Una flor en recuerdo de Celestino, panadero represaliado de Garrafe de Torío

Los permisos de la Junta, Adif y el Ayuntamiento acercan al leonés Guillermo González al lugar donde yace desde hace 87 años su bisabuelo Celestino

19/05/2024
 Actualizado a 19/05/2024
Imagen de archivo de la excavación de una fosa común en la provincia. | MAURICIO PEÑA
Imagen de archivo de la excavación de una fosa común en la provincia. | MAURICIO PEÑA

Corría el año 1937. Poco después del estallido de la Guerra Civil española, apenas diez días tras la caída del Frente Norte en Asturias, una joven veía, sobre las viejas rieles del Hullero, cómo a su padre le guiaban en una dirección desconocida desde la estación de Garrafe de Torío. La muchacha partía de viaje en un tren que le haría llegar a la cárcel de San Marcos; la primera parada de una condena firmada por doce años. El de su padre, sin embargo, fue un viaje de paradero aún menos previsible. Y es que, hasta hace poco, su destino había permanecido escondido entre la incertidumbre del silencio.

Celestino González Bayón era de Ruiforco de Torío. Lo cuenta su biznieto, Guillermo González, vecino leonés empeñado en rendir homenaje a su antepasado. En «cerrar heridas», señala él, y explica que su bisabuelo vivió en América hasta su vuelta a la provincia, donde su familia le esperaba; todos dispuestos a montar una panadería en La Pola de Gordón. «Era una zona de mucho conflicto y decidieron irse para Asturias», relata. Allí permaneció la familia hasta octubre de 1937, cuando regresaron a León junto a su hija Josefa; más tarde, encarcelada por «sublevación al régimen»; tiempo después, madrina de Guillermo. Su vuelta no fue un camino de rosas: chivatazos y amenazas eran en aquellos tiempos pan de cada día, casi más que el propio pan. «En la zona de Garrafe había mucha represión», continúa el descendiente: «Un pariente les dijo que debían irse al monte unos días hasta que todo se calmara, pero mi bisabuelo no quiso». La decisión marcó su destino y, a punto de coger el tren, la vida de Celestino se separó para siempre de la de su familia.

«De mi bisabuelo no se volvió a saber nada», sigue el relato: «Mi abuela y mi madrina no sabían en realidad qué había pasado con él; le habían matado, pero no sabían dónde estaba». Fue el hijo de aquel pariente que avisó del chivatazo quien entró en detalles sobre el fallecimiento del bisabuelo ante los oídos de Guillermo. «Por lo visto, era una zona habitual para coger a gente como cogieron a mi bisabuelo; les llevaban y les fusilaban», cuenta el biznieto, testigo directo del silencio que emana del miedo a volver con la memoria a lugares del pasado llenos de dolor y de injusticia. Pasaron lustros hasta que el leonés emprendiera su viaje hacia el sepulcro de su antepasado. Pasaron décadas hasta que Guillermo se embarcara en la trepidante peregrinación hacia la comprensión de sus orígenes. 

Poco más hizo falta para que el biznieto tomara la determinación de entrar en contacto con la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica (Armh). «No tenía mucha información», dice, aunque el hecho no impidió que siguiera recabando nuevos datos: «Después de localizar el sitio más o menos exacto, empecé a hablar con personas de esa zona y, en muchas ocasiones, por miedo, la gente calló… Todo el mundo lo sabía, pero nadie lo hablaba». Fueron sus conversaciones con miembros de la asociación, como el vicepresidente Marco Antonio González, las que hicieron de este viaje personal uno menos farragoso. 

El recorrido comenzaba en 2019, con los primeros acercamientos a la información sobre el paradero de su bisabuelo. Después de la pandemia, entre 2021 y 2022, Guillermo mantenía sus primeras reuniones con la Armh. «No sabía muy bien lo que hacer», confiesa: «En Garrafe ya no hay cuartelillo; por lo que sabía, en aquel entonces no se tenía ningún reparo en dejarlo todo anotado y archivado, pero hace tiempo un guardia civil actual me dijo que, en cuartelillos pequeños, toda esa documentación se destruyó». El primer hilo del que tirar lo encontró en el nombre de su bisabuelo. «Celestino González Bayón», repite: «No hay muchos con esos nombres y apellidos». Un título como «industrial panadero» le sirvió para continuar. «No tenía ningún vínculo político ni estaba afiliado en ningún sindicato ni nada de nada», hace hincapié: «No tuvo juicio, no tuvo condena; fue asesinado en caliente, sin más».

Cuenta que la asociación siempre empieza su actuación sobre una potencial fosa común haciendo uso de detectores de metales. «Siempre hay un botón, un colgante, algo de metal que llevan en los bolsos o los propios casquillos de la bala», dice, aunque su antepasado no era susceptible de portar ninguno de esos objetos. Sus verdugos le desnudaron y, con el tiempo, el mismo traje que vestía Celestino González cuando fue paseado, lo llevaba puesto –de paseo– un falangista de la zona de Garrafe. «Esa zona fue criminal», describe Guillermo: «Hubo un frente falangista tan fuerte que la persona que dio el chivatazo, que avisó de que mi bisabuelo venía de ‘zona roja’, ni siquiera era militar ni guardia civil, era un paisano del pueblo con una vinculación falangista muy grande». Junto a la civil, estalló la guerra entre vecinos.

Con la información recopilada, los miembros de la Asociación por la Memoria Histórica no tardaron en ponerse manos a la obra. Al principio, pidiendo los permisos oportunos. Consiguieron el de la Junta de Castilla y León aun en mitad de la polémica por la Ley de Concordia. También, el del Ayuntamiento de Garrafe. Sólo quedaba una luz verde para arrancar con la excavación. «El sitio en cuestión estaba a unos setenta u ochenta metros de de la vía de Feve y la asociación quiso pedir permiso a Adif por si acaso hubiera problemas luego», explica. Tras cuatro meses a la espera de la respuesta de la empresa pública, recibieron por fin el visto bueno. «Una vez se tienen todos los permisos, lo que queda es hacer el trabajo de campo», señala el biznieto. Con el ‘sí’ de la Junta, el Ayuntamiento y Adif, sólo queda establecer la fecha definitiva para la excavación.

Y así va acercándose el leonés al destino de su periplo personal; el mismo que encontró su bisabuelo aquel mes de octubre de 1937. Así se aventura Guillermo a conocer un poco más de la historia de su familia en particular; un preludio para mirar a través del prisma general de unos años oscuros en la historia de este país. «Este es un pequeño compromiso», dice y no tarda en rectificar: «Es un gran compromiso que adquirí con mi abuela y con mi madrina para descubrir dónde está su padre y, al menos, llevarle una flor». La flor del reencuentro y de la reconciliación; la flor henchida de belleza al descubrir, al fin, dónde ha yacido Celestino durante los últimos 87 años. «Hay mucha incomprensión a veces, hay quien lucha contra esto», termina por decir: «Nosotros simplemente queremos honrar a mi bisabuelo y darle un descanso digno como se merece todo el mundo y que, en este caso y en el de decenas o centenas de miles de personas, no lo tuvieron». 

La del bisabuelo de Guillermo es una de las más de cien mil historias que cerraron su último capítulo entre la tierra de un sepulcro indigno. Guillermo es uno más de las decenas de miles de personas que añoran transformar la sepultura en un remanso de paz con una efímera flor .

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