Guinea-Bisáu. 

Ahmed es uno de los residentes en el Chalé del Pozo. | SAÚL ARÉN
Ahmed es uno de los residentes en el Chalet del Pozo. | SAÚL ARÉN



Ahmed sale de sus clases de español en el Chalet del Pozo. El profesor lo señala como uno de los que más está aprendiendo. En el aula hay unas veinte personas, pero solo Ahmed quiere hablar. Tiene 24 años y también es de Mali. «Aquí estoy muy bien», dice, y como Abu Bakr, Ahmed mantiene la sonrisa durante toda la conversación e insiste en dar las gracias. «Las personas que hay aquí nos ayudan mucho», explica. Le gustan las clases de español porque sabe que le permitirán «hablar con más personas» y cuenta también que disfruta jugando al fútbol por la tarde o caminando, dando paseos para conocer un poco más el entorno. «Me gusta esto, me gusta estar en León y la vida de aquí». Le cuesta mucho más hablar de su pasado. «La vida en Mali era muy difícil», intenta resumir. Ahmed añade que él es de Tombuctú y que de allí era «necesario salir». Antes de llegar al Chalet del Pozo estuvo en Tenerife y en Alcalá de Henares, pero prefiere León. «Es muy bonito y la vida aquí también está bien».

 

Medio centenar de empleos


El centro de ayuda humanitaria del Chalet del Pozo está gestionado por el Programa de Protección Internacional (PPI) de San Juan de Dios, que financia el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, y en él también hay trabajadores de la propiedad, del Chalet. De San Juan de Dios hay 35, mientras que del Pozo son unos 17-18, por lo que el hecho de que este centro esté en funcionamiento también supone trabajo para León, algo más de medio centenar de empleos.

Montse Vega es trabajadora social en El Pozo. «Nosotros a parte de todas las gestiones administrativas que tienen que ver con el Ministerio, que llevamos a cabo a través de un programa que compartimos en el que tenemos que ir actualizando toda la información, informes, cambios y evolución, también detectamos vulnerabilidades que puedan surgir o que estén latentes», cuenta. Uno de sus propósitos es «establecer un hilo de confianza con ellos» que les permita ayudarles y que los dirija hasta el objetivo final, que es «que puedan ser autónomos». «Orientamos e informamos sobre lo que puedan necesitar para que poco a poco ellos solos puedan ir gestionando su vida. Les acompañamos en ese proceso e intentamos ir cubriendo las necesidades que puedan surgir en él». 


Para Montse, igual que para muchos de sus compañeros, esta tarea es «entre complicada y fascinante». Dice que es un proyecto «bonito, porque empiezas acompañándoles desde el inicio» y, aunque es duro, cada logro se vive de forma intensa. «Son personas que llegan aquí con unas expectativas y tenemos que animarles, empujarles, pero también ponerles en la realidad, porque el camino no va a ser fácil». Sin embargo, se muestra convencida de que «la mayoría lo conseguirá porque le ponen muchas ganas».

Entre las principales necesidades señala las de tipo «afectivo». Vienen de vivir situaciones muy duras en sus lugares de origen y, además, están solos. «Hay muchas carencias», reconoce, pero se queda con su fuerza para avanzar. «Ellos, sobre todo, lo que quieren es trabajar para poder seguir y la principal dificultad que encontramos es el idioma». Están aprendiendo, por lo que están en el camino para poder lograrlo. «Es una cadena. Para que puedan ser autónomos necesitan trabajar y para trabajar es fundamental el idioma. Quieren empezar una nueva vida e intentaremos acompañarles en el proceso», indica. En el Chalet, como hogar temporal que es, trabajan para ayudarles, para ofrecerles el empujón necesario para que estas personas puedan salir del ‘Pozo’.

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