Las modas dan calabazas a los viejos ritos

Los ritos de muerte, tan presentes en las tradiciones de nuestros pueblos, van desapareciendo, muchos ya lo han hecho –el velatorio, el santo viático...– mientras las nuevas modas importadas, con el Halloween como bandera, ganan terreno

Fulgencio Fernández
02/11/2022
 Actualizado a 02/11/2022
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El pasado sábado el pequeño pueblo de Villalfeide volvía a declararse como una especie de "espacio libre de Halloween" apostando un año más por un rito tradicional, la noche de las ánimas, que volvieron a recorrer el pueblo durante la noche en un espectáculo realmente sobrecogedor, cargado de silencio y noche oscura. Pero tan solo unas horas antes el Palacio de Exposiciones cerraba la segunda edición de su festival 'Hallowindie', el nombre lo dice todo, Halloween con música indie. Y unas horas después el León Arena (la plaza de toros) exhibió larguísimas colas para otra macrofiesta de Halloween, con la gran mayoría de los asistentes disfrazados ‘de terror’ y calabazas.

Es la metáfora de los tiempos o su símbolo. Cierto que este martes, Día de Todos los Santos, los cementerios aún fueron el centro de la actividad, la visita a los fallecidos de la familia, mantiene su pujanza, pero no así esa innumerable cantidad de ritos fúnebres que marcaron la vida diaria fundamentalmente de nuestros pueblos en una provincia que, por ejemplo, mantiene la celebración casi única —hay otra parecida en Galicia— de laprocesión de los amortajados, en Quintana Fuseros, a la que los ofrecidos de cada año acuden vestidos con su propia mortaja, como agradecimiento por haberse salvado de alguna enfermedad muy grave o un accidente.

Estaba, estuvo, la vida diaria marcada por ritos funerarios. El más extendido seguramente era la costumbre de velar a los vecinos y familiares fallecidos en sus propias casas, pasar allí la noche anterior al entierro a su lado y el de los familiares, en largas conversaciones que, según los lugares, iban acompañados de una buena comida. El anecdotario de este rito es muy extenso y la causa de su casi total desaparición está más bien en la ‘comodidad’ de trasladar la despedida a unas determinadas horas en los modernostanatorios. Todavía hay quien mantiene la costumbre, hace tan solo unas semanas fue velado en su casa el centenario Santos González, de Valverdín. Los velatorios son pura arqueología que se puede conocer a través de pasajes como la película ‘Los montes’, de Chema Sarmiento, que narra precisamente el velatorio del último hombre de un pueblo a cargo de varias mujeres.

Pero eran más numerosas las costumbres. Otra de las perdidas es la llamada extremaunción; cuando un enfermo entraba en su fase terminal "acudía el sacerdote del pueblo encabezando una especie de procesión, con sus monaguillos y los vecinos que les quisieran acompañar. Muchos portaban velas encendidas y cuando era noche cerrada daba al séquito un aspecto casi fantasmal y realmente estremecedor. El sacerdote le administraba al moribundo el Santo Viático, con la habitación preparada para el momento, los asistentes de rodillas, rezos en latín...".

Después del fallecimiento llegaba el momento de amortajar al fallecido, que solían hacer algunas mujeres acostumbradas a ellos y que le dejaban el mejor aspecto posible para el velatorio. Hasta el lenguaje de las campanas tenía su propia ‘melodía’ para los entierros, triste y lenta, que era más veloz e, incluso, con letra propia cuando el fallecido era un niño, al que se portaba en un féretro blanco. Explicaba Pedro Delgado, el eterno campanero de Villabalter, que ‘la letra’ del toque a muerte de un niño venía a decir: "Bien van, / van bien / bien van / pa la gloria van"; un ritmo incomprensiblemente más alegre si no se tiene en cuenta que sus creencias dicen que el fallecido niño irá al cielo.

Tal era el nivel de convivencia con la muerte que en algunas comarcas era habitual que cuando moría un niño, le amortajaban con las mejores galas y llamaban a unfotógrafo para retratarlo en brazos de su madre y conservarlo como recuerdo.

Nada de eso se practica ya. No se trata de reivindicarlo ni de denostarlo, simplemente ha ocurrido.
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