Historia en frascos de botica

La Farmacia Merino, en la Calle Ancha, hunde sus raíces en el siglo XIX, todo un museo dedicado a la actividad comercial

Isabel Herrera
25/01/2015
 Actualizado a 19/09/2019
La Farmacia Merino contempla desde el número 3 de la Calle Ancha el ir y venir de la ciudad. Es testigo del paso del tiempo que, paradójicamente, se mantiene impasible de puertas hacia adentro. Este emblemático establecimiento, con alma de museo y apariencia de decorado, hunde sus raíces en el siglo XIX, concretamente en el año 1927 que es cuando se fundaba el negocio por parte de Gregorio Felipe Merino. No fue entonces en esta ubicación, sino en la actual calle Mariano Domínguez Berrueta, a escasos metros de dónde está hoy, emplazamiento que adoptaría recién estrenado el siglo XX. Pero antes, bajo un diseño del mismísimo arquitecto encargado de la restauración de la Catedral de León, Juan Madrazo, dispensó desde la plaza de Regla, esquina con la actual calle Sierra Pambley. Todo aquel mobiliario se trasladó a la arteria principal de la capital leonesa, y allí continúa gracias a la dedicación y el esfuerzo de su actual farmacéutica y propietaria, María José Alonso Núñez, hija de un empleado de la farmacia que terminó por adquirirla en propiedad dando comienzo a una segunda saga familiar.

Del fundador, Gregorio Felipe Merino, pasó a manos de su hijo, Dámaso Merino, que se inicia en la fábrica de productos químicos y farmacéuticos. De hecho, cuenta como curiosidad María José Alonso, que ellos fueron los que fabricaron las primeras pastillas para la tos que hubo en España.

El último Merino en regentar la farmacia fue el nieto del fundador, Fernando Merino, que además de político –llegando a ser gobernador del Banco de España y ministro de la Gobernación– fue el primer conde de Sagasta. Incluso la actual Calle Ancha llevó su nombre durante algún tiempo. Fernando Merino se suicidó y la farmacia pasó a manos de prestamistas. Es entonces cuando el padre de María José Alonso Núñez entra a trabajar en la botica que terminaría adquiriendo en propiedad y a cuyo cargo está hoy su hija, que confía en que se mantenga el relevo generacional dentro de la familia.

Fue la fábrica de productos farmacéuticos de la familia Merino la que hizo las primeras pastillas para la tosEl diseño de la farmacia se mantiene intacto, lo que se debe, además de a la buena calidad de los materiales empleados, a la dedicación de Alonso, que poco a poco ha ido trabajando en la restauración de este establecimiento que se ha convertido en visita obligada para los turistas.

Los muebles son de nogal y están tallados con motivos botánicos. El techo artesonado, la vieja máquina registradora, las lámparas, las estanterías, el mostrador, los antiguos frascos de botica e incluso los interruptores de porcelana guardan la esencia de la farmacia de siempre, la que forma parte de la idiosincrasia leonesa, del paisaje del casco antiguo leonés y de la historia de la ciudad.

Un museo, pero que también es negocio y que ha tenido que adecuarse a las exigencias de los nuevos tiempos en cuanto a las nuevas tecnologías tratando de integrarlas de la forma menos invasiva posible. Su atractivo para el público es todo un orgullo para su propietaria, pero reconoce que a veces, tanta visita, complica su actividad comercial. No obstante, cree que es un lujo estar tras este mostrador.
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