Cada vez que David Flecha, Flechina, aparece —reaparece— por León tiene que traer preparada la respuesta a la pregunta que le repiten todos: "¿Dónde andas ahora?". Tal vez por ello su respuesta primera sea una sonrisa franca, muy suya, la que exhibía cuando salía de un combate de un corro de lucha (o judo) cuando ganaba... y cuando perdía. Una sonrisa que parece decir "¿tienes tiempo?" pues Flecha siempre trae en la mochila —"mi mayor placer es coger la mochila y echar a andar"— unos cuantos países, unas cuántas historias, días felices, noches en un calabozo, amaneceres increíbles y, sobre todo, gentes con unas historias que solo encuentras si se las vas a arrancar a una selva, una gran ciudad, un rancho perdido, un coche que le coge cuando hace dedo, una noche perdido en la inmensidad con una pequeña tienda de campaña...
- A ver David, últimos países vividos, que tú no visitas países, los recorres, los vives.
- Bueno, primero tuve aquellos destinos que podíamos llamar profesionales: Medellín en Colombia -ahí supe, como bien sabes, que nada volvería a ser lo mismo-, a este le siguió Lima en Perú, Dubai en Emiratos Árabes y regresé a Colombia, esta vez a la zona del eje cafetero, en Manizales. En medio las escapadas a Thailandia, Turquía…¡El año pasado me fui a Kirguistán y fue brutal! y después los países que cuento en el libro, desde la Patagonia en Argentina hasta Alaska, en ‘el fin del mundo’: Argentina, Chile, Perú, Bolivia, Iquitos (Perú otra vez), Colombia, Panamá, Costa Rica, Bolivia, Honduras, Guatemala, México, California, Nevada, Montana, Alberta, Columbia Británica y Alaska, pero yo no hablaría de países o estados, hablaría de lugares y, sobre todo de gentes.
- Hablas de primeros destinos ‘profesionales’ ¿como judoka?
- Sí, claro. Después de muchos años como judoka en activo (estuvo en la elite nacional) pasé a entrenar y dirigir a chavales. Fue hace doce años y estuve en esos países como seleccionador, entrenador, etc. Pero, a su vez, me empeñé en creer que hay mucha más vida más allá del tatami -que en activo es difícil verlo- y empezaron estas aventuras, sin desligarme del deporte. Desde hace casi tres años vivo en un pueblecito de Berna, trabajo para la Federación Suiza de Judo como entrenador, y soy el encargado de la generación de talentos que posteriormente pasarán a formar parte del equipo nacional de Judo.
Al hacer el repaso de los países visitados se refería David a Kirguistán con la expresión fue brutal, que significa mucho en él que lo ha vivido casi todo. "¡Qué experiencia! Llegué a Biskek, la capital, tenía quince días por delante y no tenía ni idea de lo que iba a hacer. Me encanta viajar así. ¡El segundo día empecé a hacer autostop por el país y fueron quince días increíbles! Terminé durmiendo en las montañas dentro de las yurtas con pastores nómadas, pasé dos noches acampando a orillas del lago Issyk-Kul con una organización cristiana que me encontré por el camino -que te juro, era lo más parecido a una secta y en cuanto desperté a la segunda mañana me fui de ahí ‘cagando leches’, y monté a caballo y compartí barbacoa con la familia del ministro de defensa del país. Fue brutal todo lo que me pasó".
Sin olvidar el viaje desde la Patagonia argentina a Alaska que ahora ha llevado a un libro que acaba de ver la luz, ‘Acuérdate de viajar. Mi odisea desde Argentina a Alaska’. Le ha dedicado mucho tiempo, ha elegido con mimo las palabras y al título ha llevado una: odisea: "Voy a sincerarme contigo, yo buscaba, como cualquier chaval, lo que todos…¡quería molar! Me hacía mis propias pajas mentales pensando: ‘¡Buah! Como hagas esto vas a coronarte macho!’. También es cierto que buscaba darle algo de sentido a mi juventud y pensé en que podría hacer para no arrepentirme al echar la vista atrás años después. También es cierto que siempre he creído que iba a morir joven -y lo sigo pensando-, y tenía la ansiedad de querer hacer cada vez más y más cosas". Pero, curiosamente, el viaje fue borrando todas estas ideas iniciales y fue creando un nuevo viajero, aventurero más bien. "El propio viaje, mi forma de pensar aquello de molar y llamar la atención se evaporó y terminé por darme cuenta de que aquel viaje me estaba transformando. No buscaba nada, solo estaba aprendiendo a saber quién era, cuánto era capaz de soportarme, qué miedos son capaces de paralizarme o qué quiero en la vida. En el libro digo que fue una catarsis en toda regla muy necesaria. Aunque, obviamente, viví etapas que fueron una verdadera odisea, también el viaje te ofrece momentos de humanidad que pesan mucho más que todo lo malo. Si todo hubiera sido fantástico de la vida este libro sería una mierda y nunca lo hubiera escrito".
- Algún peligro.
- No deberíamos contarlo, así no vendo el libro. Te diré que hay muchos, por un tubo. Por ejemplo, cuando estuve en la cárcel boliviana o muerto de cansancio en mitad del estado de Nevada o durmiendo en Gardiner, Montana, y en mitad de la noche apareció un hocico bajo mi frágil tienda...".
- ¿Dirías que el mundo es peligroso?
- Tengo la impresión de que eso es lo que dicen los que nunca han salido de casa, me gustaría romper ese estereotipo: Hay zonas peligrosas, no lo dudo y lo sé de primera mano, pero el mundo está llego de personas fantásticas que te acogen aunque seas un desconocido. A veces ocurre incluso en esos países que pensamos que son un horror -y sí, en parte pueden serlo-, pero para darte un ejemplo, hay más humanidad en una casa perdida de la mano de dios en mitad del departamento de Antioquía que en el Kilómetro 0 de Madrid".
- ¿Qué te sedujo para iniciar y acabar esta aventura, una odisea?
- Una seducción ya la sabes, pues has leído el libro. Pero, fuera bromas, me sentí seducido por tantas cosas que sería imposible dar un solo ejemplo. La gastronomía local de cada lugar, la atmósfera inca del Perú, el viento de la Patagonia, la vía láctea vista desde un rancho en Montana, el interior de Mexico. Y las mujeres…¡ay las mujeres! Tan diferentes en cada lugar y en todos los sentidos. Una de las protagonistas de mi libro es una niña peruana de cinco años que de alguna forma marca la estructura de todo mi viaje, con quien, a medida que voy cruzando países, sigo manteniendo contacto".
Una historia entre muchas historias que, reconoce, algunas me dejaron tocado: "Es muy dura la historia de Romaña, mi antiguo alumno de Medellín, donde hay sicarios de 13 años, que me dio una respuesta que ‘me dejó tocado’. Richard, un tipo genuino de Alaska que fíjate tú, me dejé llevar por él cruzando Centroamérica y tras mi viaje estuvo conmigo en Argovejo…¡fue una revolución y todo el pueblo, al día siguiente de llegar le estaba invitando a vinos! O Memo, un vaquero de Wilsall, con quien a día de hoy mantengo un contacto muy especial".
La respuesta que le tocó está en el libro. Después de una comida en la que el chaval —alumno de judo en su etapa en Medellín con un grupo de chavales que buscaban en el judo una salida a su penosa situación— comió con gran voracidad y, ante las bromas del resto, le dijo, alargando las frases pues le daba vergüenza: "Profe, verá, es que yo... cuando veo mucha comida y me gusta... lloro".
Cada capítulo tiene un código QR para ver las fotos y también vídeos de numerosos pasajes; pero la fuerza de este ‘Acuérdate de viajar’ son las mil historias (no es una forma de hablar, están) que encierra, contadas con gran frescura, cuidada escritura y lleno de referencias culturales sobre todos los paisajes y países que va atravesando.