Coincidiendo con la celebración del 30 aniversario de la declaración del Camino como Patrimonio Mundial, en el albergue de peregrinos Ave Fénix estos días estamos despidiendo a Salvador, nuestro hospitalero más fiel.Al entierro han asistido únicamente Jato y Tomás de Manjarín; nada más, y nada menos, porque como hospitalero no podía tener mejor cortejo; a la misma hora acudía yo al sepelio de Francisco, familiar de 45 años que tuvo una caída fatal desde el andamio.
Mientras Jato y yo asistíamos a la entrega de los premios Elías Valiña en Santiago (nos encontramos los fastos del 30 aniversario, y nos quedamos), Tomás se había quedado al cargo del Ave Fénix, 30 años después de colaborar por primera vez. Fue en aquellos lejanos días ayudando como hospitalero en el albergue de Jato cuando decidió dedicar a la hospitalidad su vida al sugerirle éste: «Podías irte de ermitaño a Manjarín».
Al volver de Santiago y comentar Jato que no alcanzaba para pagar los grandes recibos que iban a llegar, empezó a sufrir mareos, así que para alejarse del estrés, según recomendación del médico, y apoyar al padre Blas durante la inauguración de sus belenes, decidimos seguir camino de Beleña, en una huida hacia adelante a través de la niebla. Como era de prever, acabamos pasando la noche en el albergue de Fuenterroble, 30 años después de que Jato durmiera allí por primera vez, en las ruinas que Blas y sus ayudantes empezaban a transformar en lo que hoy es el refugio más emblemático de la Vía de la Plata.
Jato está muy triste. La melancolía siempre se instala en su corazón tierno por estas fechas, pero si además se suman noticias trágicas, llora que llora por los rincones a todas horas como la Zarzamora. Para animarle le digo que ha de sentirse satisfecho por haberle dado un hogar y una familia a Salvador, algo que dejó de tener en algún momento de su historia.
"Al entierro de Salvador únicamente han asistido Jesús Arias ‘Jato’ y Tomás de Manjarín; nada más, y nada menos, porque como hospitalero no podía tener mejor cortejo"
Salvador pasó como peregrino por el Ave Fénix hace unos años y se ofreció a colaborar como hospitalero. Jato le acogió cómo acoge a todos, sin dar importancia a su condición de vagabundo, regalándole la oportunidad de reintegrarse dedicando su tiempo a hacer un bien a los demás.
Salvador era un manitas, había trabajado en las instalaciones de calefacción del hotel Hilton de una importante ciudad española en la época en que vivía allí con su mujer y sus hijos. Era uno de esos muchos hombres que se echan al Camino tras sufrir una separación que les parte verdaderamente en dos. Pudo aportar al albergue no sólo su honrado trabajo y humilde disposición al servicio de los peregrinos, si no también sus conocimientos técnicos para ayudar a construir de manera comunitaria la zona de descanso y eventos del patio de abajo. Además, tenía un deje artístico, grafiteaba las maderas viejas y las papeleras con frases profundas y a veces un poco tétricas. Llegué a ofrecerle trabajo remunerado como asistente de escultura, tras venir un ayudante de Madrid a Villafranca y gustarle lo que hacíamos, pero renunció: estaba orgulloso de autodenominarse un “sintecho” y quería seguir siéndolo, sentirse libre de vivir sin dinero ni teléfono.
Durante ese tiempo Salvador compartió tareas con personas de todo tipo que echaban una mano en el albergue, entre ellos algunos de alta alcurnia como el joven voluntario perteneciente a una de las familias más ricas de América Latina o el Conde de Almada, amigo vinculado al Camino que había venido varios días para dar una charla en las Jornadas Culturales. Observar a un sintecho, a un aristócrata y a mis hermanos, de ventipocos años entonces, cargar juntos un remolque por un bien jacobeo común, verles sentarse después frente a frente en la mesa y charlar amigablemente, me hacía ser muy consciente de que el Ave Fénix es de los pocos lugares del planeta donde desaparecen las clases sociales y se puede ver con claridad «el tesoro que cada persona lleva dentro», en palabras del padre Blas. Son esos pequeños milagros los que me enamoraron y me enamoran del albergue.
Después de 2 años como voluntario, Salvador partió de peregrino a seguir camino. Recorrió, entre otras, la Vía Francígena, atravesando Italia y Francia. Cuando reapareció en 2021, mugriento y envejecido, le recibí con un abrazo muy sentido. El hospitalero que nos ayudaba entonces me recriminó: “¡Si se queda aquí yo me largo, cómo puedes abrazar a ese hombre, amenazó a Jesús con un cuchillo!”.
Jato no le había dado ni le quiso dar ninguna importancia a lo sucedido. Apretujó a Salvador con un abrazo más fuerte que el mío, e hizo como si no hubiera pasado nada. Cuando el hospitalero insistió en que no consentiría trabajar con él y que hacíamos mal en recibirle, Jato alegó muy digno: “¿Y si fuera Jesucristo disfrazado? Eso es lo que siempre se preguntaba mi abuela con cada persona que acogía”. Y lo dijo tan convencido y tan conmovido, que el hospitalero quedó mudo: flipó, entendió y acató. Y fue a darle otro abrazo a Salvador. Desde entonces éste se convirtió en su mejor compañero. De él y de otros voluntarios, como Manuel, que convenció a Salvador de pedir un subsidio y así proveerse de cierta autonomía ante la grave enfermedad que le acababan de diagnosticar.
A menudo se pone en duda el papel que personas en situación de exclusión social, como Salvador, pueden tener en los albergues del Camino. Cierto es que muchos han creado problemas al Ave Fénix, pero por un sólo Salvador que hubiera ya habría merecido la pena. Cierto es que existen centros de acogida específicos, pero no basta esconder allí a las personas que nos resultan marginales: necesitan emplear su tiempo en una misión que les permita compartir ese tesoro y así poder reintegrarse y recuperarse verdaderamente. Y a los que hemos tenido el privilegio de nacer con una cobertura física y amorosa distinta, nos da la posibilidad de cambiar la mentalidad burguesa mediante la experiencia real de la convivencia. Ironías de la vida, o de la muerte, a Salvador acaban de hacerle entrega del subsidio. No tenía un duro, y ahora que se va, le llega. La lentitud de la Administración le ha permitido seguir siendo libre a su manera, y probablemente se lo quede Hacienda. Pero a Salvador no le ha faltado el cariño, ni la compañía, ni el apoyo moral que cualquier persona, y más un enfermo, necesita. Y sobre todo no le ha faltado un sentido con el que llenar sus días, en una entrega constante a los peregrinos, como él, que necesitaban una acogida cálida, como él, y que quizá sólo por haberla recibido pudo devolverla. Eso es lo que le hizo escribir al final de sus días, emulando a Fellini, en carteles repartidos por todo el Ave Fénix: «No hay final. No existe principio. Sólo queda un amor infinito por la vida».
"Salvador era un manitas, había trabajado de calefactor en el hotel Hilton. Era uno de esos muchos hombres que se echan al Camino tras sufrir una separación que les parte en dos"
Las cosas como son, me preocupaba que Salvador no fuera a encontrar en el albergue todo el confort que su situación requería. Pero se ha marchado ayudando más que demandando ayuda. Sin dar guerra alguna, silencioso y discreto, con las sandalias y la capucha puestas, vistiendo día y noche un hábito de monje que un vecino le compró en los chinos, convertido en un nuevo personaje entrañable del Camino.
Jato y Tomás se han quedado solos en el Ave Fénix como dos niños traviesos y estuvieron invitando ‘a todo Cristo’ a la cena de la pasada Nochebuena. Van a llevar al albergue El Serbal y la Luna unas literas, que tristemente ardió la otra noche como un día lo hizo el Ave Fénix y esperamos renazca como tal. El refugio de Manjarín está cerrado porque se derrumbó el tejado, así que montaremos un equipo de voluntarios en primavera para arreglarlo. Jato quería comprar una paleta ibérica a mi padre por su cumpleaños y Blas le ha dado una que acababan de regalarle a él. Mi hermana, recién llegada del extranjero a casa por Navidad, ha derramado muchas lágrimas al saber lo de Francisco y Salvador, pero acaba de sonreír descubriendo el jamón y su historia (La pata se ve aún más negra si uno vive fuera de la tierra), y lo hemos inaugurado para brindar por ellos. Tomás va a pasar estos días junto a Jato, lo cual agradezco de corazón, mientras escucho a mi madre decir: «Cuánto se extiende la generosidad». Efectivamente veo que el manto de entrega de todos ellos contiene el misterio del verdadero espíritu navideño, que sin remedio se esparce como la niebla que acaricia estas frías noches otoñales de augurio del invierno.
Sin duda pasar estos días de pre Navidad junto a Jato, Tomás de Manjarín y el padre Blas, es masticar la densidad de una Verdad que atrae a mi espíritu como la luz a los mosquitos y que lo orienta como un faro entre esa niebla. Si de mí dependiera organizar los fastos del 30 aniversario, como ya íbamos a hacer con el II Encuentro de Hospitalidad, les homenajearía a ellos, porque desde hace 30 años encarnan esos valores tan poco frecuentes de encontrar que hacen único al sendero jacobeo. Y por supuesto a Salvador, humilde representante de todos aquellos hospitaleros anónimos que Por Amor al Camino hicieron el mayor bien que pudieron a los peregrinos de todos los tiempos. En estos días de celebración de la llegada de un Salvador, desde el Ave Fénix despedimos al nuestro con dolor y agradecimiento. Y emocionados por el rastro de su estela aprovechamos para desearos una Navidad auténtica, en la que apreciemos la luz de esas estrellas y nos guíen como la de Belén entre la espesa niebla para llevar a la práctica las enseñanzas jacobeas.
Irene García-Inés es una reconocida artista plástica que con 15 años conoció el Camino de Santiago y le atrapó todo el mundo de la hospitalidad vinculado a él. Cuando conoció el albergue de Jato, en Villafranca, se implicó en su proyecto. Hoy nos cuenta las últimas novedades del lugar, alguna triste.