Pocos nombres despertarán recuerdos más agradables en muchos vecinos de la montaña leonesa que el del mago Kaniska, de nombre real Santiago Jaraba, andaluz enamorado del norte, artista ambulante que cada año repetía su esperada gira, actuando en las tabernas. No cobraba entrada, vendía rifas y, para entretener la espera a que llegara más público, siempre decía la misma broma, subido al altillo de su miniescenario: "Tienen que esperar un momento que se están vistiendo las chicas del ballet", despertado admiración e incredulidad entre ‘los nuevos’.
En el recuerdo siempre nos había parecido un gran mago, con el truco increíble de quitarse unas esposas cuya autenticidad certificaba el cabo de la guardia civil presente o, sobre todo, el de cambiarte la hora de tu reloj, sin tocarlo, mientras permanecía en tu muñeca ¿Tal vez magnificaban sus trucos los recuerdos, la nostalgia?
Pero un día, haciendo una entrevistas al gran mago leonés Juan Mayoral, el padre de León Vive la Magia, saqué el nombre de Kaniska y el mago se emocionó: "¿Conociste a Kaniska? ¡Qué grande! Un maestro" y me contó que él se había hecho mago viendo a uno como Kaniska en su colegio.
Tenía Kaniska una gracia innata, tal vez de su Andalucía natal, para llevar al show del asombro de sus trucos a la imaginación de sus diálogos. Cuando vendía rifas decía que "yo no cobro nada, nada es para mí, una parte es para el panadero, otra para el carnicero, el zapatero... y si sobra algo, no creo, se lo entrego a nuestra señora de las Nieves"; no era una creencia religiosa, Nieves era su mujer, a veces su ayudante.
- Chaval, ¿cómo te llamas?; preguntaba cuando sacaba a alguien al escenario para ayudarle.
- Julián.
Ahí quedaba la cosa. Pero a la hora de acabar, cuando el chaval se iba, le volvía a preguntar: "¿Cómo te llamas?".
- Julián.
- Buena memoria.
Kaniska necesitaba poca infraestructura, en una pequeña maleta iba lo accesorio, en su cabeza lo fundamental. Cuando en los postes de un pueblo aparecía un folio hecho a mano con rotulador ya se sabía que esa noche actuaba Kaniska en el bar, todo un acontecimiento, tampoco había tantas cosas en nuestros pueblos. Por la tarde, calentaba el ambiente a la hora del café con sus cartas. "Coge el as de oros", y rebuscabas en el montón pero al darle vuelta siempre aparecía el as de oros.
- ¿Alquien se juega un café a un solo juego?
Siempre aparecía alguien. Una vez Kaniska le dio a su rival los cuatro reyes y dos triunfos más. Le brillaba la cara, le iba a "echar al palacio" y ganaba el juego pero Kaniska hizo baza con el as de triunfo... ‘y le echó a la cuadra’ con los cuatro caballos: "No se enfade hombre, ¿no es usted ganadero?".
Jamás cobraba ese café. Solo quería que el boca a boca le llenara la taberna a las diez de la noche. Que ocurría siempre, era un tipo que se hacía querer.
Después de saber de su presencia en Asturias por un reportaje en prensa, donde se afincó por matrimonio, fui a verle a Ujo. Ya estaba jubilado, con exigua pensión y ganas de hablar de aquellos años de bar en bar. "A mi me metió el gusanillo un fraile salesiano, en cuyo colegio estaba interno. Sacaba cosas de los pliegues de su sotana y las hacía desaparecer o las tenía yo en mi bolso. Me fascinó y siendo casi un niño me enrolé en el primer circo que me dio trabajo, como mozo ayudante, de montaje, el Circo Americano". Después trabajó con el padre de Ángel Cristo, en el circo París, en el de Manolita Chen, con Pajares... y, finalmente, en solitario, por los pueblos. "Feliz y orgulloso de mi familia y mis hijos".
Y como prueba de su pasión por su familia cuenta una anécdota increíble. "Mi hija es guapísima. Unos ricos me la quisieron comprar, me ofrecían una millonada y nos ponían un negocio".
A su muerte, a los 81 años, en 2006 los magos asturianos crearon un festival con su nombre, por el que pasaron desde todos sus amigos a Juan Tamariz, reconociendo que Kaniska había sido tan grande como le recordábamos en nuestros sueños. Un mago con ballet.