Así fue el pregón de las fiestas de Valencia de Don Juan

El periodista coyantino Pedro Lechuga Mallo ofreció un pregón plagado de anécdotas y recuerdos que engancharon a los presentes

05/09/2023
 Actualizado a 05/09/2023
Pedro Lechuga Mallo durante su pregón.
Pedro Lechuga Mallo durante su pregón.

Valencia de Don Juan inauguró oficialmente este sábado sus fiestas en honor a Nuestra Señora del Castillo Viejo y el Bendito Cristo de Santa Marina. Recuperando el acto de la coronación, en el auditorio de la capital coyantina se dio también el pregón que daba inicio a las fiestas, en esta ocasión a cargo del periodista local Pedro Lechuga Mallo. Coyantino de nacimiento y autor, entre otros, del documental ‘Coyanza 1975: Democracia Nuclear’, reconoció el orgullo de haber sido nombrado pregonero, un honor que también recibió su padre hace unos años según recordó, y agradeció el reconocimiento que con ello le realiza su pueblo.

En su pregón hizo numerosas reminiscencias de Valencia de Don Juan a través de recuerdos y anécdotas de su vida.

Este es el pregón completo:

Buenas noches. Pues aquí está el hijo de Pery y Conchita o Pery pequeño. El día que recibí la llamada en la que me comunicaban mi elección como pregonero de las fiestas, reconozco que me pilló tan de sorpresa que fui bastante parco en palabras, a pesar de que precisamente es juntando palabras con lo que me gano la vida. Pero esto es lo que tiene ser protagonista de algo inimaginable.

Siempre lo he dicho y así lo escribí en mi columna de opinión semanal en La Nueva Crónica tras conocer esta noticia. Hay sueños que se cumplen y otros que nunca llegan a convertirse en realidad, por lo que nunca dejarán de ser sueños. Pero sin duda, los más especiales son aquellos sueños que uno no se ha atrevido ni a soñar y se cumplen. Y creedme, mi elección como pregonero de las Fiestas de Nuestra Señora del Castillo Viejo y el Bendito Cristo de Santa Marina es de estos últimos.

Dejando a un lado los sentimientos más íntimos y personales, sobre los que luego sí me detendré, que hoy esté aquí me llena de orgullo por partido doble. Por un lado, porque ya es la tercera vez que el pregón corre a cargo de un periodista tras haber tenido este honor un tal Pery Lechuga y Elena Rodríguez Costilla. Esto demuestra que Valencia de Don Juan da el valor que se merece a la profesión periodística, uno de los pilares básicos en cualquier sociedad democrática. Y la otra razón de la que estoy orgulloso es que no habrá muchos casos en los que padre e hijo comparten el honor de ser pregoneros. Ya saben lo que se dice, la obligación de los hijos es mejorar y honrar a sus padres, así que yo creo que voy por el buen camino.

Eso sí, ahora la pelota está en el tejado de mi hija. Ya sabes Alejandra, la mitad de la sangre que corre por tus venas es coyantina, así que en tus manos está hacer historia y que tres generaciones seguidas den el pregón en Coyanza. Eso sí, el único consejo que puedo darte es el siguiente. Nunca hagas algo con el único objetivo de conseguir un premio o reconocimiento. La clave está en que hagas lo que hagas lo realices con pasión, humildad y honradez. Y luego como le ha pasado a tu padre, sin buscar nada será cuando los tuyos reconozcan tu trayectoria.

Hoy es un día de alegría, sin duda alguna, pero también de nostalgia. Alegría porque ahí veo a mis padres, hermanas, cuñados, sobrinos y amigos. Y cómo no, a mi mujer Lorena y a mi otra mujercita, Alejandra, las que me sufren y disfrutan a partes iguales todos los días. Pero me da tristeza que no puedan escucharme y verme algunas personas que nos dejaron, pero allí donde estén seguro que me están viendo llenas de orgullo. Sirva este comentario para honrar y recordar a todos los coyantinos y coyantinas que han disfrutado de estas inigualables fiestas y que ya no están con nosotros.

Durante más de mis veinte años de trayectoria profesional siempre he llevado con orgullo sentirme de pueblo, aunque soy consciente que a nivel estrictamente legal Valencia de Don Juan es una ciudad. En diversos y muy variados foros siempre he defendido ser de pueblo como un valor añadido, no somos ni mejores ni peores que los de ciudad, somos diferentes. Y quién hoy os habla que sea como es, con sus virtudes y defectos, es responsabilidad en gran medida a mi pueblo, Valencia de Don Juan. Desde que nací y hasta los 18 años el que les habla vivió, rio, lloró, disfrutó y sufrió en Coyanza. Muchos recuerdos me han venido a la cabeza durante estos últimos días, haciendo repaso a esos años, muchos de ellos vinculados con nuestras Fiestas.

Uno de esos recuerdos está vinculado a la iglesia que tenéis a vuestras espaldas, a la que venía siendo un niño con mi abuelo cada domingo, para después junto a sus amigos pasear por el Jardín de los Patos y el entorno del Castillo. Sin duda alguna uno de los lugares emblemáticos que llevo en mi corazón, y no es porque en uno de los bancos del Jardín de los Patos me diera mi primer beso. Eso sí, tengo que reconocer que tras recorrer todos los bancos escondidos por los recovecos del antiguo parque los patos, el único libre era el que había nada más entrar a la izquierda y que estaba muy iluminado. ¡Qué le vamos a hacer!

El motivo principal por el que llevo grabado a fuego en mi alma nuestro querido castillo es por las horas y horas que pasé en el patio de armas mirando a las estrellas y más allá del río Esla, pensando y reflexionando sobre lo humano y lo divino. Preguntándome muchas cosas y no siempre encontrando respuestas. En definitiva, formándome como persona y decidiendo cómo quería que fuera mi vida, sin saberlo en esos instantes. Que hoy esté aquí demuestra que no fue mala idea eso de organizar mi corazón y mi cabeza arropado por las murallas de nuestro castillo. Tengo que reconocer que en más de una ocasión me hubiera gustado volver a entrar a ese patio de armas por la noche, pero al no estar ya abierto al público no he podido regresar a mis orígenes. No sé alcalde si ser pregonero te da derecho a pedir un deseo, pero por si acaso dejo dicho ante todos los presentes que mi deseo sería poder contar con una llave para acceder por la noche a ese patio de armas en el que tantas horas pasé.

Como es lógico, otros de los lugares de Valencia de Don Juan que siempre llevaré en el recuerdo son la calle Matadero Viejo y la Plaza Mayor, lugares donde viví. Muchas horas jugando con vecinos y amigos y porque no decirlo, haciendo alguna que otra travesura, que, aunque ya hayan prescrito prefiero no decirla no vaya a ser. Incontables las horas que pasé en nuestra Plaza Mayor, ya fuera jugando a las canicas, a los cromos, haciendo carreras con las bicis o simplemente sentados en los bancos hablando de lo que nos preocupaba por aquellos años. Y como no, jugando al fútbol utilizando los bancos como porterías, aunque estuviera prohibido, lo que nos llevaba a esconder el balón o marchar corriendo nada más que veíamos aparecer la Vespino o el coche de la Policía Local de Tomás, Perdigón o Jesús. Algunas veces con éxito y otras sin él, lo que se traducía en la entrega del balón a la autoridad.

Y así nos íbamos haciendo mayores hasta que llegaba el día en el que intentábamos entrar en Pérgolas, a pesar de no tener la edad suficiente. Y más adelante disfrutando de la fiesta nocturna coyantina a mediados y finales de los noventa. Algo que sólo podemos explicar los que tuvimos la suerte de poder vivirlo en primera persona. Y al final de cada verano el broche final lo ponían nuestras Fiestas, a las que hoy damos la bienvenida.

Lo decía también en la columna de opinión en La Nueva Crónica a la que antes me refería. Las Fiestas de Nuestra Señora del Castillo Viejo y el Bendito Cristo de Santa Marina son mis fiestas. Por esta razón es tan especial poder estar dando este pregón. Mis primeros recuerdos de niño eran cuando comenzaban a montarse alrededor de toda la plaza mayor las barracas metálicas, en las que luego con mis amigos y mi primo Ricardo poníamos a prueba nuestra puntería y ver si éramos capaces de partir los palillos con el perdigón que salía de las carabinas mal calibradas.

Más adelante las carabinas dejaban paso a la fuerza bruta intentando tirar a las tres pesadas marionetas con las bolas envueltas en cinta aislante. Recuerdo los caballitos que se ponían al lado del Ayuntamiento y las orquestas, pero sin duda alguna, un recuerdo que tengo de la niñez es ver a los acróbatas Los Karinda, vestidos de blanco, bajar caminando o en moto por un cable de acero que iba desde el campanario de la iglesia al piso de arriba de La Raspa. Ese nombre, Los Karinda, siempre me ha acompañado y acompañará hasta que un día este coyantino deje de hacer acrobacias en el mundo en el que le ha tocado vivir.

En esos años de niñez las Fiestas de Nuestra Señora del Castillo Viejo y el Bendito Cristo de Santa Marina eran sinónimo de diversión y de familia, ya que era junto a Nochebuena, las fechas en las que nos reuníamos toda la familia en la casa de mis abuelos en el barrio de la plaza de toros. Recuerdo ver pasar el desfile previo a las corridas de toros y como desde el patio de la casa de mis abuelos veíamos parte del ruedo plaza a través del callejón. Recuerdo incluso el ir a ver algunas de esas corridas de toros junto a mi abuelo Faustino y mi tío Marino, quién me explicaba algunas curiosidades sobre cada uno de los ritos y fases de una corrida de toros. Eso sí, tengo que reconocer que lo que me aterraba era que el toro saltara al callejón porque allí estaba siempre mi padre cámara en mano.

Si algo hace especial a nuestras fiestas son las Peñas. Recuerdo a la peña El Farol y como luego empezaron a crearse más peñas para dar colorido a las fiestas. En este punto es obligatorio acordarme de todos los integrantes y fundadores de la Peña El Tiburón, entre los que se encontraba un servidor. Años y fiestas inolvidables las que pasamos enfundados en esa camiseta blanca serigrafiada con un dibujo creado por nuestro amigo Mik. M. Baro.

Daba lo mismo que no hubiera ninguna actividad programada, nosotros todos los días íbamos a nuestro local para, tirados en sillones o colchones viejos, vivir hasta el último segundo de las fiestas, con las correspondientes visitas, lógicamente, a los locales de otras peñas. Es una pena que el paso de los años y los destinos diferentes de cada uno de los integrantes de El Tiburón provocaran la desaparición de esa peña, aunque estoy seguro que todos los que formamos parte de ella nunca la olvidaremos.

Valencia de Don Juan me ha dado todo y creo que nunca seré capaz de devolverle lo que he recibido de ella, pero creedme que no dejaré de intentarlo. Un ejemplo de este compromiso de agradecimiento son los meses de investigación y trabajo que están detrás del documental ‘Coyanza-1975, Democracia Nuclear’, con el que pretendo que no se olvide un hecho histórico a nivel nacional y en el que los coyantinos, junto al resto de la comarca, dimos un ejemplo de unión y de lucha en búsqueda del interés general, dejando a un lado ideologías e intereses personales y partidistas. Algunos de los que estáis aquí fuisteis partícipes de ello, por lo que sólo puedo deciros que enhorabuena y gracias por dejarnos este legado. Y a los que ya no están con nosotros, espero que dicho documental les sirva de homenaje y para que nadie se olvide de lo que un día hicieron. Ojalá las generaciones actuales y futuras sepamos aprender de ese ejemplo y dejemos a un lado la crispación y la polarización que hoy acecha a nuestra sociedad.

Para finalizar, como periodista que soy me vais a permitir que busque un titular para describir lo que siento hoy. No siempre es fácil dar con el titular perfecto, pero en este caso ha sido muy sencillo: “Gracias, gracias y un millón de veces gracias”.

¡Viva las Fiestas de Nuestra Señora del Castillo Viejo y el Bendito Cristo de Santa Marina!

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