Probablemente, para muchos que guardan con celo los décimos con la esperanza de que suenen los número que llevan impresos, pasará desapercibida la imagen del retablo de la Vida de la Virgen y de San Francisco que es una de las pocas obras del estilo gótico internacional del pintor Nicolás Francés, datada a mediados del siglo XV, entre los años 1445 y 1460, y considerada como una de las ‘joyas indiscutibles’ del Museo Nacional del Prado, a donde llegó de una forma un tanto curiosa antes de aterrizar en la sala 050.
El historiador bañezano Alejandro Valderas ofreció recientemente una conferencia donde desveló que la obra de la Virgen con el Niño «llegó al Museo del Prado en circunstancias de novela en el año 1932, procedente del comercio de arte madrileño, después de que se viera frustrada su venta al mercado americano después de haber formado parte, en 1929, del catálogo de la Exposición Universal de Barcelona, lo que la convirtió en una pieza muy cotizada el mercado internacional de antigüedades».
El error cometido por parte de uno de los hombres de confianza del magnate norteamericano William Randolph Hearst, quien tenía a su servicio personas encargadas de localizar y llevarse a precios ridículos (o apropiándoselas directamente) grandes obras de arte ubicadas en el medio rural español, fue lo que evitó que el retablo «cortado en pedazos y empaquetado para viajar de Hinojo a Nueva York a través de Francia, tuviera que quedarse en la frontera», explica Valderas, quien asegura que fue en ese momento cuando y se ven obligados a vender el retablo al Museo del Prado, aunque algunas de las piezas ya habían salido de España.
Cada una de las partes que conforman el retablo presenta una iconografía clara: los gozos de la Virgen María, los milagros de San Francisco de Asís y el llamado doble credo de los apóstoles y los profetas, si bien en la obra «abundan elementos característicos de los reformistas franciscanos de la primera mitad del siglo XV, como son la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo, el Dulce Nombre de Jesús, la llamada a recuperar la pobreza evangélica y la conversión de los musulmanes», tal y como explica Valderas, que considera estas piezas «algo excepcional».
Una tradición de 1960
Desde 1960, Loterías y Apuestas del Estado selecciona todos los años una obra artística con motivo religioso para el sorteo especial del 22 de diciembre con el objetivo de propagar la cultura relacionada con la religión católica. Esta tradición también se replica en los otros sorteos, aunque se utilizan obras con escenas artísticas, literarias, científicas o deportivas. Pero aunque los décimos de todos los sorteos se ilustran con arte, en la Lotería de Navidad los cuadros deben ser religiosos y muchas veces son desconocidos para el gran público, como ha ocurrido en este caso.El pasado año, la imagen elegida, ‘El cuadro la Adoración de los pastores’, era una ilustración de Bartolomé Esteban Murillo, quien también fue elegido para la primera que se inició esta costumbre. Es el único que ha repetido dentro de una larga lista de artistas españoles como Goya, Fortuny, El Greco, Velázquez o Zurbarán. Nicolás Francés pasa a ingresar en 2018 en esta lista de pintores que han puesto color a los números de la suerte y lo hace con sello leonés.