Los inolvidables: Escobar, minero, pellejero, gochero, taxista, carnicero y contador

Álvaro Escobar, el de Matallana, es uno de esos personajes imposible de olvidar pues el anecdotario de su vida es eterno y tan irrepetible como esa figura de Quijote en zapatillas y con bigotón

Fulgencio Fernández y Laura Pastoriza
26/05/2024
 Actualizado a 26/05/2024
https://youtu.be/Kh6n4RmReLg

«¡Qué ostias voy a querer ser rico! ¿Tú ves la vida que llevan los ricos? Drogas, prostitutas... ¿eso es vida? A mí dame una botella de vino, una pata de cecina, algo que trabajar y no te pido más».  

- Pero juegas a la lotería.

- Pa que me toque.

- Pero si te toca ya eres rico, que dices que no quieres.

- Si me toca, entonces ya lo pienso. Igual sí me interesa. 

Así podía comenzar una conversación con Escobar. O de mil manera más, todas diferentes, todas imprevisibles. En la entrevista que le hicimos en 2016 (no dejes de fijarte en la postura) comenzó con una respuesta que nadie nos dio, en muchos años con muchos personajes singulares (tal vez no tanto como él).

- ¿Naciste en Villalfeide?

- Según la historia. Yo qué sé, unos dicen que nací ahí; otros dicen que me trajeron de Galicia ¿A quién le pregunto? Yo creo que no tengo hermanos, ando mirando y no se parece a mi nadie... 

En eso tiene razón, seguro. Será difícil encontrar uno que se parezca a él, no solo en lo físico, que también; en todo. Por eso desde que hace unos años desapareció su estampa de las carreteras de la comarca de Matallana de Torío, bien sea a pie con su saco a la espalda, o con el carretillo, se le echaba mucho de menos. Muchos preguntaban por él y estaba en una residencia de ancianos, primero en Vegacervera y ahora en La Robla, donde ha fallecido hace unos días, a los 91 años. Escobar salta de irrepetible a inolvidable, sin duda, pues su huella es imborrable, como lo ha sido en estos años. Su huella, su imagen, sus recuerdos, sus anécdotas. En el saco llevaba pan, unas corras de chorizo, una pata de cecina, una botella de vino; y cuando le apetecía...

En el carretillo llevaba lo más insospechado para la finca que tenía entre Matallana y Orzonaga, allí se pasaba el  día «cafuñando», se bañaba en el Torío durante casi todo el año. Un entretenimiento después de una vida de trabajo, que comenzó a los doce años, «que iba por miel a La Vecilla para venderla». Una vida que miraba con su escepticismo de paisano que por nada renunciaba a ser feliz.

- Toda la vida trabajando, soy autónomo desde que se fundó, en el año 1962, уy a la hora de jubilarme ¿sabes lo que me quedó?, cara de tonto, porque el dinero se lo debieron de quedar ellos, que les aproveche hasta que revienten y después que les de ardores.

Álvaro Escobar en la finca que tenía entre Matallana y Orzonaga, un lugar inclasificable, como él. | MAURICIO PEÑA
Álvaro Escobar en la finca que tenía entre Matallana y Orzonaga, un lugar inclasificable, como él. | MAURICIO PEÑA

Lo recitaba de corrido mientras mueve su enorme bigote, sonríe con picardía y, curiosamente, no se mostraba enfadado. Es así de socarrón, licenciado en el trato diario. «Toda la vida trajinando, comprando y vendiendo a las paisanas de todos estos pueblos, que son más listas para las perras que los maestros para las reglas de tres, ¡como para no saber latín... y griego!».

Siempre hablaba Escobar de lo mucho que había trabajado; pero lo más curioso es la cantidad de oficios que había ejercido, desde aquel niño que iba en bicicleta a La Vecilla. «¿No traes bolígrafo? Pues no te vas a acordar. «Desde niño trabajé en casa, que hacía falta. Para librar de la mili trabajé un año en las minas de don Ricardo (Tascón) y después otros cinco en la Mina del Oro, ahí arriba entre Orzonaga y Llombera. Iba en bicicleta y si nevaba pues andando por el monte, con unas mojaduras de aquí te espero. Salía de casa antes de amanecer y volvía para Villalfeide de noche».

Y, nada más que pudo, apostó por el aire libre y la libertad de ser su propio jefe. Se convirtió pronto en el más famosos comprador y vendedor ambulante, de todo, por todos los pueblos. «Lo primero que hice fue comprarme una moto y marchaba con ella a vender. Pasaba por el puerto de San Isidro, con nieve, para vender miel por la parte de Asturias y traer lo que cayera». Después compró un coche que, a buen seguro, fue el más conocido y recordado de la comarca.

«Todos le llamaban ‘el diez mil’, que era su matrícula: LE-10.000. Lo puse de taxi. Las burradas que hice con él, metía a 8 viajeros en el coche y un gocho en el maletero, saqué enfermos de pueblos con unas nevadas que no tenía cojones para entrar allí ni la Guardia Civil en helicóptero...». Y vuelve a sonreír cuando habla de los guardias: «Lo que tengo yo pescado a garrafa. Había que sacar adelante seis chavales, machos, y los saqué, ahí están todos».

Y ejerció de pellejero, gochero, carnicero, taxista... ¿y el estraperlo? «¡Coño claro! A mí con amenazas».

- ¿Y esos tres cintos que traes? Esta bien que te gusten los aluches pero...

- Coño, ¿no te lo conté? Pues que partí por el eje y ya me querían dar por muerto, como se nota que no me conocen. Me amaneé bien con los cintos de cuero y aquí, hasta que sea, que hasta Escobar se acabará muriendo.

Esta semana cumplió su palabra.

El inconfundible y personal bigotón de Álvaro Escobar, un inolvidable personaje de la comarca de Matallana y otras muchas que recorría. | MAURICIO PEÑA
El inconfundible y personal bigotón de Álvaro Escobar, un inolvidable personaje de la comarca de Matallana y otras muchas que recorría. | MAURICIO PEÑA

 

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