Los años 70 y 80 del pasado siglo, incluso los 90, fueron los años de las discotecas en la provincia. Nombres míticos que permanecen en la memoria de muchas generaciones: Royal Sigor’s, Panacar, Nardo’s, Discar, Ramses II, Dancing, Siro’s, Hotachy, Chis, Everibody... y un largo etcétera que cada uno podría ir aportando según su comarca de procedencia.
Pero hay una que citarán desde cualquier rincón de la provincia, La Estrella de Mansilla de las Mulas, «la discoteca», a la que todos los jóvenes peregrinaron atraídos por las actuaciones, los sorteos o la moda, pero había que ir a La Estrella.
¿Y quiénes fueron los dueños de las discotecas citadas? Pues poca gente sabrá apenas los de un par de ellas, seguramente las que les quedaran más cerca, pero también en esto hay una excepción, el dueño de La Estrella, el gran Pencho, que bien se podría decir que fue «la estrella de La Estrella» que, además de la visita como a cualquier otra discoteca de la época, ofrecía el aliciente de la espectacularidad del complejo que había montado en Mansilla y te podrías detener a admirar uno de aquellos coches que tanto le gustaban y también formaban parte de la leyenda de La Estrella, por lo que era habitual encontrar un corrillo de gente alrededor de uno de sus modelos: Cadillac, Chevrolet, Mercury... aparcados los días de baile a la puerta, para admiración de todos.
Pencho, que le apasionaba la música mejicana y Jorge Negrete especialmente, tuvo en su sala actuaciones de verdadero tronío para la época, como el italiano Al Bano, una figura internacional, o Mochi, un español de moda. Pero no se ciñó solamente a la música. Cuando el programa ‘Un, dos, tres... responda otra vez’ era la sensación de la televisión que había Pencho trajo a la estrella a su presentador, el gran Kiko Ledgar.
También los sorteos le hicieron famoso. Se dice pronto, pero llegó a sortear 200 coches de todas las marcas: Un Seat Ibiza, un Peugeor 205, un Citröen AX, un Volswagen Polo, un Ford Fiesta o un Renault 5. Y súmale los famosos lingotes de oro y plata, de 200 gramos cada uno, hasta sumar más de 15 kilos de oro. Y siempre ante notario. «Sin trampa ni cartón», decía él, que añadía otra cifra para explicar el dispendio: «Una Nochevieja vendí 10.000 entradas».
Tenía además otra curiosa teoría. Decía que no eran los cantantes, ni los sorteos, el mejor atractivo para llenar cada fin de semana La Estrella: «Tú consigue que vengan 2.000 chicas... y tres o cuatro mil chicos ya vienen detrás, haya sorteos o no».
¿Era Pencho un gran empresario que desembarcó en Mansilla? No precisamente. Era un mansillés, muy orgulloso de su pueblo, que en los años cincuenta (concretamente, en 1958) abrió un local de baile que no tenía luz y el propio Pencho ponía la música en uno de aquellos históricos organillos manuales. Y llevaba gente, la juventud tenía ganas de bailes y Pencho ya comenzó a hacer sorteos, acorde a las necesidades de entonces: un colchón, un animal (pavos, gallinas...) y tan solo veinte años después, en 1976, abrió en la calle principal de la villa un complejo que pronto se convirtió en leyenda: ocho mil metros cuadrados, 30.000 puntos de luz, cuatro cafeterías, hamburguesería (500 hamburguesas vendía por sesión), tres terrazas, dos salas de baile...
Y Pencho detrás.
Curiosamente, una vez retirado se convirtió en un hombre reservado, alérgico a las entrevistas, con el aura de las leyendas...
Ahora, La Estrella está en obras y todos dicen lo mismo: «Nunca volverá a ser lo mismo... falta Pencho».