No es difícil encontrar la única casa abierta de ‘Vega’. Los coloridos geranios que adornan la fachada de Concha destacan entre los ocres y verdes de la maleza que cubre las calles sin asfaltar y oculta los muros de adobe tras los que algún día sí hubo vida.
Ella es la última vecina que resiste todo el año en La Veguellina, una localidad perteneciente al municipio de Valverde-Enrique a la que se accede desde la N-120. A escasos 800 metros de Castrovega de Valmadrigal, en este núcleoel único habitante que parece haberse asentado en las últimas décadas es el olvido. Sin agua corriente ni sistema de alcantarillado, los pozos privados se tornan imprescindibles. Las calles son caminos cubiertos por hierba y cardos entre los que hay que abrirse camino para llegar, por ejemplo, a la iglesia, de la que solo quedan las paredes principales.
Hace más de 40 años que Concha llegó al pueblo tras casarse con Hipacio, natural de la localidad y que falleció hace dos años. Desde «el mismo día de la boda» hasta que se jubiló él tuvieron vacas de ordeño, y eso que ella había dejado su Cabanillas natal, «muy jovencita» para trabajar en León «porque no me gustaban las tierras», de las que también vivía su padre.«No quería ningún labrador y acabé ordeñando vacas», recuerda. La pareja tuvo una hija, Cristina. Trabajaba en León pero tras decretarse el estado de alarma se quedó en paro y ha pasado todo este tiempo confinada junto a su madre en La Veguellina, un «aislamiento natural» contra el virus, porque no hay nadie a quien contagiar.Cuando Concha llegó a ‘Vega’ –nombre por el que se conoce a la localidad en la zona– el pueblo ya estaba «en decadencia», asegura. Cuenta nueve vecinos con ellos, una decena al nacer Cristina. La iglesia ya había sido expoliada por primera vez, aunque todavía se mantenía en pie. Poco ha cambiado. Para bien, les arreglaron la entrada «aunque ya está para que la arreglen otra vez» y el alumbrado, que «eso sí lo tenemos bueno». Para mal, los años no perdonan y poco a poco se ha ido quedando sola. Apenas durante los meses de verano se abren otro par de casas, de familias ya mayores y vinculadas al pueblo que «este año con esto de la pandemia a ver si pueden venir». Otra tiene un cartel de ‘Se vende’, aunque «¿quién va a comprar aquí?» Han ido posibles nuevos vecinos interesándose, «pero cuando se enteran de que no hay agua ni nada, qué van a hacer», se lamenta Concha. El pozo del que llega el agua a su vivienda está en una huerta cercana. Nunca han tenido problemas de escasez con su manantial, pero «imagínate ahora que con la sequía se seca». Ya ha pasado en alguno de los otros pozos y «al final entre unos y otros nos apañamos, qué remedio» pero «digo yo que si pagamos impuestos tendremos que tener derecho a algo, ¿no?» Además, el agua llega hasta el cementerio de Castrovega y «de Castro al cementerio hay más que de Castro a aquí, a ver por qué a nosotros no nos llega el agua», protesta. Para el desagüe, las viviendas tienen un pozo negro «y te tienes que encargar tú de llamar a las empresas de limpieza para que vengan según lo que lo uses, pero al menos una vez al año debería», apunta Cristina. Con todo, Concha dice que «no se puede exigir mucho, porque para una mujer de 75 años pues ya me contarás, pero hombre...».«Esto está muy muy mal», insiste mientras recorre las calles de La Veguellina para mostrar cómo la maleza se adueña de ellas. «Fíjate qué cardo, qué bonito», apunta con un palo a una planta que la supera en altura. Y eso que segaron hace alrededor de dos semanas, aunque todavía no lo han recogido. «Imagínate cuando estaba esto sin segar, por esa calle ya era imposible pasar con el coche», asegura. «Yo solo pensaba, que lo sieguen y lo limpien antes de que esto se seque mucho porque entonces voy a empezar a dormir con el petate debajo de la cama por si hay que salir corriendo», explica Cristina ante el miedo de un posible incendio. «Yo no sé qué tienen con este pueblo, pero siempre estamos a la cola de todo», lamenta Concha, «es una pena».
A pesar de las dificultades no pierde el humor ni las ganas de seguir allí. Está «muy a gusto» por lo que no se plantea marcharse a ninguna otra parte. Si eso llega, «será ya por cosa de que no pueda estar aquí».
«Yo sola me apaño bien», confiesa Concha. Tiene gallinas, pollos, conejos, perros y «22 o 23 gatos» que campan a sus anchas por el pueblo. A todos estos animales se suma la huerta. «Por lo menos salgo para allí y a veces hablo conmigo misma y me la hecho gorda, porque tengo las piernas operadas y me agacho y acabo regañándome a mí misma, aunque al día siguiente vuelvo», cuenta riéndose.
En busca de conversación va a hasta Castrovega dando un paseo, porque no conduce. Puede ir por un camino, pero cuando llueve se pone «imposible» y tiene que dar un poco de rodeo e ir por la nacional. «El camino está horrible, si estuviera bien lo andaba yo en diez minutos», presume. A la localidad vecina se trasladaron «casi todos» los antiguos vecinos de La Veguellina. Allí también tendría que desplazarse para ir al médico y tiene personas que están pendientes de si necesita algo, a parte de Cristina que cuando estaba empleada en León iba al menos una vez a la semana. Además, siguen pasando por el pueblo el panadero, el frutero y «uno que vende congelados». Saben que solo van a tener un cliente, pero «llevan muchos años viniendo y la verdad es que se portan muy bien», celebra. «El que viene con la fruta me dice tú lo que necesites Concha, me llamas el día antes y te lo traigo», relata insistiendo en que, a pesar de estar sola, «gracias a Dios no tengo queja porque estoy bien atendida».
Hacía mucho tiempo que su hija, que con solo seis años tuvo que irse interna a León «porque por aquí no pasaba ni el autobús a recogerla», no estaba tanto tiempo seguido en el pueblo. Cuando tenía 13, La Veguellina ya fue protagonista de un reportaje en La Crónica de León en el que los seis vecinos que entonces residían de forma continúa denunciaban las deficiencias con las que convivían. Se titulaba ‘Esto clama al cielo’, una declaración de Concha que 24 años después sigue siendo perfectamente válida.
«Aunque únicamente exista en la actualidad una casa habitada durante todo el año, sigue siendo un pueblo y entiendo que determinados servicios se deberían de garantizar como a cualquier vecino de cualquier otro municipio», reclama Cristina. «Se habla mucho de fomentar la vuelta a la vida del mundo rural, pero en esta tesitura se está impulsando exactamente a lo contrario, más bien a huir de él», valora.
Eso sí, lo que tiene claro después de haber tenido la «suerte» de pasar el confinamiento junto a su madre en ‘Vega’ es que «vivir aquí es calidad de vida, eso es indiscutible». Bien lo sabe Concha, que más de una vez ha tenido que oír eso de «pero qué haces aquí tú sola». «Estamos estupendamente aquí», insiste.
«Ojalá» hubiera una solución que devolviera la vida a la localidad, aunque para eso Concha es pesimista y en las condiciones en las que están lo ve «imposible». Pero ella seguirá resistiendo: «Yo soy feliz aquí».
La Veguellina, donde habita el olvido
Solo Concha resiste, ahora junto a su hija, en un pueblo sin agua corriente ni sistema de alcantarillado y con las calles sin asfaltar, pero de donde "no me quiero marchar"
21/06/2020
Actualizado a
21/06/2020
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