En mayo de 2016 el suplemento de Ciencia del diario ABC publicaba un reportaje firmado por Adrián Mateos y titulado ‘Cinco inventores españoles olvidados por la Historia que cambiaron el mundo.' En el quinteto de ilustres olvidados estaban el creador del arquetipo del traje espacial (Herrera Linares); el de una de las primeras calculadoras modernas (Ramón Verea); el cirujano que desarrolló la anestesia epidural (Fidel Pagés); el constructor de primera máquina de vapor de la historia (Jerónimo de Ayanz) y en el cuarto lugar aparecía la enciclopedia electrónica la primera enciclopedia electrónica, de la maestra leonesa (de Villamanín) Ángela Ruiz Robles, de la que escribía: "El libro electrónico tomó forma en la mente de Ángela Ruiz Robles (1895-1975) mucho antes de que las grandes multinacionales comenzaran a desarrollarlo. La historia ha sido cruel con la maestra de León, pues le atribuyó todo el mérito del invento al estadounidense Michael Hart, impulsor de las bibliotecas virtuales gratuitas. Sin embargo, el verdadero predecesor de los eBooks fue creado en 1949 y tiene firma española: la enciclopedia electrónica".
Así de cruel puede ser la historia de los olvidos, además de la injusticia del olvido la añadida de adjudicarle a otro el invento. Esta historia se repite con otro leonés (nacido en Tardajos y afincado en Villafranca del Bierzo, donde está enterrado): Mariano Díez Tobar, el inventor de la máquina del cine que la historia adjudica siempre a los hermanos Lumière.
El hecho de que el invento de Ángela Ruiz Robles aparezca entre los cinco que "cambiaron el mundo" provoca una reflexión sobre la importancia de tres inventores leoneses, sobre todo en base a la trascendencia de aquello que crearon: La máquina del cine y el GPS completan el del libro electrónico. Casi regalan un titular: "Los que inventaron el futuro" y, además, mucho antes de que el futuro llegara. Ya hemos citado dos, el tercero sería el antecedente del GPS del ingeniero industrial astorgano Luis Martín Santos, lo que él llamó el auto-mapa; es decir, un mapa en una pantalla en el que iba apareciendo la carretera quec recorría el coche "y los desvíos que debía tomar" pues el detonante del invento fue un viaje a Andalucia para visitar a un familiar en el que el leonés se perdió y se prometió que no le volvería a ocurrir. Estamos hablando de los años 50 del pasado siglo y ‘el fundamento’ del invento lo explica su nieto, J. Antonio Aldasoro: "En cada extremo del aparato había unos carretes: unas cintas con el mapa de la carretera se desenrollaba en uno y, al mismo tiempo, se enrollaba en otro. Durante el recorrido el mapa pasan por delante de la ventana, y así el conductor siempre ve el tramo de carretera por el que el vehículo discurre en ese momento. Al igual que los actuales GPS, una aguja indicaba la posición exacta del coche. La relación de conversión de su prototipo era la siguiente: Una vuelta del tambor del Auto Mapa era 37,68 kilómetros recorridos". Se explica pronto, pero imaginar las pruebas y cálculos para lograr esta relación exacta...
Pero, seguramente, el caso más llamativo sea el del fraile burgalés Mariano Díez Tobar, afincado en el convento de Villafranca, donde también creó su famoso museo de ciencias naturales. Menudo personaje. El gran ‘defecto’ de Díez Tobar fue su generosidad, no solo no patentar sus inventos sino ponerlos a dispocisión de todos. En su famosa conferencia de Munguía (en 1892, con 24 años) presentó ‘El funcionamiento del cinematógrafo’ y en ella "autorizó de manera expresa a todos los asistentes a utilizar como les pareciera oportuno todo aquello que podían haber visto o aprendido en su conferencia y llevarlas a la práctica". Se da por ‘casi seguro’ entre los investigadores que entre los asistentes en Bilbao se encontraba el ingeniero francés A. Flamereau, que trabajaba para los Lumière y al que el fraile burgalés entregó y explicó la fórmula matemática que haría posible el paso de las imágenes por el obturador, base del éxito de los Lumiere.
En 1895, tres años más tarde, los Lumiére, a través de Flamereau, invitan a Tobar a su famosa primera proyección. También a la realizada en el Hotel Rusia de Madrid pero el fraile burgalés declinó la invitación.
Durante la citada reunión, el leonés habría detallado a Flamereau algunas cuestiones técnicas acerca del cinematógrafo y "de lo que entonces constituía el problema industrial de la fotografía, de la sucesión de las fotografías, no con movimiento continuo, sino con intermitencia o intervalos de reposo, para que, aprovechando la inercia de la retina, quedase tiempo para sucederse unas a otras y producir así la ilusión de movimiento"...
Parece que al fraile no le interesaba en exceso la comercialización del invento, que hizo inmensamente ricos a los hermanos franceses, y ya andaba interesado en los animales que irían a su museo. Falleció en los Paules, en 1926.